1918: Cuando las Autoridades Federales Controlaron la Conversación acerca de Una Pandemia

A lo largo de la pandemia del COVID-19, el modelo del mercado libre de ideas en el cual los argumentos sólidos desplazan a los débiles ha recibido una golpiza. Las teorías erróneas acerca del virus y acerca de cómo este se propaga, interpretaciones falaces de los datos, e ideas de terapias ineficaces se han difundido más rápidamente que las correcciones sobrias.

Aunque el mismo gobierno federal fue una fuente de desinformación y confusión —más notablemente, aunque no únicamente, mediante las habladurías del Presidente Trump durante las conferencias de prensa en la Casa Blanca acerca del virus— algunos pensadores progresistas siguen convencidos de que la manera más seria de combatir una pandemia es que Washington, DC imponga una corriente central de comunicación basada en el pensamiento de verdaderos expertos. Con esa corriente establecida, dice la teoría, las otras instituciones de la sociedad civil, desde la prensa hasta los grupos profesionales y los funcionarios locales, deberían alinearse y fortalecer esa comunicación. (Recientemente, los miembros del Comité del Congreso para Energía y Comercio presionaron a FacebookGoogle y Twitter para que hagan más para suprimir la desinformación acerca de las vacunas contra el COVID-19).

El problema es que cuando los gobiernos han logrado obtener un control verdadero sobre la conversación en torno a las pandemias en el pasado, es conocido que han solido empeorar las cosas considerablemente. Se destaca principalmente la experiencia estadounidense durante la influenza letal de la pandemia de 1918, la cual se dio durante la presidencia en tiempos de guerra de Woodrow WilsonJohn M. Barry, autor del magistral libro The Great Infuenza (así como también un académico de estudios religiosos que ha participado en programas del Instituto Cato) relata la historia en un artículo de la revista Nature publicado en 2009:

“El gobierno de EE.UU. usó la misma estrategia para comunicar acerca de la enfermedad que aquella que había desarrollado para diseminar noticias acerca de la guerra. La esencia de esa estrategia era descrita por su principal arquitecto, el escritor Arthur Bullard: ‘La verdad y la falsedad son términos arbitrarios…No hay nada en la experiencia que nos diga que la una es siempre preferible a la otra…La fuerza de una idea yace en su valor inspirador. Importa muy poco si es verdadera o falsa’. Su colega asesor Walter Lippman, otro arquitecto de esta estrategia, le envió una nota al Presidente Woodrow Wilson diciendo que gran parte de los ciudadanos eran ‘mentalmente niños’ y aconsejándole que la ‘auto-determinación’ debía ser subordinada al ‘orden’ y a la ‘prosperidad’. En 1917, el día después de recibir la nota de Lippman, Wilson emitió una orden ejecutiva para controlar toda la estrategia comunicacional del gobierno durante la guerra, la cual pretendía mantener la moral.

Como resultado de esto, cuando la ola letal de la pandemia arribó a EE.UU. en septiembre de 1918, Wilson nunca hizo una sola declaración acerca de la misma, y las figuras públicas de menor importancia proveyeron solamente un consuelo. El Director de Salud Pública de EE.UU. Rupert Blue declaró: ‘No hay causa para alarmarse si las precauciones adecuadas son respetadas’. Los funcionarios de salud locales hicieron eco de este mensaje. El Director de Salud Pública de Chicago, por ejemplo, decidió no ‘interferir con la moral de la comunidad’, explicando: ‘es nuestro trabajo proteger a la gente del miedo. Las preocupaciones matan más que la enfermedad.’…

Desafortunadamente, la estrategia de comunicación de Filadelfia [de dar un consuelo inadecuado] era la norma, no la excepción. Los funcionarios y periódicos locales alrededor del país fueron engañosos o guardaron silencio”.

Nótese bien una consecuencia: en lugar de silenciar los rumores y el esparcimiento popular de ideas falsas acerca del virus, el control firme de la información logró lo contrario:

“Las mentiras y el silencio le costaron a las autoridades su credibilidad y confianza. Sin ningún funcionario público en quién creer, la gente creía en los rumores y en sus peores imaginaciones…Bajo esa presión, la sociedad primero iba a la deriva, luego amenazaba con colapsar”.

Si, es desordenado y frustrante tener la llamada cacofonía de voces, muchas de ellas totalmente equivocadas, todas haciendo bulla al mismo tiempo. Pero es más peligroso dejar las cosas en las manos de una sola voz oficial.

 

Fuente: El Cato

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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