El paradigma del control de armas (la idea de que la solución a la violencia en Estados Unidos sean más leyes que restrinjan las armas) no es útil.
El control de armas no funciona. De hecho, cualquier conexión estadística entre el control de armas y la violencia es tenue. Pero incluso si el control de armas fuese eficaz, seguiría siendo un método imperfecto.
El control de las armas supone un obstáculo para el libre ejercicio del derecho a portar armas, protegido por la Constitución, por lo que está sujeto a fuertes desafíos legales y es rechazado rotundamente por muchos estadounidenses. Además, la aplicación de un control estricto de las armas siempre supone una gran carga para otras libertades civiles, especialmente entre las comunidades más pobres y en las poblaciones más marginadas.
La coexistencia del control de armas con los valores de una sociedad libre es, en el mejor de los casos, incómoda. Pero es aún menos viable en el contexto particular de Estados Unidos. Consideremos los 400 millones de armas que ya circulan en el ámbito privado, además de la facilidad totalmente irreversible y cada vez mayor de la autofabricación de armas de fuego. Independientemente de las leyes que se aprueben, la distribución y el acceso generalizados a las armas de fuego son (y seguirán siendo) hechos inmutables de la vida estadounidense, especialmente para las personas dispuestas a infringir las leyes.
En este contexto, es evidente que el control de las armas no puede resolver el problema de la violencia en el país. Las siguientes cuatro observaciones sobre la violencia estadounidense sugieren paradigmas alternativos prometedores.
1. El suicidio es el problema central de la violencia armada estadounidense
Si uno visita la página de estadísticas del sitio web del grupo antiarmas Giffords Law Center to Prevent Gun Violence, se encuentra inmediatamente con un enorme cartel: «38.000 ESTADOUNIDENSES MUEREN CADA AÑO A CAUSA DE LA VIOLENCIA CON ARMAS DE FUEGO, UN PROMEDIO DE 100 AL DÍA». Sin embargo, esa pancarta omite el hecho de que la mayoría de esas muertes son suicidios. Un informe de la Harvard Political Review señaló que los suicidios representaban casi dos tercios de las muertes por armas de fuego de 2019.
Si enfrentamos a grupos en pro del control de armas como Giffords con sus propios términos y aceptamos la estadística inclusiva de «muertes por arma de fuego» como nuestra métrica, está claro que la violencia armada debería abordarse principalmente a través de un paradigma de salud mental y prevención del suicidio.
¿Puede el control de las armas formar parte de una estrategia de prevención del suicidio?
Es difícil ver cómo. Prácticamente cualquier tipo de arma de fuego bastaría para quitarse la vida, así como otros medios. Por lo tanto, no hay ninguna hipótesis en la que las populares propuestas de control de armas, como la «prohibición de las armas de asalto» o la restricción de la capacidad de los cargadores, supongan una diferencia en relación con el suicidio.
Además, las medidas para el control de las armas, como las leyes de alerta roja, que pretenden privar a las personas de sus armas sobre una base ostensible de salud mental, pueden en realidad disuadir a las personas con problemas a buscar la ayuda que necesitan. En este sentido, un enfoque de control de armas para la prevención del suicidio no es sólo inútil, sino que es también contraproducente.
Existe una extensa bibliografía sobre la prevención del suicidio y las mejores formas de ayudar a las personas con problemas de salud mental. Los debates sobre los diferentes medicamentos, las terapias cognitivas, las prácticas para mejorar la calidad de vida y otras medidas van mucho más allá del alcance de este artículo. Pero es ahí donde deberían concentrarse los recursos y esfuerzos.
Intentar detener el suicidio imponiendo el control de las armas es como intentar detener la conducción de autos en estado de embriaguez prohibiendo a los autos: es una «solución» completamente inverosímil que elude el problema real en cuestión.
2. La violencia en familia y de pareja es una parte importante del problema
El monstruo para quienes hacen lobby en favor del control de armas es el típico «asesino en masa», un individuo trastornado y antisocial que lleva un rifle «al estilo militar» a un lugar aparentemente seguro, como una escuela o un automercado, y mata indiscriminadamente a personas inocentes. A menudo, sus motivaciones son producto del odio o la intolerancia.
Si bien estos tiroteos ocurren, son increíblemente raros y representan una proporción insignificante de los homicidios que experimenta Estados Unidos en un año determinado. Según datos del FBI de 2019, solo el 2.6% de los homicidios se llevan a cabo con un rifle. De hecho, los palos y los puños desnudos se utilizan para matar a más personas anualmente que los rifles. Y de los tiroteos masivos que vemos, muchos están relacionados con pandillas; preocupante, pero no totalmente alineado con la narrativa del control de armas.
Ahora, consideremos estos hechos: casi dos tercios de los niños víctimas de asesinato son asesinados por sus propios padres. Casi la mitad de las mujeres víctimas de asesinato son asesinadas por sus parejas o ex parejas.
Y aunque es de conocimiento general que la mayoría de las víctimas de homicidio son asesinadas por alguien que conocen, una proporción sorprendentemente grande -tal vez tan baja como 1 de cada 8, pero posiblemente tan alta como 1 de cada 5– son asesinadas por un miembro de su propia familia. De forma conservadora, una víctima de homicidio tiene unas cinco veces más probabilidades de haber sido asesinada por un miembro de la familia que de haber sido asesinada con cualquier tipo de rifle.
Los recursos y los esfuerzos del movimiento pro- control de armas están orientados e impulsados de forma abrumadora por el escenario del «tirador masivo», de ahí su fijación en medidas como la prohibición de las armas de asalto y la restricción de la capacidad de los cargadores. Pero, incluso si esas políticas pudieran ser aplicadas y ejecutadas de forma significativa (que no pueden), es difícil imaginar que ese tipo de medidas tengan mucha influencia en la violencia de pareja y familiar.
La obsesión por los asesinos en masa, y la obsesión por las armas en general, es totalmente incapaz de frenar este tipo de violencia. En cambio, los recursos y los esfuerzos estarían mucho mejor invertidos en abordar la violencia de pareja y familiar. Las organizaciones que ayudan a las mujeres a escapar de relaciones peligrosas o que abordan otros aspectos de la violencia doméstica están preparadas para hacer mucho más bien que las organizaciones con amplias y quijotescas misiones de desarme.
3. La guerra contra las drogas no puede pasarse por alto
El fracaso del experimento del siglo XX de Estados Unidos con la prohibición del alcohol está bien documentado. Sin embargo, una de las consecuencias no deseadas de la prohibición fue el dramático aumento de la violencia. Sin acceso a medios legales para resolver conflictos, las personas involucradas en el negocio del alcohol ilícito (para el que había una demanda masiva de consumidores) resolvían sus disputas y protegían sus intereses con disparos.
Aunque las representaciones románticas de los contrabandistas y los mafiosos han dado lugar a entretenidas historias de ficción, la historia real difícilmente evoca la nostalgia. La tasa de homicidios del país aumentó en más de 40% durante la Ley Seca. La violencia fue especialmente pronunciada en las grandes ciudades, que experimentaron un aumento de la tasa de homicidios de casi el 80%. Aunque se destinaron más recursos a la aplicación de la ley, la tasa de delitos graves se disparó y las cárceles se desbordaron. Si se hubiera permitido que la prohibición continuara, la situación, ya de por sí desastrosa, probablemente se habría deteriorado aún más.
Afortunadamente, los estadounidenses se dieron cuenta de que los costos de la Prohibición eran demasiado elevados. La derogación de la Prohibición era la solución clara. Con la ratificación de la 21ra Enmienda, la tasa de homicidios de la nación se redujo precipitadamente, cayendo a niveles muy inferiores a los de antes de la Prohibición, en unos pocos años.
Por desgracia, parece que hemos olvidado las lecciones de la Prohibición. La Guerra contra las Drogas, que aparentemente se libra para hacer más seguras nuestras comunidades, en realidad las ha hecho más violentas.
Noah Smith (que ciertamente no es un defensor de los derechos de las armas), escribiendo para The Atlantic, observó
“Las prohibiciones legales de la venta de drogas conducen a un vacío en la regulación legal; en lugar de acudir a los tribunales, los proveedores de drogas resuelven sus disputas disparándose unos a otros. Mientras tanto, los esfuerzos para la prohibición aumentan el precio de las drogas al frenar la oferta, convirtiendo a los monopolios locales para suministro de drogas (es decir, el territorio de las bandas) en un apetitoso premio por el que luchar. Y llenar nuestras abarrotadas cárceles de inofensivos y desventurados drogadictos nos obliga a dar libertad condicional acelerada a asesinos empedernidos”.
En resumen: es la Prohibición de nuevo. Pero los efectos de la encarnación moderna de la Prohibición son aún más insidiosos. Después de librar la Guerra contra las Drogas durante décadas, debemos considerar también sus consecuencias secundarias y terciarias. Como señala Thomas Eckert, la Guerra contra las Drogas contribuye a la desintegración familiar, la pobreza y el reclutamiento de bandas.
Estos problemas sociológicos subyacentes, y no las armas, son los principales impulsores de la violencia estadounidense.
4. Las armas no engendran violencia, la pobreza y la desesperación sí
La pobreza y la falta de oportunidades están fuertemente asociadas con la violencia.
Eso es bastante obvio si simplemente se observa la distribución geográfica y demográfica de la violencia en Estados Unidos, que ya he explicado anteriormente. La investigación académica sobre el tema ha llegado a la misma conclusión. (Véase aquí y aquí). A pesar de ser defensores del control de armas, estos investigadores entienden que hay factores sociológicos subyacentes de la violencia que trascienden las «armas» y que merecen nuestra atención.
Sin duda, la mayoría de la gente aceptará fácilmente que la pobreza y la desesperación están asociadas con la violencia, lo cual no es sorprendente. Sin embargo, es posible que vean el problema de la pobreza como algo imposible de resolver. La aplicación de leyes de armas más estrictas puede parecer más factible en comparación, aunque no llegue a la raíz del problema. Parte del atractivo del control de armas es la simplicidad de su narrativa.
Pero eso es un error. Puede consultar este desglose para ver por qué la narrativa de «deshacerse de las armas es deshacerse de la violencia armada» es simplista, pero no simple.
Además, hay muchas cosas que podemos hacer para reducir la pobreza y crear más oportunidades, y muchas de estas medidas tienen (o podrían tener) un amplio apoyo bipartidista. Hay medidas sólidas que se pueden tomar y que son factibles y significativas. Michael Tanner, del Instituto Cato, de tendencia libertaria, presenta una serie de reformas políticas convincentes en su libro The Inclusive Economy: How to Bring Wealth to America’s Poor.
Pero independientemente de que se favorezca el enfoque de Tanner o de alguien más, lo esencial es reconocer que la violencia es en gran medida un síntoma de las condiciones sociales subyacentes. El control de armas no sólo no soluciona, sino que agrava esas condiciones. Cualquier crítico de la Guerra contra las Drogas debería ser capaz de ver cómo una Guerra contra las Armas tiene efectos similares sobre los individuos, las familias y las comunidades.
Cuando se habla de reducir la violencia construyendo prosperidad, es alentador saber que ya lo hemos hecho, en gran medida. Esa es una conclusión ineludible en Los ángeles que llevamos adentro, de Steven Pinker. Ahora depende de nosotros asegurarnos de que ese progreso continúe, especialmente, en los márgenes de la sociedad donde es más necesario.
Superar las narrativas trilladas sobre el control de armas
El control de armas no puede resolver nuestros problemas. Especialmente con la adopción generalizada de la impresión 3D y otros medios de autofabricación, el control de armas quedará cada vez más relegado a la irrelevancia. Las políticas de control de armas sólo supondrán una carga para los ciudadanos honrados que, de buena fe, intentan cumplirlas y, sin embargo, se ven atrapados. Si queremos tomarnos en serio la lucha contra la violencia en Estados Unidos, hay muchas áreas más prometedoras en las que podemos concentrarnos.