La competencia es normalmente presentada como nuestro enemigo. Como una suerte de factor de desestabilización social. En efecto, muchos se manifiestan a diario en contra de la competencia. Estas demostraciones pueden provenir de taxistas que no quieren competir con Uber. Hoteleros que se oponen a AirBnB. Agricultores franceses que se oponen al resto del mundo. O presidentes que protestan contra China…
Cualquiera sea el caso, el punto es que la competencia económica es demonizada a diario por diversos actores, de taxistas a primeros mandatarios.
Por mi parte, estoy convencido que la competencia es muy positiva. Y, lo que es más, que la misma es un valor social.
¿Qué son los valores? Cuando decimos que una mujer es bella es porque creemos que dicha mujer participa de algún modo del valor de la Belleza. Rocío Guirao Díaz, por poner un ejemplo, sin dudas que participa del valor de la Belleza.
Siguiendo está lógica, cuando decimos que un bien, un servicio, una empresa, una sociedad o un país es competitivo, creo que estamos diciendo que, al menos, participa de tres valores. En primer lugar participa de la (buena) economía. También lo hace de la capacidad humana para la autosuperación. Y finalmente, participa del valor de la cooperación.
En pocos días comienza el Mundial de Rusia. En el deporte estamos acostumbrados a abrazar la competencia. Por eso, el fútbol europeo es un ejemplo muy bueno para entender los beneficios de competir, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Veteranos ya no más
Los equipos pertenecientes a las ligas europeas intentan hacerse con los servicios de los mejores jugadores. Una vez que los contratan, hacen todo lo posible para cuidarlos de la mejor manera.
No hace mucho tiempo, un jugador de 30 años era considerado un veterano. Cuando Diego Maradona jugó el Mundial de Italia 90 tenía exactamente 30 años. Tan sólo cuatro años antes había marcado el mejor gol de la historia de los mundiales frente a Inglaterra y se había consagrado campeón del mundo. No obstante, la película oficial de la FIFA para el el mundial de Italia se refiere a Maradona como “el viejo maestro de la Argentina”. Ello no era equivocado para la época. A fines de los 80s y principios de los 90s, era muy normal que un jugador de 30 años se encontrara en el ocaso de su carrera. Los retiros a la de 31 o 32 años eran bastante normales.
Actualmente tenemos muchas superestrellas de más de 30 años. Cristiano Ronaldo, con sus 33 años de edad, es quizás el caso más conocido. Pero dista de ser el único. Lionel Messi, próximo a cumplir 31 años, Andrés Iniesta (34), Gianluigi Buffon (40) o Iago Aspas con casi 31 son ejemplos de jugadores de más tres décadas que se encuentran en el más alto nivel.
Sucede que el ambiente ultracompetitivo del fútbol europeo ha impulsado a los equipos a prestar el mejor cuidado a sus jugadores. Desde la utilización de las mejoras médicas, hasta a la medición de todos los aspectos que tienen que ver con el entrenamiento, pasando por una nutrición individualizada y estricta, han hecho que la vida útil de los futbolistas se estire en varios años.
En términos económicos la mejora también es sustancial. Hoy en día un jugador mediocre de un equipo de mitad de tabla español o inglés gane probablemente bastante más dinero del que ganaba el pobre Maradona en la década del ’80 y ni hablar Pelé más atrás en el tiempo.
El fútbol y el bosque
La competencia, además, cumple un rol fundamental: el de poner a cada uno adonde se merece.
¿A qué me refiero? Es obvio que todo jugador profesional desearía ser la figura estelar del Barcelona, Real Madrid o Paris Saint Germain. Como bien sabemos, esos lugares son ocupados por Messi, CR7 y Neymar. ¿Por qué? La respuesta obvia (y correcta) es porque son los mejores. Pero, y esa es la pregunta interesante, ¿cómo sabemos que son los mejores? Creo que lo sabemos porque estos jugadores enfrentan exitosamente una doble presión competitiva. Por un lado, básicamente miércoles y domingo, ayudan substancialmente a sus equipos a ganar (casi) todos sus partidos. Por el otro, estos jugadores se destacan por encima de las estrellas de los otros equipos. A la figura del Celta de Vigo le encantaría estar en el lugar de Cristiano o Messi y, partido tras partido, da lo mejor de sí para tratar de acceder a ese lugar. Pero sucede que la contribución que hacen estas megaestrellas a sus equipos es tan espectacular que logra opacar a todos aquellos con quienes compiten. Es esta presión competitiva la que los mantiene en un nivel tan alto.
Y lo mismo sucede con los duelos personales entre las figuras como Messi y Cristiano. Estos dos, sin dudas, que son feroces competidores. Pero lo que olvidamos muchas veces es que también cooperan entre sí. La rivalidad futbolística entre ambos los lleva a dar todo lo que tienen, en su competencia se ayudan a dar lo mejor de sí y transformarse en la mejor versión de sí mismos. Cuando nos encontramos en una situación de competencia, no sólo competimos sino que nos ayudamos mutuamente a mejorar. Competencia es cooperación.
Lo que estoy diciendo lo explicó el filósofo Immanuel Kant con su célebre metáfora del bosque:
“Tal y como los árboles logran en medio del bosque un bello y recto crecimiento, precisamente porque cada uno intenta privarle al otro del aire y el sol, obligándose mutuamente a buscar ambas cosas por encima de sí, en lugar de crecer atrofiados, torcidos y encorvados como aquellos que extienden caprichosamente sus ramas… apartados de los otros”.
Competencia o barbarie
Quizás lo que vengo diciendo esté bien, pero qué sucede con la gente que no desea competir. Seguramente haya personas que quieran tener una vida más relajada, que no los someta a las presiones competitivas.
Una cuestión así se planteó en un evento del Free Market Road Show (del cual formo parte) en Grecia hace unos años. Un profesor universitario de Salónica increpó a Terry Anker, un emprendedor estadounidense, diciendo que los griegos “no quieren competir y quieren una vida más fácil”. Terry contestó que el profesor podía muy bien no competir, pero no podía prohibirle a Terry competir con él.
Creo que este punto es importantísimo ya que no podemos controlar ni los deseos ni las metas de los demás. Si somos libres de perseguir nuestros objetivos, necesariamente habrá competencia. Hay sólo una forma de escapar de la competencia: el uso de la violencia.
Si, por ejemplo, la empresa de correos de un país no quiere competir lo va a tener que hacer a través de amenazas legales contra potenciales competidores y clientes insatisfechos que busquen alternativas. Sólo a través de la amenaza de ejercer violencia, ya sea personalmente o bajo los auspicios del gobierno, es que podemos escapar de la competencia. Y de esta manera, lo que estamos haciendo es cambiar la lógica del mercado, que es la de la competencia pacífica, por la del estado, que es la de la coerción y el uso de la fuerza.
Las cuatro ideas que te tenés que llevar de este post
- La competencia es una ayuda fundamental para que nos convirtamos en la mejor versión de nosotros mismos. Creo que nadie puede estar en contra de la capacidad de autosuperación humana.
- En una sociedad libre, la competencia es inevitable. La única alternativa que hay para escapar de ella es el uso de la fuerza. ¿Qué persona de bien puede estar a favor de la violencia?
- Eliminar la competencia destruye el vínculo entre desempeño y recompensa. O, si querés, entre lo que hacés y lo que recibís. Cuando quien provee un bien o servicio no se somete a un mercado abierto competitivo, los incentivos se alteran dramáticamente. En lugar de tratar de ofrecer el mejor producto al precio más barato, lo que se intenta es convencer al burócrata o político de turno para que impida a tus competidores entrar a determinado mercado. Esto no sólo achata el nivel, haciendo que tengamos productos malos y carísimos, sino que genera una sensación social de injusticia. Dejamos de ver empresarios para ver cazadores en el zoológico. Y nuestros servidores públicos se transforman en mercaderes de privilegios.
- El lema de Sonny, el personaje de la maravillosa película dirigida por Robert de Niro “Una luz en el infierno”, era que no hay peor cosa que el talento desperdiciado. Si lo que vengo diciendo es cierto, una sociedad que le escapa a la competencia se convertirá necesariamente en una sociedad mediocre. En ella habrá una infinidad de talento desperdiciado… y esa es una verdadera tragedia.
* Federico N. Fernández es Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina) y Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria).
Fuente: La Opinión Incómoda (https://medium.com/la-opinión-incómoda)