Aún vivimos en una época donde la percepción predominante es que la ciencia nos proporciona un conocimiento verdadero y justificado. Suponemos que las teorías científicas aceptadas no sólo son verdaderas, sino que también tenemos un método para demostrar su veracidad. «A ciencia cierta», frase que aún persiste en nuestro lenguaje cotidiano, refleja esta creencia. Pero, ¿qué tan sólidas son estas suposiciones?
Durante mucho tiempo, la inducción se consideró como el mecanismo que confería esta garantía epistemológica a la ciencia. Como un prisma de dos caras, la inducción servía tanto de método como de justificación. Nos imaginamos que la ciencia opera de manera inductiva, observando la naturaleza de manera imparcial para deducir ciertas regularidades. Y estas mismas observaciones empíricas, posteriormente, se convertían en el respaldo de nuestras teorías probadas. Sin embargo, esta concepción de la ciencia ha sido objeto de críticas y desafíos significativos.
La epistemología de la filosofía moderna, en un sentido amplio, se puede describir como una serie de intentos por encontrar una base sólida para nuestro conocimiento. Descartes creía haberlo encontrado en el uso apropiado del intelecto, Bacon y los empiristas lo ubicaron en los sentidos, mientras que Kant lo situó en intuiciones a priori, conceptos a priori y principios válidos. Este esfuerzo constante es la esencia de lo que se conoce como fundacionalismo.
El fundacionalismo es una teoría sobre la estructura de la justificación o del conocimiento epistémico. Sostiene que existen algunas creencias «básicas» o «fundamentales» que se consideran justificadas o como conocimiento, sin depender de ninguna otra creencia para este status. Cualquier otra creencia debe depender, en última instancia, de estas creencias fundamentales para obtener este status. Así, Moritz Schlick, a comienzos del siglo XX, defendió una visión del conocimiento científico análoga a una pirámide, donde el conocimiento descansa sobre una clase especial de afirmaciones cuya verificación no depende de otras creencias.
Pero estos cimientos filosóficos de la ciencia comenzaron a desmoronarse a principios del siglo XX. Kant había intentado preservar la racionalidad de la ciencia natural proponiendo que el conocimiento científico empírico se asienta en intuiciones, conceptos y principios válidos a priori. Sin embargo, los modelos científicos que Kant consideraba ejemplos de ciencias válidas a priori, como la geometría euclidiana y la física newtoniana, fueron cuestionadas por Albert Einstein.
Esta crisis epistemológica abrió la puerta a una alternativa revolucionaria propuesta por Karl Popper en su obra La lógica de la investigación científica de 1934. Según Popper, la inducción no desempeña ningún papel en la ciencia. En su lugar, los científicos comienzan con problemas que quieren resolver, y por tanto, la observación siempre se realiza desde un punto de vista específico.
La idea de que la observación siempre está guiada por una teoría subyacente es un golpe al corazón del fundacionalismo. Para Popper, la inducción nunca puede demostrar nuestras teorías. Independientemente de cuántos cisnes blancos observemos, eso nunca será suficiente para probar que todos los cisnes son blancos.
Popper aboga por un nuevo papel para la experimentación en la ciencia. Las pruebas empíricas pueden ayudarnos a descartar teorías falsas, en lugar de confirmar las verdaderas. La ciencia no trata de probar teorías, sino de refutar las que están equivocadas. Popper concibió el método científico como un ciclo de conjeturas y refutaciones, donde los científicos proponen teorías audaces y luego intentan ponerlas a prueba con los experimentos más rigurosos.
Para Popper, la actitud racional es buscar al cisne negro, el caso negativo que contradice nuestras teorías existentes. Nuestro conocimiento crece no cuando encontramos casos positivos para nuestras teorías existentes, sino cuando encontramos casos negativos que las contradicen. Esto es lo que Popper llama falsación.
La filosofía de Popper se opone a las autoridades, tanto epistemológicas como políticas. Esto incluye la autoridad de la «Ciencia» y de los científicos. Popper defendía una ciencia sin mayúsculas, un proyecto humano humilde que busca el crecimiento del conocimiento.
Según Popper, no podemos confiar en ninguna certeza. Para él, las certezas no son más que un producto de la autosugestión. Por eso identificó a la razón con la crítica. Somos racionales cuando ejercemos nuestras capacidades críticas. La ciencia, y el conocimiento en general, no se trata de crear ortodoxias incuestionables, sino de falibilismo y crítica. Nuestro conocimiento es conjetural. Siempre está abierto a revisión crítica y refutación.
Popper propuso una filosofía que denominó racionalismo crítico. Tal vez esta filosofía se describa mejor como una actitud. Un racionalista crítico no deja ninguna afirmación fuera del alcance de la crítica. Podemos ejercer nuestras capacidades críticas en todos los aspectos de la vida humana. Siempre debemos intentar no defender nuestras opiniones, sino desafiarlas y reemplazarlas con otras mejores.
Por último, recordemos a Moritz Schlick y su comparación del conocimiento con una pirámide. Pero, las pirámides eran tumbas. La ciencia no puede ser un mausoleo de verdades inamovibles, sino una búsqueda constante de la verdad. El falsacionismo en la ciencia es una decisión metodológica que sigue el horizonte más amplio del falibilismo. Y esto significa que ya no podemos estar seguros. Esta visión puede parecer intimidante, pero en realidad, es una bendición. Nos da la libertad para cuestionar, para dudar, para buscar siempre un conocimiento más profundo y preciso. O como sostiene Steve Fuller, «siempre podemos hacerlo mejor».
* Federico N. Fernández es un líder visionario dedicado a impulsar la innovación y el cambio. Como Director Ejecutivo de Somos Innovación, una red global de más de 30 think-tanks, fundaciones y ONGs, Federico defiende soluciones innovadoras en todo el mundo. Su experiencia y pasión por la innovación le han valido el reconocimiento de prestigiosas publicaciones como The Economist, El País, Folha de São Paulo y Newsweek. Federico también ha pronunciado inspiradores discursos y conferencias en tres continentes, ha escrito numerosos artículos académicos y ha compilado varios libros sobre economía.
Fuente: Fundación Internacional Bases