Existe una percepción generalizada de que la minería daña el medio ambiente. Esta noción viene de la minería antigua y de casos donde hubo alguna irresponsabilidad por parte de quienes la ejercían. De hecho, no solo la minería contaminaba, sino que había un cierto orgullo a inicio del siglo XX al ver las fábricas funcionando con sus chimeneas tirando humo negro al ambiente. Era un símbolo de prosperidad y desarrollo. Hoy en día, la minería moderna es otra cosa diferente y no solo no es incompatible con el medio ambiente, sino que ayuda a conservarlo de mejor manera. Lo mismo toda clase de industria.
Las asociaciones que protegen el medio ambiente podrían cooperar con las diferentes mineras para beneficio de todos. En vez de pelearse con ellas podrían ser sus mejores aliados y permitir que la minería genere riqueza en las comunidades donde se establece y a la vez permita mantener de mejor manera la conservación de la naturaleza alrededor de sus operaciones. En los países pobres, prohibir la minería es seguir manteniendo en la pobreza a miles de personas que necesitan alguna actividad productiva para mejorar su nivel de vida. No lo es todo, pero ayuda, al igual que todo el resto de las industrias, a sacar de la miseria a muchos pobres que no tienen mayores oportunidades. Por esto, trabajar cooperando entre ambientalistas y mineros es una solución genial para el progreso económico y ambiental de estas regiones pobres.
Un excelente ejemplo de cooperación para beneficio del medio ambiente lo hizo la Sociedad Audubón, al trabajar en conjunto con las empresas que explotan el gas natural en Texas. Esto le ha permitido recibir buenos ingresos para proteger a las aves de esa región y de otras más. Lamentablemente, la Sociedad ha recibido críticas por ello, pero pienso que fueron muy inteligentes al asociarse con estas empresas, pues el resultado ha sido positivo para todo el mundo.
La minería moderna es mucho más amigable al medio ambiente de lo que muchos creen. Las tecnologías utilizadas en la extracción de los minerales son más limpias. Además, las prácticas modernas permiten el reciclaje del agua utilizada, su purificación antes de regresarla a la naturaleza. No hay minero moderno que no esté preocupado de restaurar el entorno y maneje adecuadamente cualquier residuo que produzca durante sus operaciones. Generan empleos en las áreas pobres donde antes no había nada y promueven la generación de trabajos afines a la minera. Llevan salud, educación y bienestar a esas comunidades. Mejoran las carreteras y promueven la protección de la fauna y flora de los lugares alrededor de sus operaciones. Como si esto fuera poco, generan más ingresos fiscales, tanto para las municipalidades del área donde trabajan como para el Gobierno. No solo con las regalías mineras, sino que esto se suma a los demás impuestos que a toda empresa se le exige.
Una minería responsable no lo hace solo porque tenga que cumplir con leyes y licencias que le exigen ese comportamiento. La presión social ha sido importante y nadie quiere operar una empresa rodeada de críticas a lo que hace. Pero la responsabilidad individual de los dueños hace la gran diferencia. Los países pobres no deberían evitar que se establezcan estas empresas, sino apoyarlas como parte de sus políticas de crecimiento económico y mejora del nivel de vida de la población en general.
Gracias a la minería tenemos muchas comodidades que nos hacen la vida más fácil, sana, segura y mejor. Aprovechemos estos recursos ahora que valen y ayudemos a mejorar el nivel de vida de la población más pobre. Tal vez en un futuro no valgan nada.
* Ramón Parrelada es empresario, catedrático universitario y Director del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES).
Fuente: elindepent.org