Decía Jean-Francois Revel que las democracias se acaban. Y se acaban, fundamentalmente, porque acogen en su seno a anti-demócratas, el origen mismo de su destrucción. De manera análoga, ocurre lo mismo con el sistema liberal que ha inspirado la mayor parte de las sociedades modernas occidentales.
El disenso y la diferencia que hace rica a una democracia liberal es aprovechada por anti-liberales, confesos o no, para limitar estas mismas libertades. Una paradoja: son libres de poner en cuestión las libertades fundamentales de todos.
En los últimos días la gente de algunos países ha tenido que confinarse para reducir la velocidad del contagio del Covid-19. La crisis epidemiológica afecta de forma directa la salud de cientos de miles de personas y pone en riesgo la productividad, el bienestar económico y social, y por supuesto el progreso. En medio de esta difícil coyuntura, desde distintos sectores se está aprovechando para cargar de nuevo contra la libertad, con argumentos simplistas y sesgados, con los que se busca justificar sin evidencia modelos políticos y económicos colectivistas y autoritarios.
Sin embargo desde antes, la libertad que ha alimentado el progreso social ya parecía estar encerrada, acusada por los argumentos falaces de siempre, pero presentados de formas novedosas.
Por eso, es preciso hacer unos comentarios críticos a varias de las ideas fuerza que hacen parte de la matriz de opinión negativa que se repite para atacar la libertad y la función empresarial, veamos:
LA ECONOMÍA DE MERCADO ES INMORAL
Una pandemia para la que el mundo no estaba preparado está presionando como nunca los sistemas de salud y los sistemas económicos de los países. Entonces, algunos plantean la disyuntiva en blanco y negro: ¿se salvan las vidas o la economía? Así, de manera implícita se sugiere que cualquiera que piense en defender el libre mercado en tiempos del Covid-19 en realidad no valora la vida por encima del lucro.
Esta pregunta plantea una infinita zona de grises y complejidades que no le importan a quienes, desde hace años, acusan al mercado y a los empresarios de deshumanizar las sociedades. Desde luego, las opciones que plantean no dejan de ser alternativas, que tras un romanticismo intelectual, esconden las viejas fórmulas totalitarias que han probado su fracaso con vidas humanas, represión y miseria.
¿Es posible defender la vida ante una pandemia sin producir las condiciones materiales necesarias?. En un país como Colombia en donde hay tantas necesidades insatisfechas, no es fácil plantear una respuesta sencilla. Este es en realidad un falso dilema, con el que se busca agrietar la justificación moral de la economía de mercado por ofrecer respuestas reales y sostenibles que permitan superar esta crisis epidemiológica, los efectos económicos de la misma y de la recesión a la que se enfrenta el mundo.
LAS EMPRESAS SON MALVADAS
Habiendo identificado un problema, el siguiente paso es señalar un causante. En ese sistema al que muchos no dudan en culpar de inmoral, hay un responsable que actúa con poca consideración frente a todos los demás: las empresas, los empresarios, y los emprendedores (cuando tienen éxito, claro).
En medio de esta crisis sanitaria se refuerza una vieja acusación: una empresa es capaz de permanecer indolente ante las dificultades de las personas y aprovecharse de sus consumidores. Se estimará que lo mínimo es que las empresas corran riesgos para suplir las necesidades básicas; que sigan adaptándose para cubrir las demandas urgentes de la pandemia, o que donen millonarios recursos, materiales y económicos, para ampliar las capacidades de atención en salud en medio de la emergencia y para ofrecer alivios a los más vulnerables con bienes de primera necesidad.
Mediante discursos anti-empresariales se le pretende imponer a los empresarios estándares y obligaciones más allá de la función social que cumplen satisfaciendo necesidades. Ciertamente, esto resulta inmoral, si consideramos que son las empresas las que producen, con la rapidez y calidad requeridas, los insumos necesarios para garantizar los bienes y servicios que le permiten a las sociedades prosperar y superar la pobreza. Para citar a Mises: “Dentro de la economía de mercado cada uno sirve a todos sus conciudadanos y cada uno se sirve de ellos. Se trata de una sistema de intercambio mutuo de servicios y productos básicos, un mutuo dar y recibir”.
La principal función del Estado es la de asegurar la vida, libertad y propiedad privada de los individuos; en medio de la crisis que ha causado el COVID-19 los Estados, especialmente aquellos donde lo público sobrepasa lo privado, se han visto desbordados y han demostrado no ser lo suficientemente efectivos para contener la propagación de la pandemia. En contraste, hemos visto al sector privado enfilar baterías para ayudar a dar respuestas inmediatas y ofrecer soluciones desde diversos ámbitos.
LA SOLUCIÓN ES MÁS ESTADO PARA CONTROLAR
Pocas veces existen soluciones perfectas, tanto en la política como en la economía. Para quienes desvirtúan sin fondo la economía de mercado, la respuesta a los problemas conduce al mismo factor: aumentar el poder del Estado. Casi nunca se especifica ni cómo ni con qué dinero, pero para los enemigos del comercio, el Estado lo resuelve todo, sin importar el costo que tengamos que pagar para que lo intente. Suelen no tener en cuenta que las cosas gratis en realidad las pagamos todos ¿De dónde salen los recursos del Estado, si no es de los contribuyentes (entre ellos, por supuesto, y principalmente de los emprendedores y empresarios)?
En función de la crisis social y económica que ha generado el COVID19, se han apuntado a nuevas razones para exigir mayor control y regulación a las actividades comerciales y financieras. Pero el desenlace sería riesgoso: si para cumplir con las utopías ideológicas de algunos se permite un Estado lo suficientemente grande e intrusivo que, con o sin pandemia, sea capaz de dictar medidas fuertes para paliar lo que ellos consideran es la inmoralidad y la maldad del mercado y las empresas ¿a qué tanta libertad tendríamos que renunciar para robustecer el poder del Estado y sus caudillos? ¿qué tan deseable sería un Estado que no dejara espacio a la libre iniciativa, a la función empresarial, a la intimidad, a la plena realización del individuo?
Las amenazas a la libertad son las de siempre, pero presentadas con nuevo empaque. Ahora, en el marco de una situación que llena de incertidumbre a la gente, y aprovechando cualquier falla del mercado, se refuerzan estos mensajes. No obstante, son condiciones que invitan a responder con un mensaje claro: LA EMPRESA LE SIRVE A LA GENTE y la función social de los empresarios, tanto con lo que hacen desde sus empresas como con la enorme solidaridad que están mostrando, nadie más la está en la capacidad de ejercerla.
Muchas empresas, grandes y pequeñas, siguen cumpliendo su función social con responsabilidad, reaccionando e innovando con rapidez para responder a las nuevas necesidades de la sociedad. Muchas empresas y gremios se han solidarizado. DEJEMOS A LAS EMPRESAS SER PARTE DE LA SOLUCIÓN.