Según informaron altos ejecutivos de Telefónica, las compras de la filial argentina de la empresa durante el 2006 serán de aproximadamente 910 millones de dólares. Estas compras abarcarán infraestructura, servicios y celulares para la reventa. Hasta aquí esta noticia no hubiese tenido nada de especial si no fuese porque el ministro De Vido dijo que le interesaba realizar una “sustitución eficiente” de celulares importados por los ya famosos y notorios Argemóviles.
Para que todos puedan estar en tema, el Argemóvil es el primer celular hecho con 70% de componentes argentinos. Hace ya unas semanas, el Presidente y su Gabinete recibieron a los representantes de una compañía nacional que fue la encargada de realizar dicha “hazaña”: Fabricar un celular “Argentino”.
Debo reconocer que un primer momento la noticia me llamó la atención y hasta generó algún tipo de regocijo por pensar: “Pero mirá vos”. Luego recordé que hay empresas multinacionales que ensamblan teléfonos de última generación en nuestro país desde hace ya unos cuantos años. Mi segunda reacción fue el miedo, miedo a la cerrazón, miedo al aislamiento económico. En la Argentina que nos toca vivir, cada logro empresario argentino se mira con desconfianza, la desconfianza de que nos fuercen a sustituir importaciones. Es decir, que pongan aranceles, cuotas, o cualquier otro tipo de medida para-arancelaria para proteger a un sector “que recién comienza”, “que es débil”, “que es estratégico” o alguna otra falacia que se le pueda llegar a ocurrir al lector.
Una vez superado el temor y la angustia, mientras miraba mi teléfono importado y pensaba que mejor lo cuidaba porque podría llegar a ser el último que tuviese, llegó una tercera y última sensación que me dejó pensando y me llevó a escribir estas líneas. Esa sensación la podría denominar “Bronca”. La bronca de ver que un Gobierno que dice que alienta todo lo Nacional, que hace uso de símbolos patrios y clichés nacionalistas sin ningún empacho, estaba ocultando en su discurso una idea de pueblo chato, inculto, poco productivo.
Los argentinos han dado prueba suficiente a lo largo de los años que tienen un potencial increíble. Los inventos argentinos se pueden ver y sentir todos los días en cualquier lugar del mundo, ejemplos no faltan: el bypass es una de las cirugías más extendida en el mundo, las huellas digitales son el sistema de identificación universal (hasta que se pueda utilizar el ADN de manera práctica, no invasiva y económica), etc. En el ámbito de la ciencia, el deporte y el arte también sobran exponentes.
Con estos antecedentes, no hace falta decir que en el país sobra talento. Obviamente, lo que está faltando es un marco en el cual esos talentos exploten. La restricción a la competencia a la que estamos acostumbrados no genera, bajo ningún punto de vista, ese tipo de conductas.
Creo que los argentinos nos debemos una reflexión profunda respecto a rol que deben ocupar los empresarios en la economía y en la vida cotidiana de la sociedad. En términos personales, celebro cada logro empresario argentino (el Argemóvil, por ejemplo) siempre y cuando estos sean llevados a cabo en condiciones de igualdad ante la ley y sin privilegios ni cotos de caza. Los logros empresarios deben ser tomados solo como eso, y no exaltados como logros heroicos. La exaltación heroica de los logros empresarios lleva a actitudes nacionalistas que no le hacen bien a nadie y mucho menos a los consumidores. Que el capital no tiene banderas es una verdad tan antigua como el capitalismo, lo que debemos lograr es generar las condiciones entre todos para que nuestro país, nuestra región y, por qué no, nuestra ciudad sean atractivos para la radicación de empresas interesadas en hacer negocios “en serio”.