Seamos claros, la economía argentina ya venía a los tumbos antes de que siquiera sospecháramos que una deliciosa sopa de murciélago pondría en cuarentena forzosa a una tercera parte de la Humanidad.
Pero tampoco caben dudas de que el parate económico a raíz del distanciamiento social obligatorio causará una significativa caída adicional del PBI.
Así, la prestigiosa revista The Economist augura una caída de la economía argentina del 6,7 por ciento para este año.
Por si esto fuera poco, el gobierno por decreto acaba de suspender el pago de unos 10 mil millones de dólares llevando, una vez más, al estado argentino al default (técnico por ahora).
¿Habrá crisis? Sí. ¿Será dolorosa? Sin dudas. Es así. Punto.
Lo importante, sin embargo, es no obsesionarse con el sufrimiento que vamos a padecer o empecinarse en pronosticar el escenario más apocalíptico. Deberíamos, en cambio, extraer valiosas lecciones para que estas recurrentes crisis económicas no vuelvan a suceder y apostar por soluciones novedosas y valientes. Lo peor que podemos hacer es seguir repitiendo los errores que nos han condenado a la decadencia.
Nuestra revolución
Sí, Argentina debe cambiar. Radicalmente.
¿Qué clase de reformas entonces nos pueden sacar del círculo vicioso de deterioro social y llevarnos a la prosperidad y la grandeza?
Las reformas que voy a sugerir en las líneas que siguen seguramente no agotan todos los cambios que el país necesita, pero sí constituyen medidas capaces de transformar fundamentalmente nuestra sociedad. Es hora de pensar en grande, “fuera de la caja” y, por sobre todo, en franca ruptura con todo lo que se vino haciendo hasta ahora y nos ha llevado a la difícil situación en la que estamos.
En ningún lado está escrito que uno de cada dos niños argentinos deba ser pobre, que tengamos que vivir en crisis permanente o que nuestras calles no puedan ser seguras. Pero abandonar esta trampa mortal en la que nos hemos metido implica que tengamos el coraje de cambiar.
Aquí sugiero rudimentariamente qué puntos tiene que contener un cambio real de la Argentina. Lo que tengo en mente no son ni la “salida de la crisis” ni, mucho menos, la administración de la miseria que vienen haciendo los gobiernos desde hace mucho. Quiero que utilicemos esta crisis para hacer nuestra revolución.
Aquí van:
1. e-government
El costo que impone la administración estatal sobre el sector productivo del país es insoportable. Sin tener en cuenta la carga fiscal, tan sólo las regulaciones kafkianas, la opacidad de los procedimientos públicos y la corrupción del funcionariado público hacen del “costo argentino” algo impagable.
Esta situación debe cortarse de raíz.
¿Cómo? Con una simplificación absoluta de las reglas y normas de la actividad económica y productiva. Y para ello una herramienta esencial es el e-government.
El mejor ejemplo mundial al respecto es Estonia.
En aquel pequeño gran país del Báltico, 99 por ciento de los trámites burocráticos y de los servicios públicos se realizan online. Las únicas excepciones son casarse, divorciarse y comprar una propiedad.
¿Qué se entiende por e-government o servicios digitales? “Un servicio digital para el gobierno de Estonia es un servicio de punta a punta totalmente digital sin llamadas telefónicas, visitas a oficinas o papeleo físico”.
¿Cuál es el resultado?
La economía de Estonia, es decir, los emprendedores, pequeños empresarios, quienes están comenzando con un nuevo negocio, etc. ahorran más de 844 años de tiempo de trabajo que la burocracia les insumiría anualmente. Sí, leyeron bien: 844 años. Para tener una perspectiva, tan sólo gracias a la posibilidad de firmar documentos digitalmente logran ahorrarse 2 por ciento del PBI.
Para cambiar de domicilio un ciudadano sólo necesita de una autenticación que utiliza la identificación digital. Así, cualquier individuo puede actualizar su información en menos de dos minutos.
Gracias a estas reformas de e-government, en Estonia se puede abrir un negocio en 18 minutos (posee el récord mundial).
2. Sostenibilidad y transparencia fiscal
Un sistema fiscal sostenible y transparente debe ser, a la vez, pagable para los contribuyentes y sencillo de entender y cumplir. Cuando las alícuotas son demasiado onerosas o el código fiscal requiere de un batallón de contadores y abogados para su comprensión, el sistema se vuelve insostenible, opaco y el último término, injusto.
El tortuoso tinglado impositivo de la Argentina debe ser reemplazado por un sistema ágil, moderado y sencillo.
Específicamente para las empresas, la principal características que debería tener es que, tanto las ganancias que se conservan en la cuenta de una empresa o las que se reinvierten, no sean gravadas. Esto significa que todo el dinero que ingresa a la cuenta de una empresa o se utiliza para gastos justificables no paga impuestos.
De esta manera, empresas que están recién comenzando y luchan por generar ingresos no tienen que preocuparse por pagar nada más allá de sus gastos. El objetivo es claro: fomentar el espíritu empresarial, el emprendedorismo y el crecimiento de los negocios en el país.
Los impuestos sólo deben pagarse cuando se pagan dividendos, salarios, etc. Y cuando esos impuestos se paguen, la tasa deber ser baja y fija (flat tax).
Pero, ¿es esto posible? ¿No será sólo posible en un “paraíso fiscal” algo así?
La respuesta que este sistema impositivo existe, también en Estonia, y de hecho, es considerado por el Índice de Competitividad Fiscal de 2019 de la Tax Foundation como el mejor código fiscal de la OCDE:
“Su puntaje más alto es impulsado por cuatro características positivas de su código tributario. Primero, tiene una tasa impositiva del 20 por ciento sobre el ingreso corporativo que sólo se aplica a las ganancias distribuidas. Segundo, tiene un impuesto fijo del 20 por ciento sobre el ingreso individual que no se aplica al ingreso por dividendos personales. En tercer lugar, su impuesto a la propiedad se aplica sólo al valor de la tierra, en lugar del valor de los bienes inmuebles o el capital. Finalmente, tiene un sistema tributario territorial que exime el 100 por ciento de las ganancias extranjeras obtenidas por las corporaciones nacionales de los impuestos nacionales, con pocas restricciones”.
3. 90 por ciento innovación + 10 por ciento regulación
Este tercer punto implica quizás el cambio más profundo. Pero también el que mayores réditos puede traernos.
De hecho, los argentinos y los latinoamericanos quieren más innovación. Adonde debemos propiciar un cambio de mentalidad es en las autoridades para que comprendan que la innovación, los nuevos productos, servicios y modelos de negocios deben estar, en principio, siempre permitidos. Salvo que haya sospechas ciertas y justificables respecto del daño que puedan provocar un producto o servicio, la innovación debe ser dejada en paz.
La resolución de problemas debe quedar en manos de respuestas imaginativas y no de regulaciones y prohibiciones que entorpecen y ahogan el espíritu emprendedor.
Tal como explica Adam Thierer, no podemos estar regular y planificar con la suposición del peor escenario posible ya que eso significará que muchos de los mejores escenarios nunca sucederán. Esa es la verdadera catástrofe que sufrimos todos los días.
A la base de la innovación sin permisos se encuentra un optimismo racional. El cual reconoce que las innovaciones son algo bueno y actúan como el impulsor principal del progreso.
Y el motor de este proceso es la capacidad de exponer sus ideas al mundo y dejar que se prueben. Esto sólo puede ocurrir de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. No se puede planificar ni centralizar desde oficinas públicas o entes reguladores.
Cuando se detiene este proceso, ya sea con prohibiciones o con regulaciones asfixiantes, a lo que verdaderamente se le pone freno es a la innovación disruptiva, a la creatividad humana y al bienestar social.
¿Queda algún rol para el estado respecto de la innovación? Sí. Un control mínimo para salvaguardar a la población. Si estuviéramos preparando un cocktail, la receta sería nueve partes de innovación y una de regulación.
En conclusión, Estonia puede ser un modelo que ayude a sacar al país de la decadencia y la crisis constante. Por su parte, abrazar la innovación nos puede poner a las puertas de una nueva revolución industrial. La adopción de estos tres puntos pondría a nuestra Argentina en una inmejorable situación para fomentar la creación de nuevas empresas, revitalizar a las ya existentes y atraer capital y talento extranjeros.
* Federico N. Fernández es Director Ejecutivo de Somos Innovación (la alianza latinoamericana en favor de la creatividad y la innovación), Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria) y Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina). Se desempeña también como Presidente del Comité Organizador del Congreso Internacional “La Escuela Austríaca de Economía en el Siglo XXI”, que se realiza alternativamente en Argentina y Austria.