Antes de empezar este artículo he de confesarles que soy un poco fan de Hernán Casciari, un escritor argentino que recita cuentos cada tanto y que hoy se está dedicando a contar historias en formatos cada vez más diferentes. Tienen que saber esto porque en parte él fue quien me motivó a plasmar este artículo luego de escucharle decir: “Siento que hay una patología social de la que no se habla como patología todavía, (…) con la palabra dólar.”
Para Hernán, existen intereses que buscan hacer del dólar un tema de preocupación. Además, existirían argentinos obsesionados con la moneda, como si fuera un problema meramente psicológico. Así, el presidente Alberto Fernández en su estilo tan particular afirma que “gran parte de la inflación es autoconstruida, está en la cabeza de la gente”.
En realidad la preocupación de los argentinos por el dólar es directamente proporcional a la que tienen por la devaluación de su propia moneda. De hecho, curiosamente Casciari en su libro “Más respeto que soy tu madre” grafica bastante bien lo catastrófico que resulta en el largo plazo la inflación para el ahorro familiar. En la sección La tarde que fuimos ricos menciona cómo el ahorro de un abuelo producto de la venta de su casa por ciento veinte mil millones de pesos ($120.000’000.000) en una sola generación se devaluó hasta el punto de que solo les alcanzó “justo para comprar el pan, ¿no necesitábamos un pesito para el pan? Y hasta nos sobran veinte guitas para comprar sedas”.
Y es que en esto radica el drama argentino alrededor de su moneda, que equivocadamente se interpreta como una obsesión malsana con el dólar. La planificación a futuro, el ahorro y por ende el progreso se hacen cada vez más difíciles con una moneda que pierde su valor semana a semana, mes a mes, año a año. Y que no se diga de generación en generación donde una familia que pudo haber sido rica perpetúa su pobreza producto de la devaluación constante de la moneda.
En medio de esta tragedia, entre las propuestas serias ha aparecido en el debate público la de dolarizar formalmente su economía. En Latinoamérica hay un puñado de países que han optado por esta medida (Ecuador, El Salvador, Panamá), que para algunos argentinos no son precisamente ejemplo de países prósperos, en especial el caso ecuatoriano.
Algo que no suelen tener en cuenta es que la economía ecuatoriana siempre ha sido relativamente pobre a diferencia de la argentina que en algún momento llegó a estar entre las más ricas del mundo. Sin embargo, una de las mayores explosiones de riqueza del Ecuador se dio justo luego de la dolarización. Fenómeno que fue desaprovechado debido a que el país cayó bajo las garras de uno de los miembros del cartel del Socialismo del Siglo XXI, quien desincentivó la iniciativa privada, despilfarró recursos, subió impuestos, aranceles y creó barreras comerciales. No sorprende entonces que desde el año 2014 el Ecuador enfrentó nuevamente una debacle económica por primera vez desde que se tomó la decisión de dolarizar.
Es decir, tener una moneda que funcione es importante pero no es lo único importante.
Por otro lado, algo que los críticos del dólar no toman en cuenta es que la función de la moneda como tal no es enriquecer a la población. La moneda es una tecnología que hemos creado para facilitar el intercambio de valor. La moneda tiene tres funciones básicas: 1) Unidad de medida, 2) Medio de pago/intercambio y 3) Reserva de valor. Se puede discutir sobre si el dólar es la mejor moneda que puede tener el Ecuador, pero sin duda con una inflación anual promedio de alrededor del 3 por ciento desde el año 2004, cumple todas esas funciones mejor que la moneda argentina.
Los argentinos deberían considerar seriamente la dolarización y si sus líderes quieren una moneda regional, deben exigir que esta sea el dólar. Es momento de que dejen de experimentar y se vayan por lo que realmente funciona, de eso depende su bienestar económico y por qué no, también el mental.
* Leonard Quinde Allieri es Investigador Asociado de la Fundación Internacional Bases
Fuente: Fundación Internacional Bases