La Argentina transita un momento muy delicado de su historia y los políticos no ayudan mucho a sobrellevarlo con éxito.
El Coronavirus que nos atormenta en la actualidad, aunque parezca mentira, no es el problema más grave. El verdadero problema es la clase política que nos viene gobernando hace 80 años y que día a día, profundiza las medidas destructivas que impone a los argentinos. Este virus sólo potencia la crisis.
El grado de arrogancia y cinismo de nuestros políticos es para los Guiness.
Desde legisladores como Carlos Caserio, quien dijo que «la clase política no hace esfuerzos, sino que dicta normas. Hablar del esfuerzo de la clase política es no entender al Estado, no es un elemento productivo del país», ciertamente no sólo no son productivos sino que son un cáncer. Queda claro que ser político o sindicalista en Argentina, es un curro que se consigue con cuña y chupando medias; muy lejos de ser una vocación de servicio público.
El Papa Francisco no se escapa en este análisis. Consecuente a sus homicidas ideas socialistas, ideas responsables de 100 millones de muertos, aseguró: “sabemos que defender la gente supone un descalabro económico. Sería triste que se optara por lo contrario, algo así como un genocidio virósico».
Estimado Bergoglio: a las personas se las defiende dándoles mejores condiciones de vida y eso se logra mediante el desarrollo económico del libre mercado, no con discursos emotivos. Mejor dedíquese a las cuestiones de Fe, hablando de economía usted es muy peligroso.
Finalmente nos dejamos de postre las declaraciones de Alberto Fernández.
Primero, el continuo ataque al sector privado, ¡ese que le da de comer al sector público! «Que el esfuerzo sea no ganar tanto. ¡Miren lo que estoy pidiendo!«.’ «No es posible que a los empresarios haya que llevarlos a los latigazos. Seamos todos responsables”. “¿Qué le puede pasar a una empresa que un mes trabaje menos? Que gane un poco menos. Colaborá con los que hicieron grande tu empresa, porque es grande por el trabajo de esa gente”. «Algunos miserables olvidan a quienes trabajan para ellos y los despiden».
Este es un claro mensaje “anticapitalista” que atrasa más de 50 años. El mundo ha entendido que la creación de empleos genuinos (privados no públicos) es el único modo de salir de la pobreza y no este verso marxista.
Es más, Alberto Fernández redobla la apuesta:
“El estado va a estar más presente que nunca, creo que todos nos hemos dado cuenta de la importancia del estado en esta instancia”. «No se trata de andar fijando precios, sino que las ganancias y utilidades sean razonables».
O sea, ellos, los sumos sacerdotes del dios estado, ellos son los buenos samaritanos que nos defienden de los perversos privados… Lo preocupante no es que expresen este discurso estatista… ¡lo preocupante es que haya gente que los aplauda! Les están diciendo que son unos idiotas y que papá Estado los va a cuidar porque son unos inútiles… ¡y encima tienen que estar contento y agradecer!
Luego está el tema de las flagrantes contradicciones dentro del mismo discurso. Justificó la prolongación de la cuarentena porque sirve para tener “datos claros de cómo se incuba la enfermedad y atenderla adecuadamente”. Cuando cinco minutos antes había asegurado que tenía “comunicación permanente con la comunidad científica del mundo y de la OMS”.
Me pregunto, en esa comunicación permanente con los científicos: ¿no se le ocurrió preguntarles cómo era la incubación y el tratamiento? ¿Acaso los argentinos somos de otra especie humanoide y sus datos no nos servían? ¿O quizás es necesario que sigamos en cuarentena para ser unos buenos Conejillos de Indias para la OMS?
¿Y qué decir de la superioridad moral del presidente? Tanto que aspira a que “esto le sirva de enseñanza a la humanidad, que la humanidad deje de ser tan miserable y tan egoísta, y vuelque la mirada sobre los muchos que necesitan y han sido olvidados por el desarrollo. Es una falta de solidaridad enorme. Una sociedad que descarta no es una sociedad, es una perversión”.
Es interesante comparar este mensaje lleno de humanismo y de desinteresada entrega al prójimo con su respuesta cuando se le preguntó si se bajaría el sueldo: “eso no es necesariamente es justo”.
Ser generoso con el dinero de otros es fácil, señalar con el dedo inquisidor a quienes no son solidarios también lo es; pero ser caritativo con la de uno… ¡eso sí que no!
¿Y el federalismo? Bien gracias. “Estoy en permanente contacto con todos los intendentes del gran Buenos Aires, a quienes de corazón les agradezco la forma en que se involucraron en hacer cumplir la cuarentena”. La mitad de los votos de Argentina están concentrados en una sola provincia… ¿¡para qué preocuparse por el resto!? Desde Rosas a la actualidad, no han habido líderes más profundamente unitarios, que los federales truchos.
“Pataleó un rato como todo hijo y cuando vino (a Olivos) le dije: `en dos horas va a pasar esto, y no vas a poder salir y no te voy a dejar solo en tu casa´”.
¿Debe un presidente hacer uso personal de información privilegiada? ¿Acaso otros padres no podrían haber hecho lo mismo? Los hijos de padres mayores que viven solos, ¿podrían haberselos llevado con ellos si hubiesen sabido?
Finalmente, un poco de cinismo y de sinceridad.
Decirle que debemos continuar la cuarentena “con la alegría que da saber que estamos haciendo bien las cosas”, a personas que no están trabajando, que no saben cómo van a comprar alimentos y que desesperan pensando en cómo van a pagar las deudas, me recuerda a los líderes de las sectas que enajenaban a sus seguidores y los llevaban cantando a la muerte.
Y la poca de sinceridad se lee en: “Estamos haciendo todo lo que debemos hacer, no el gobierno, la sociedad argentina”. Claramente el esfuerzo lo está haciendo la gente que produce y que vive de lo que genera. La política nunca pensó en recortar sus ingresos, sólo la presión social los obliga a tocar sus bolsillos.
P.D.
Cinismo 1: Alabar a Moyano… ¡Increíble!, no tiene límite ni moral.
Cinismo 2: El gobierno de científicos que cuida a nuestros mayores no sólo mostró ser una caterva de inútiles, sino además inhumanos.