Caminamos por las pavimentadas ciudades, hacemos uso de algún tipo de transporte para desplazarnos de un lugar a otro, compramos la comida que necesitamos, usamos nuestros teléfonos móviles para comunicarnos, tratamos de seguir una rutina laboral y/o estudiantil día a día. ¿Nos olvidamos de algo? Singularmente dentro de todas las actividades que realizamos, con la capacidad embotada por la rutina o la costumbre, muy pocas veces apreciamos a detalle todo lo que a nuestro alrededor existe producto del ingenio humano.
A propósito del ingenio humano, ¿qué sucede en ese proceso de aprender y desaprender en un entorno donde la educación está centralizada y dirigida por el Estado? Cuando vamos a la escuela desde temprana edad, por lo general, se nos enseña a pensar en la centralización del conocimiento como un bien necesario. Se suele considerar al profesor como la única persona que puede brindarnos algún conocimiento específico. Para agravar la situación, se suele pensar que la única vía para aprender algo valioso para la vida es a través de las escuelas, institutos y universidades que tienen el permiso del Estado para emitir los respectivos títulos y/o certificados.
En ese contexto, muy pocas veces se invoca o sugiere acometer un acto reflexivo respecto de lo que es aprender y la ausencia de los porqués en la etapa adulta de la vida nos indica que la educación centralizada ha hecho bien su trabajo: el conocimiento como algo terminado es la regla general, el autoaprendizaje y el cuestionamiento constante son la excepción.
Desde que se empezó a descentralizar la información a través de la Internet surgió, producto del orden espontáneo, lo que hoy se conoce como bootcamp: una alternativa al viejo modelo educativo centralizado, donde se aprende a programar computadoras teniendo en cuenta las necesidades del aprendiz. Las universidades públicas y privadas latinoamericanas en mayoría no se han adaptado al cambiante y dinámico mercado del sector tecnológico. Hecho que convierte a los bootcamps en una opción más que pertinente y atractiva para las personas que les interesa aprender a programar computadoras en corto tiempo. Sumado a esto, las empresas tecnológicas piden a gritos talento real y para poder medirlo no se fían de los títulos universitarios o de los certificados oficiales.
Y es así como aparecen en el escenario dos necesidades no cubiertas. Por un lado, las personas que, sin tener un título universitario, son capaces de aprender en corto tiempo y buscan una oportunidad laboral en el sector tecnológico. Por otro lado, las empresas tecnológicas que se enfocan en buscar el mejor talento disponible en el mercado.
El dinamismo y la manera acelerada de iterar en el sector tecnológico ha llevado a la industria a considerar al sistema educativo centralizado como obsoleto para sus cambiantes requerimientos, y los bootcamps se han vuelto los aliados perfectos para hacer más notoria esa deficiencia de la educación centralizada por un órgano Estatal. Y es que, en un bootcamp, sin hacer especial énfasis en alguno de ellos en específico, uno aprende a ser dueño de su aprendizaje, se desenvuelve en un entorno similar al laboral, lo que hace que el estudiante repiense la posibilidad de estar dispuesto a involucrarse definitivamente en la industria digital.
En dicho entorno, según el espíritu creativo de cada persona, se pueden asumir valores y responsabilidades pensadas en ese futuro profesional visualizado. Parece una maravilla inalcanzable con sólo describirlo… ‘Pero es real y existe gracias a esos pequeños espacios de libertad que todavía son posibles en algunos países de Latinoamérica, lo cual alienta a pensar en un futuro mejor a favor de la libertad! En un contexto donde la educación centralizada por el Estado se ha vuelto el enemigo más perverso y silencioso en contra de la libertad. Es importante enfatizar que existen muy pocas voces valientes para denunciar semejante atrocidad: la educación centralizada por el Estado, tal como se da, nunca será a favor de la libertad del ser humano.
En esa línea de ideas, me atrevo a decir que los bootcamps podrían ser una alternativa con mucho potencial para recuperar los espacios de libertad que la centralización del conocimiento y la educación centralizada por el Estado, en general, han dejado a su paso. Probablemente, en un futuro no muy lejano podría hacerse extensiva la metodología de los bootcamps a diversas áreas del conocimiento, siendo así un aliado muy valioso a la hora de replantear alternativas de solución.
Mi enfoque es a favor de generar más espacios de libertad en la forma de adquirir conocimiento, puesto que ello es sinónimo de devolverle al ser humano, creativo en potencia, su capacidad innata para hacerse cargo de su propio aprendizaje, lo que lo llevará inevitablemente a valerse por sí mismo y para sí mismo.
* Jackeline Isabel Puruaya es actualmente Pasante en la Fundación Internacional Bases
Fuente: Fundación Internacional Bases