“Nada hay más terrible que una ignorancia activa”
Goethe
El conocimiento y las competencias se adquieren con estudio; ser ignorante es una elección de no acción. Tanto la ignorancia o pobreza de conocimientos como la pobreza material, son el estado natural del ser humano; nacemos pobres e ignorantes, y para “curar” ambos males, hay que invertir tiempo y esfuerzo, punto. Podría terminar acá el artículo, pues esto resulta tan evidente que resulta redundante explicarlo. Pero a la luz de los hechos actuales parece que no es tan así, pensemos un poco en la educación.
La cuarentena del 2020 alejó a los estudiantes de las aulas y tanto los padres, como los políticos responsables, los directivos, los gremialistas y los docentes no encontraron una adaptación efectiva al interminable cierre de los salones de clases. Lo preocupante es que el 2021 parece encaminarse en el mismo derrotero, por más que algunos “simulen” querer resolver el problema.
Es cierto que, para poder planificar, se precisa un mínimo de previsión de futuro a mediano plazo (por lo menos). La expectativa del levantamiento de la eterna cuarentena 2020 fue prorrogada una y otra vez cada 15 días atentó contra toda previsión, aunque considero que esto fue más un condicionante que un determinante.
De los gremialistas y políticos claramente no espero un esfuerzo imaginativo para salir de esta encrucijada, ellos están muy felices con esta situación. Un pueblo bruto y pobre es fácilmente manejable y más barato.
Pero de aquellos padres que entienden lo que implica para sus hijos perder cantidad y calidad educativa (por desgracia son menos de los que me gustaría), de los alumnos más grandes (al menos de los universitarios), de los docentes con verdadera vocación (lamentablemente en peligro de extinción) y del puñado de directivos que piensan en algo más que su jubilación, de ellos esperaba más.
Seguro no faltarán los “políticamente correctos” que me acusarán de “meter a todos en la misma bolsa”, cosa que claramente no he hecho; pero creo que una de las primeras cosas que debemos comenzar a hacer es discriminar. Si si, discriminar. Discriminar entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, entre los responsables y los que no lo son, entre los aptos y los incompetentes, entre los proactivos y los parásitos.
Pero para discriminar primero es preciso saber y reconocer las características diferenciales de las cosas, los hechos y los actos, y valorar todo a la luz de nuestro pensamiento crítico; y para tener un pensamiento crítico debemos ser intelectualmente honestos.
Discriminar, saber, pensamiento crítico y honestidad intelectual son todas capacidades que se desarrollan en el proceso educativo (no solo instrucción y menos aún imposición dogmática), este proceso lógico-racional y reflexivo es el que nos da las herramientas para elegir beber agua y no veneno, para respetar al prójimo y no maltratarlo, para elegir políticos honestos en lugar de demagogos corruptos y tiránicos.
No voy a entrar en la discusión de si en el resto del mundo se cerraron más o menos días las escuelas; creo que la diferencia más importante estriba en lo actitudinal. Nos llevó un año plantearnos con algo de seriedad la reapertura
de las escuelas cuando en el resto del planeta esa prioridad fue cosa de todos los días.
Pienso que este momento crítico que vivimos es una oportunidad que como país debemos tomar y si las autoridades no quieren tomarla, quizás debamos ser nosotros, los ciudadanos de a pie, los que tengamos que hacernos cargo.
¿Los docentes no quieren ir con muchos alumnos por miedo al contagio? Perfecto, sigan con las clases teóricas a distancia, pero hagan, por ejemplo, trabajos prácticos y clases de consulta presenciales y en grupos pequeños rotativos. Dividan el curso y den al mismo tiempo la clase virtual y presencial (para no duplicar el trabajo) rotando a los alumnos en distintos días.
Trabajen en conjunto con otros docentes de la misma materia de otras instituciones para formar una biblioteca en las redes, generen un trabajo cooperativo y dividan los temas según las preferencias y capacidades.
Generen competencias entre los alumnos y las escuelas, presentaciones de trabajos intercolegiales, grabación de audiolibros de las materias que se cursan, no sé… utilicen la imaginación más allá de las estructuras clásicas.
Muchos docentes creen que son “revolucionarios” porque se sientan a la par de sus alumnos, los tutean (y se dejan tutear), hablan en lenguaje inclusivo, rechazan todo lo que no sea posmodernista y escriben en las redes. Valoran más la pedagogía que los contenidos, reniegan de las metas, justifican todo por algún contexto y consideran la excelencia como discriminadora.
Les digo a los maestros, profesores y directores que, si de verdad quieren ser rebeldes, digan basta a los curriculas cerrados y envasados en ministerios lejos de sus alumnos. Atrévanse a oponerse a los lineamientos políticos y a los dogmatismos con los que buscan idiotizar a los niños. Muestren otras perspectivas, hagan escuchar otras campanas; recuperen lecturas que muestran la belleza del arte como “El Quijote” o “Hamlet”; exploren las líneas de un “Hombre Mediocre” o de un “Facundo”, dialoguen con un Aristóteles, escuchen un Tchaikovsky y en su “Obertura 1812” sientan la derrota de Napoleón en Rusia.
Los padres debemos involucrarnos más. Ver qué les enseñan a nuestros hijos, oponernos al lavado de cerebro, estimular sus inquietudes y poner en evidencia las persecuciones. Estoy de acuerdo que no se puede poner en riesgo aprobar una materia por problemas ideológicos, pero se puede entrar en las clases a distancia con otro nombre, observar las clases y debatir (no discutir) con el docente cuando se desvirtúa la enseñanza.
Las propuestas enumeradas son algunas ideas sueltas, seguro hay mucho más por hacer, mucho más por idear. Estas no son la solución de fondo, para conseguir la misma se debe tener el poder político que las personas sensatas ingenuamente hemos cedido; por eso, debemos infiltrarnos en la educación, poner en jaque a los militantes, exponer ante el alumnado, en las redes y en los medios a quienes pretenden lavar cerebros y a quienes extorsionan a los alumnos amenazándolos con el aplazo si no repiten las consignas ideológicas impuestas.
Ocupemos espacios que como padres por derecho nos corresponde, cuidemos no solo la salud física de nuestros hijos, también su salud intelectual, ética y académica. Esta Rebelión de los Mansos debe ser silente, infiltrante, lenta pero imparable.
Fuente: «Fundación LiberAr»