¿Cómo se desinfla un Boom?

Estamos contentos con la ciudad. De ser la cenicienta nacional nos hemos convertido en lo que algunos llaman la Barcelona argentina. Rosario crece y todo el mundo habla de boom económico. Las consecuencias positivas del mismo se ven claramente: apertura de comercios, construcción, creación de empleos, mejores condiciones de vida para los rosarinos. Por supuesto, no quedan dudas que el auge económico es impulsado por la iniciativa privada. Por eso creemos es muy necesario señalar síntomas preocupantes que la amenazan y ponen en peligro la bonanza actual.

En primer término debemos nuevamente hacer referencia nuevamente a los peligros de la preservación arquitectónica coercitiva. En las páginas de La Capital* se habla del “mercado” como algo “antisocial”, debido a la construcción de un edificio de nueve pisos en Pichincha… un crimen verdaderamente terrible. Imaginemos que en lugar de uno hubieran sido diez las edificaciones en ese barrio –con la consecuente creación de empleos directos indirectos y generación de riqueza- qué deberíamos hacer con los villanos, quienes a través de acuerdos libres y voluntarios, perpetuaran semejante acto de lesa humanidad: ¿colgarlos?

Ciertamente la contemplación urbana es muy placentera, pero ella no da derechos sobre la propiedad ajena. Normas de tipo prohibicionista sólo traerán nuevos obstáculos a la construcción, más burocracia y pérdida de derechos a los ciudadanos.

El segundo tópico amenazante es insoslayable: las retenciones. De cada cinco barcos que salen de nuestro puerto cargados con soja, uno se lo queda el presidente Kirchner. El perjuicio que este hecho produce a Rosario y a la Región es inmenso. En buena lógica uno podría deducir que tal situación de expoliación por parte del estado nacional a Santa Fe indigna a nuestras autoridades. Pues parece que no. Recientemente fueron aumentadas las retenciones a los lácteos santafesinos y la gobernación se conformó con que parte de ellas se utilicen en un fondo para “incentivar las inversiones” en el sector. La alegría de los incentivados ha de ser inmensa. No extrañaría que estén solicitando una nueva suba que posibilite más inversiones.

Tan sorprendente como la inacción oficial es que, en un hecho de autoflagelación notable, las encuestas pronostican que alrededor de un 80% de los votantes santafesinos sufragarán por fuerzas políticas defensoras y garantes del impuesto a la exportación. La incapacidad de la sociedad para generar una alternativa que defienda los intereses de la provincia y sus ciudadanos tiene como resultado tragicómico que hemos perdido incluso hasta el “tranquilizador disgusto” de ser defraudados luego del acto electoral.

A lo ya expresado sería interesante agregar algunos síntomas “menores” y otros latentes que también ponen nubarrones en el horizonte de crecimiento de la ciudad. Entre los “menores” podemos citar la cruzada moralizante contra el cigarrillo y los fumadores. Démosle al César lo que es suyo y digamos que es lícito que en las dependencias estatales pueda prohibirse por ley el fumar. Pero en los locales privados la situación es completamente diferente. Allí quienes fijan las reglas han de ser los propietarios, quedando al libre arbitrio de los consumidores el visitarlos. ¿Qué tiene que ver esto con la economía de la ciudad? Muy simple: esta última crece cuando los individuos son dejados en libertad para emprender y contratar. Pero la normativa antitabaco constituye una peligrosísima violación de la propiedad –porque parece insignificante y orientada por la benevolencia- y un pésimo antecedente de intromisión estatal en decisiones exclusivamente privadas.

En el caso de los síntomas latentes es bueno recordar la cuestión de la autonomía municipal. ¿Por qué? Debido a que los argentinos tenemos una capacidad innata para pervertir las instituciones. Así, por ejemplo, lo que debería ser un seguro universal de desempleo muta en una “caja” manejada por punteros y piqueteros clientelistas que lucran con la pobreza ajena. Por eso, es menester de los que deseamos ver convertida a Rosario en una gran ciudad el controlar que la autonomía no sea un instrumento más de imposición fiscal.

A modo de conclusión digamos que los nubarrones arriba anunciados provienen principalmente de dos fuentes: el dirigismo y la apatía. El dirigismo es la actitud arrogante de creer que uno o un comité de sabios pueden decidir por todos los individuos. Dicha actitud genera que haya personas que crean saber cuánto tiene que ganar quien siembra soja, qué propietarios deben resignar los derechos sobre su casa, dónde se puede fumar. Si a nuestros ingenieros sociales, siempre dispuestos a solucionar todos nuestros problemas –a cambio de obedezcamos y paguemos, por supuesto- agregamos la apatía ciudadana que los deja actuar, las perspectivas de crecimiento pueden no ser tan alentadoras en el futuro.

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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