Fundación Bases
Tal como es de público conocimiento, el gobierno de Hermes Binner ha puesto en marcha una campaña mediática, apoyada por funcionarios, profesionales locales y los obsecuentes del poder (que nunca faltan), para motorizar la construcción del Puerto de la Música.
Con ánimo de sumar una voz al debate, me gustaría explicitar los principales puntos en los que se basa mi completa oposición a la faraónica obra, así como también plantear algunas críticas y observaciones a los argumentos de sus apologistas.
I- La falacia de la visión ofertista
Muchos de sus partidarios afirman que el Puerto de la Música va a ser un trampolín para producir nuevas generaciones de artistas locales. Sostienen que la oferta cultural del mismo necesariamente generará el interés de la gente.
Éste argumento, creo, es tan atractivo como falaz. Los grandes virtuosos rosarinos surgieron por condiciones espontáneas, consecuencia de la afortunada conjunción de situaciones y talentos. Fito Páez, quien probablemente sea el músico más icónico de la ciudad no necesitó un teatro financiado con impuestos de los contribuyentes para poder dar el salto a Buenos Aires y al extranjero.
Si en Rosario efectivamente existiera una demanda para actividades culturales de gran porte, habría más que dos teatros (El Círculo y Astengo) con programación estable de música clásica, danza y ópera. La realidad es que esa demanda no existe, si no, los privados ya la hubiesen explotado.
II- Rosario como un polo turístico
El argumento del ícono turístico parece sacado de la película “El campo de los sueños”, en la que el personaje de Kevin Costner escucha voces que le dicen “Constrúyelo y ellos vendrán”.
Las ciudades no se convierten mágicamente en polos turísticos por la implantación a la fuerza de un hito arquitectónico. De la misma manera, muchas pueden perfectamente serlo sin tener ningún ícono distintivo. Ciudades como Praga, Viena, Bruselas o Amsterdam tienen un caudal importantísimo de turistas sin contar con obras faraónicas que puedan ser relacionadas rápidamente con dichas ciudades ciudad.
Además, sería una ingenuidad absoluta suponer que París es lo que es por la Torre Eiffel: París es París por todo lo que la ciudad ofrece, que la Torre Eiffel se encuentre ahí es anecdótico. Sus millones de turistas seguirían visitándola aunque mañana la Torre se evaporase. El mejor ejemplo de algo así es Nueva York, cuyo símbolo de éxito económico fue destruido como parte de un acto de odio pocas veces visto en la historia de la humanidad y, sin embargo, la ciudad no ha perdido nada de su encanto.
Volviendo a Rosario, creo que es clave aclarar de antemano que la ciudad es función de la gente que la vive y, justamente por eso, no hay nada que criticarle a la ciudad en sí misma. Los rosarinos, con sus gustos y preferencias, fueron moldeando la oferta de productos y servicios que es acorde a sus necesidades. Sin embargo, es importante preguntarse qué tiene la ciudad para ofrecer al turismo. La respuesta es: probablemente muy poco. Rosario no es una ciudad privilegiada geográficamente como pueden ser Mendoza, Ushuaia, Mar del Plata o Iguazú. Por ello su atractivo turístico tendría que venir por el lado de la oferta de servicios. Desafortunadamente, la ciudad carece de cultura turística al punto de que sus restaurantes y bares más atractivos no cuentan siquiera con menúes en otro idioma que no sea el español. Por otro lado, el esparcimiento que prefiere la mayor parte de los rosarinos tampoco es atractivo para el turismo ya que la oferta gastronómica es muy pobre para una ciudad de un millón de habitantes y no hay variedad en las opciones de bares y clubes nocturnos.
Finalmente, a estas notorias carencias se agrega que los gobiernos municipal y provincial parecen hacer todo lo posible para minar aún más el atractivo turístico de la ciudad. Así, el transporte público es de los peores del país. Conseguir un taxi a la noche es una aventura y esperar un colectivo pondría nervioso al Dalai Lama. Para aquellos que tengan la suerte de visitar la ciudad en auto los espera una falta total de señalización de los puntos de interés y los baches más profundos. Por último, hay que mencionar la creciente inseguridad que se vive.
III- La Historia no ayuda a Hermes Binner
Quienes impulsan la construcción del Puerto de la Música, suelen usar paralelismos que tienen como objetivo entusiasmar al ciudadano de a pie con utopías primermundistas. El Museo Guggenheim de Bilbao y el Sydney Opera House suelen ser los íconos arquitectónicos a los que aluden, astutamente, los funcionarios del gobierno.
No obstante, la Opera de Sydney, por ejemplo, sufrió importantísimos atrasos en su construcción y groseras subestimaciones en los costos. Finalizar la obra tomó diez años más de lo pautado y los costos se elevaron en quince veces lo estipulado.
Preferiría no adentrarme demasiado en el hecho de que la actual gestión socialista posee conocidos antecedentes de interminables ejecuciones sus obras faraónicas. Las que, por si fuera poco, terminan costando un múltiplo de lo originalmente estimado.
Conclusión
Creo personalmente que la provincia no está en condiciones económico-financieras para encarar una obra presupuestada en no menos de diez millones de dólares (aunque todos sabemos que lo más probable es que termine costando mucho más) y cuya ubicación sería una de las áreas más peligrosas de la ciudad. De hecho, no me sorprendería enterarme de que el arquitecto Niemeyer jamás haya visitado la ciudad mientras diseñaba los planos.
Rosario tiene la oportunidad de convertirse en un centro turístico, pero ello muy probablemente lleve décadas. No hay soluciones mágicas ni atajos, y mucho menos cuando su principal motivación es la de que el cemento y los anuncios marketineros sirvan para tapar gestiones políticas sin nada para mostrar.
Para lograr un genuino interés turístico, los rosarinos debemos que permitirnos antes que nada: 1) generar un ambiente de inversión que permita crear empleo genuino, privado y bien remunerado; 2) tener la infraestructura necesaria para atraer más que el miniturismo del interior; 3) votar gobernantes que en lugar de pensar en mega obras, se ocupen de lo básico, bacheo, iluminación y señalización.