Un cortocircuito de cables el domingo causó caos en los aeropuertos del Perú. Miles de visitantes y peruanos fueron desviados y quedaron varados hasta el día siguiente en aeropuertos alrededor de todo el país y los países vecinos cuando se apagaron las luces en las pistas de aterrizaje del aeropuerto Jorge Chávez.
Al cancelar todos los vuelos en el aeropuerto de Lima, Córpac –la agencia estatal con la misión de “gestionar los servicios de navegación aérea y aeroportuarios con seguridad, eficiencia, calidad y responsabilidad ambiental”– reportó que el sistema de luces “ha sufrido un desperfecto”. Vaya desperfecto.
Mucho después, Córpac dio a conocer que no hay un plan de contingencia en caso de que se apagaran las luces de las pistas. Hay que agradecer que el apagón ocurrió poco antes del anochecer.
Este episodio me recordó el día en el que el presidente estadounidense Ronald Reagan tuvo que resolver el desorden en el transporte aéreo de su país causado por otro grupo que hasta entonces gozó de privilegios estatales: los controladores del tráfico aéreo.
Se trataba del sindicato de controladores aéreos que el 3 de agosto de 1981 declaró una huelga nacional. El paro vino luego de muchos años de disturbios laborales en ese sector que empezaron a finales de los 60. En 1981, tras siete meses de negociaciones entre el gobierno y el sindicato durante las que se acordó un aumento generoso de salarios y beneficios que luego el sindicato rechazó, se esperaba que el caos aéreo que generó la huelga le daría poder de negociación al sindicato.
Pero no fue así. En lugar de ceder, como era costumbre hasta entonces, Reagan optó por despedir a los más de 11.000 controladores en huelga si no regresaban al trabajo dentro de 48 horas. Casi todos se quedaron sin trabajo. La ley claramente prohibía huelgas de este tipo cuando se trataba de empleados del Estado y la seguridad pública. Reagan apeló a la ley y al sentido común, y el público lo apoyó, en perjuicio del sindicato.
Por un tiempo, hubo una reducción del tráfico aéreo, pero el despido masivo no causó una crisis. El 80% del trabajo lo hicieron supervisores, controladores de las fuerzas armadas y los que no participaron en la huelga. Mientras tanto, se entrenaron controladores nuevos.
La decisión de Reagan revirtió la costumbre según la que casi nunca se despedía a los trabajadores en huelga. Desde entonces, el número de huelgas importantes por año cayó de un promedio de 300 antes de la huelga de los controladores a 16 en la segunda década de este siglo.
Esa tendencia coincidió con el despegue de la economía estadounidense, un despegue basado en la desregulación y la reducción de impuestos que inició Reagan. Pero, a pesar de la decisión de Reagan respecto de los controladores aéreos, Estados Unidos se ha quedado atrás en esta área comparado con muchos países.
Mientras que en Estados Unidos el gobierno federal sigue a cargo del control del tráfico aéreo, Canadá y el Reino Unido, por ejemplo, lo han privatizado y ofrecen así un mejor servicio en términos de eficiencia, costos y seguridad. Tal y como explicó el presidente del sistema canadiense: “Los gobiernos no están en condiciones de manejar […] negocios dinámicos, de alta tecnología, las 24 horas del día”.
De acuerdo. Es muy temprano para saber qué tanto tiene que ver lo ocurrido en el aeropuerto de Lima con el episodio de Reagan y los controladores. Pero no hay duda de que tenemos que modernizarnos y que no es muy temprano para revisar la experiencia de Estados Unidos y otros países avanzados.
* Ian Vásquez es Vicepresidente de Estudios Internacionales y Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y coautor del Human Freedom Index. Vásquez es columnista semanal de El Comercio (Perú).
Fuente: El Cato Institute