Unas tres semanas después de mi cumpleaños número 8, tuvimos una extraña reunión en la sala de estar. Mis padres y otros parientes veían en la televisión algo que parecía un noticiero, pero no lo era. Aún se estaba escribiendo la historia: veíamos cómo personas de la denominada República Democrática Alemana cruzaban la frontera, acto que podría haberles causado la muerte a manos de su propia guardia fronteriza si lo intentaban el día anterior. Fue el gran paso para la liberación de aproximadamente 16 millones de alemanes el 9 de noviembre de 1989, y también fue el momento que familias como la mía habían esperado por 40 años: el reencuentro de familiares que habían sido separados por la cortina de hierro que dividió Alemania en dos.
Yo sabía que no todos los lugares de Alemania se parecían a Hamburgo, mi ciudad natal, una ciudad mercantil; una de las ciudades más ricas de Alemania Occidental. Sabía que existían miembros de la familia que no podíamos visitar. Tras la apertura de la frontera y la unificación, que se hizo realidad el 3 de octubre de 1990, estos parientes pasaron de ser abstractos a ser reales.
Filtros grises
Sentado en el Honda de mis abuelos, cuando cruzamos la frontera sentí como si un camarógrafo hubiera añadido un filtro gris al mundo. Parecía que los colores se habían escurrido de la realidad. No era sólo la contaminación, que era 15 veces mayor que en el oeste, sino también las manzanas y la disposición de las casas en el gris socialista estándar lo que creaba el efecto. Pude ver pueblos en un estado de colapso tan grave que parecía que nadie había invertido en ellos desde el fin de la guerra. Claramente, estaba en lo correcto.
Al llegar a la casa de mis familiares, observé que la diferencia entre su hogar y el mío era enorme. La casa a la que ingresamos no tenía el (desde la perspectiva actual cuestionable) estilo chic típico de los apartamentos de los años ochenta: el retrete estaba en el jardín. El paisaje estaba muy lejos del paraíso de trabajadores y agricultores que la propaganda socialista intentaba divulgar.
La discrepancia monumental en el estándar de vida no era visible únicamente en la diferencia que había en los electrodomésticos, sino también en la comida. Mientras el sistema basado en el mercado que funcionaba en el oeste permitía que los consumidores obtuvieran los bienes que deseaban y una amplia variedad de alimentos, la economía planificada del este no podía proveerles lo mismo. En 1989, cada habitante de Alemania Occidental consumía alrededor de 80 kilos de fruta; los de Alemania Oriental solo tenían 32 kilos de fruta, pero sí conseguían 150 kilos de papas.
La variedad y la calidad de los alimentos no eran los únicos aspectos que se veían perjudicados por el sistema socialista. En comparación con el oeste, la productividad alcanzaba el 49%, cifra que parece muy exagerada si se consideran los resultados de los registros de producción de las empresas de la RDA obtenidos tras la unificación y, especialmente, el PIB per cápita. Este último representaba un tercio del PIB de Alemania Occidental en 1989. Por lo tanto, se puede concluir que la productividad de Alemania Oriental se ubicaba entre el 20% y el 30%.
Paisajes florecientes
Después de la unificación, el canciller Helmut Kohl prometió “paisajes florecientes” para Alemania Oriental. Pero se le olvidó mencionar el precio. Un precio que ascendía a los 2 billones de euros. Entre 8000 y 14.500 millones de euros anuales sólo en programas para estimular el crecimiento.
Con programas masivos de renovación e infraestructura, Alemania invirtió en las ciudades y los pueblos que habían sido descuidados por tantos años. Como resultado, muchas localidades de Alemania Oriental están, hoy en día, en mejor estado que otras localidades de Alemania Occidental. Sin embargo, a pesar de todas las iniciativas implementadas, la productividad del este solo alcanza el 70% de la productividad del oeste. Mientras la tasa promedio de desempleo del oeste llega al 5,4%, la del oeste asciende a 7,9%. El trabajo especializado de investigación y desarrollo aún se encuentra principalmente en el oeste. Por lo tanto, el PBI per cápita promedio del este alcanza el 67%. Sajonia, el estado más poderoso del este, no llega a la mitad de Hamburgo.
Cuando uno visita Alemania Oriental hoy en día, puede ver paisajes florecientes y un estándar de vida que era inconcebible en 1989, pero también puede ver frustración y decepción, sentimientos que generan nostalgia por el sistema anterior en el que no tenían nada salvo seguridad. Un 57% considera que su experiencia en la RDA fue positiva o muy positiva. Si bien no se podía viajar, todos tenían trabajo. No se podían comprar bienes, pero al menos se sabía que había un plan. Por lo tanto, el antiguo (?) partido socialista está cobrando fuerza e incluso consiguió tener uno de los Primeros Ministros del país. El asesinato de 251 personas al intentar cruzar la frontera, las escuchas telefónicas constantes o la encarcelación de quienes expresaban su opinión son hechos que parecen haber caído en el olvido. Pero esto no es sólo resultado de la decepción, sino también del error humano de ver el pasado a través de un cristal rosado. Uno suele olvidar cuán gris era su mundo.
Pasar tiempo con toda la familia recordando las manifestaciones de 1989 y todo lo que sucedió después es algo que siempre genera discusiones. Pero estamos muy felices de poder hacerlo juntos, sentimiento que compartimos con el 84% de los alemanes.
Daniel Kaddik es de la oficina para el sureste de Europa de la Fundación Friedrich Naumann.
Este artículo fue escrito para la Fundación Bases, que también se encargó de traducirlo al español.
Una versión algo diferente de este artículo fue publicada por PanamPost.