John Maynard Keynes es probablemente el economista más influyente de la historia moderna. Dado que este autor inglés murió en 1946, nunca recibió el Premio Nobel de Economía, pero muchos de sus sucesores y seguidores sí lo hicieron.
En 1936 publicó su Obra Magna, La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, donde puso en el centro de la escena a la “demanda agregada” para explicar los ciclos económicos. Desde la revolución keynesiana, de hecho, se agregó a las funciones básicas del gobierno, como seguridad, defensa exterior, y la provisión de alguna obra pública, la administración del gasto agregado mediante dos herramientas: la política monetaria y la política fiscal.
Ya en 1933 Keynes le había sugerido al presidente Roosevelt que, para reactivar la economía durante la Gran Depresión, debía “ayudar a crear ingresos adicionales a través del gasto de dinero prestado o impreso”. Un verdadero océano de literatura teórica y empírica ha seguido esta idea y, desde entonces, el gobierno es visto como el principal responsable de reiniciar el crecimiento en tiempos de crisis.
No extraña entonces que, tras la llegada del coronavirus y el derrumbe económico que enfrenta el país, Alberto Fernández considere poner en marcha un “plan keynesiano” para el período “pospandemia”.
La técnica keynesiana es análoga a lo que muchos mecánicos hacen con un automóvil que no arranca. Sin modificar nada del motor, solo agregaban unas gotas de combustible sobre el carburador. En la macroeconomía, esa nafta es el gasto público, o la emisión de dinero que reduce la tasa de interés.
Lamentablemente, la analogía en Argentina tiene una pequeña diferencia. Es que, al igual que en el caso de un automóvil, si el carburador está desbordado de combustible, no habrá forma de que el auto encienda.
Los desarrollados, el COVID y Argentina
Frente a la pandemia que inquieta a la humanidad, países desarrollados como Estados Unidos han puesto en práctica la receta keynesiana. No solo el Banco Central redujo, en tiempo récord, a cero su tasa de interés, sino que también el gobierno federal anunció planes de gasto público que incrementarán un déficit fiscal ya creciente antes de la llegada del COVID.
Podría discutirse incluso qué efecto tendrán estas medidas. Robert Higgs, por ejemplo, argumenta que no fue el New Deal el que sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión, sino el que generó que ésta se prolongue por tantos años.
Dejando a un lado ese debate, lo cierto es que los mercados vieron estas medidas con buenos ojos. En primer lugar, porque la tasa de interés de los bonos a 10 años del gobierno yanqui se fue a los mínimos niveles jamás vistos en la historia. Es decir, el mercado está pidiendo a gritos que Trump emita más deuda.
Por otro lado, porque al tiempo que la Reserva Federal lleva de 3.4 a 5.1 billones de dólares la base monetaria, el dólar se aprecia frente a todas las monedas del planeta. Es decir, el mercado demanda dólares como nunca en el último tiempo.
O sea que al margen de cualquier consideración sobre un “New Deal” en abstracto, se puede decir que el gobierno norteamericano cuenta con considerable margen para realizar políticas de estímulo keynesiano. Como podrá intuir el lector, en Argentina la situación es sustancialmente distinta.
Sin moneda ni crédito
Como en el cuento de los tres chanchitos, una vez que llega la tormenta, hay países que tienen su casa construida de ladrillos, mientras que otros tienen una morada de madera y también están lo que tienen una choza de paja.
A la luz de lo recién analizado, EE.UU. contaría con una casa de ladrillos, mientras que Argentina tiene una choza de paja. Para más inri, esta choza ya tenía goteras y riesgo de derrumbe antes de que llegue la tormenta.
En el gráfico de abajo se observa el promedio de los últimos 20 días del Índice de Riesgo País de Argentina y de otros países de la región. Como del gráfico se excluye Venezuela, que tiene un riesgo país superior a los 30.000 puntos, Argentina queda en segundo lugar del ránking. Es decir que el mercado prefiere prestarles a casi todos los gobiernos, antes que hacerlo a la administración de Alberto y Cristina Fernández.
Además, mientras Perú y Chile conseguirían deuda al 2% de interés anual en dólares, Argentina lo haría al 25%. Menuda diferencia.
Si miramos lo que pasa con la moneda, observamos que la inflación acumulada en países como Chile, Perú o Colombia es inferior a la que Argentina tuvo en el último año. Por otro lado, si se miran los datos de los últimos 10 años de nuestro país, los precios aumentaron un 1590%, o casi 17 veces.
Estos números reflejan que Argentina no tiene ni moneda ni crédito. Es decir, que incluso en el caso de que la receta keynesiana fuera la solución para estos momentos, nuestro gobierno no tiene manera de llevarla adelante.
Si quisiera aumentar el gasto público con cargo a deuda, profundizaría la crisis de deuda en la que ya estamos inmersos. Si quisiera bajar aún más las tasas de interés negativas que ofrece el Banco Central, alimentaría más todavía una de las inflaciones más altas de la región.
A esta coyuntura hay que agregarle una mirada histórica. De los últimos 60 años de historia, solo en 6 el gobierno mantuvo el equilibrio presupuestario y en 54 de ellos el resultado fiscal fue negativo, reflejando un exceso de gasto público.
El resultado histórico ha sido altos niveles de inflación crónica (con dos hiperinflaciones), un récord mundial de defaults de la deuda y un bajísimo nivel de crecimiento económico.
A la luz de los hechos, entonces, implementar un “plan keynesiano” para que la economía se recupere, equivale a tirarle más nafta a un carburador absolutamente ahogado. O bien a intentar salir de un pozo, cavando más rápido y más profundo.
Fuente: Los Mercados