Comúnmente se asume en la izquierda y (cada vez más) en la derecha que los mercados libres fomentan —y que la regulación estatal controla— el crecimiento y el poder de mercado de las grandes corporaciones. El comercio internacional liberalizado y las políticas de inversión, en particular, muchas veces son criticadas por los escépticos del mercado como una herramienta que las empresas grandes utilizan para fortalecer su posición dominante a cuesta de los trabajadores y potenciales competidores. Los liberales y otros partidarios del libre mercado, por supuesto, sostienen lo contrario: que la competencia del libre mercado fomenta “la destrucción creativa” —esto es, el económicamente valioso desplazamiento de lo viejo, siendo las grandes empresas desplazadas por los nuevos competidores, como primero lo describió el economista Joseph Schumpeter— y por lo tanto sirve como un poderoso límite a las empresas grandes, las cuales muchas veces cabildean para obtener y se benefician de restricciones comerciales y otras regulaciones estatales que desalientan a los nuevos participantes en el mercado.
Un nuevo estudio por los economistas Mara Faccio y John McConnell de Purdue University proveen un nuevo respaldo firma a la visión “liberal”. Examinando los datos para 75 países (incluyendo EE.UU.) desde 1910, ellos encuentran:
- Que de acuerdo con la tesis de Schumpeter, el desplazamiento de las empresas viejas y grandes es la norma en cada uno de los periodos de tiempo considerados, pero que las excepciones a la norma de la destrucción creativa sí existen. De hecho, 13,6 por ciento de las 20 empresas más grandes en cada país continuaron en el top 20 cien años después; 25 por ciento de las empresas más grandes en 1980 seguían siendo dominantes en 2018; y 43,8 por ciento del top 20 siguió allí entre 2000 y 2018.
- Que el indicador más importante de que una empresa será una excepción a la norma de la destrucción creativa son las conexiones políticas (midiendo estas según la presencia de funcionarios del estado, o personas conectadas a funcionarios estatales, en posiciones altas de la administración de la empresa). En particular, los autores encuentran que “tener una conexión política incrementa la probabilidad de que una de las 20 empresas más grandes de 1910 siga están entre las 20 empresas más grandes en 2018 en un 11,5 puntos porcentuales” —un efecto “muy considerable” que es “tanto económica como estadísticamente significativo”. Esta relación sigue siendo fuerte en otros periodos más recientes evaluados (2000-2018).
- Que las barreras regulatorias a la entrada al mercado permiten que las empresas políticamente conectadas sigan siendo dominantes a largo plazo. En particular, los autores encuentran una relación firme y estadísticamente significativa entre las restricciones sobre el comercio e inversiones a través de las fronteras y la probabilidad de que las grandes empresas políticamente conectadas sean igual de poderosas décadas después. En cambio, la apertura al comercio y a las inversiones limita a las grandes empresas: “Las conexiones políticas facilitan la habilidad de las grandes empresas de seguir siendo grandes o de convertirse en empresas grandes solo cuando su país natal está cerrado tanto al comercio como a los flujos de capitales. La presencia de barreras regulatorias a la entrada parece ser una condición necesaria para que las empresas políticamente conectadas sigan siendo dominantes o lleguen a serlo”.
Según estos hallazgos, los autores concluyen (el énfasis es mío):
Las conexiones políticas permiten a las grandes empresas seguir siendo grandes, particularmente cuando las barreras regulatorias al ingreso a través de las fronteras y a los flujos transfronterizos de capitales están en pie. La implicación es que en un mercado sin impedimentos el proceso Schumpeteriano de destrucción creativa de las empresas grandes es probable que prevalezca. Hasta el grado que no lo haga, la data sugiere que esto se debe a que el proceso político impide el ingreso de nuevos participantes.
Cuando los escépticos critican los “mercados libres”, los mercados en cuestión usualmente no son muy libres para empezar. De hecho, las conclusiones anteriormente mencionadas son totalmente poco sorprendentes para los partidarios del libre comercio, quienes por años han visto como las grandes corporaciones bien conectadas capturan el estado administrativo y utilizan las regulaciones para restringir la competencia extranjera y mantener su poder. Si los mercados fuesen libres (o, al menos, más libres), y si las empresas grandes fuesen obligadas a competir sin el pulgar del estado inclinando la balanza a su favor, de esta manera el poder de mercado de las grandes empresas podría ser significativamente limitado. Uno pensaría que dicho resultado sería bienvenido por la derecha y la izquierda populistas, pero el progreso (especialmente estos días) es muchas veces obstaculizado por la antipatía emocional hacia los mercados y el “globalismo” más ampliamente entendido. Como resultado de esto, los mercados no libres proliferan, y el poder corporativo aumenta —irónicamente instigando los llamados populistas a la misma acción estatal que lo aumentó en primer lugar.
Fuente: El Cato