Fundación Friedrich Naumann
El muro de Berlín fue una monstruosidad, una serpiente de concreto de 150 km de largo que encerró entre sus anillas algunas partes occidentales de Berlín. Sus colmillos venenosos mataron a cientos de alemanes orientales que trataron de cruzar hacia el área cercada de libertad y prosperidad. La esperanza de cambio resurgió cuando Mikhail Gorbachov inició reformas en la Unión Soviética y cuando a los estudiantes chinos se le permitió manifestar a favor de reformas democráticas. Sin embargo, el gobierno de Alemania Oriental no tenía intenciones de seguir esta tendencia. En un comienzo, prohibió la circulación de la revista soviética «Sputnik» y cuando los tanques chinos asesinaron a los estudiantes en la plaza Tian’anmen de Beijing en junio de 1989, el gobierno alemán-oriental se refirió al hecho como un acto defensivo frente a «una rebelión contra-revolucionaria de una minoría extremista».
Al no mostrar señales en favor de reformas substanciales, el gobierno alemán-oriental defraudó las expectativas de sus ciudadanos. En agosto y septiembre de 1989, miles de alemanes orientales escaparon a través de Europa Oriental hacia Alemania Occidental. Esta fuga de cerebros dejó a universidades, empresas, administraciones sin su personal más calificado. La falta de reformas también indignó al movimiento por los derechos civiles y en octubre las manifestaciones comenzaron. 50.000 personas, un números sin precedentes, salieron a las calles en Leipzig. El cambio estaba “en el aire”, y cuando la gente se dio cuenta, abandonaron al régimen y llevaron las cosas hacia el “punto de inflexión” que cambia la historia. En un plazo de dos semanas, la cantidad de manifestantes que enfrentaron el riesgo de una represión brutal aumentó hasta 250.000. El gobierno se retiró y el 9 de noviembre el muro cayó.
Mientras tanto, en Berlín Occidental las noticias hacían crecer el entusiasmo de la gente. No se hablaba de otra cosa, en todos lados la gente llevaba consigo radios portátiles a fin de saber si un nuevo capítulo de la historia se estaba escribiendo unos pocos kilómetros hacia el este. Finalmente, ese frío día de otoño en el que el muro cayó, le dieron la bienvenida a millones de alemanes orientales que fluyeron hacia Berlín Occidental, dirigiéndose mayormente hacia las principales calles comerciales.
Las diferencias se hicieron obvias apenas las personas se mezclaron. Berlín Occidental, a causa de su posición aislada, se había convertido en un refugio para artistas y era el hogar de una población altamente individualista que, al menos en parte, aceptaba personas de otras culturas. Habiendo vivido bajo un régimen represivo que no dejaba lugar para la libertad individual, buena parte de los alemanes del este no pudieron más que resentirse ante la población de origen turco que trabajaba y había establecido su cultura en Berlín Occidental. Muchos de quienes provenían del este tuvieron dificultades para compartir la prosperidad con gente culturalmente diferente que buscaba una vida mejor en Alemania. Aunque esta antipatía existía también entre algunos grupos desfavorecidos económicamente en Alemania Occidental, el resentimiento oriental contra las minorías provenía de la falta de libertad individual y la perversión económica del sistema socialista. La xenofobia alemana-oriental dominó los titulares tras la reunificación. Desde entonces, la xenofobia ha disminuido, aunque continúa siendo un problema en la actualidad.
Cuando sólo un puñado de alemanes orientales habían cruzado la frontera, el gobierno de Alemania Occidental inventó el llamado “dinero de bienvenida”, una mínima dádiva de 100 marcos para boletos de subterráneo y refrigerios. De repente, con la caída del muro, cuando millones la reclamaban, los bancos no estaban preparados y las muchedumbres se agolpaban a fin de recibir lo que se les había prometido. Afrontando las gélidas noches de otoño, hacían cola frente a los bancos para recibir lo que hoy equivale a €50.
Los berlineses occidentales que iban por las noches a ofrecerles café y chocolates se entristecían al observar cómo los primeros en la fila se apropiaban de todo sin compartir con los que venían detrás. Sucede que años de gobierno socialista los había entrenado para preocuparse casi exclusivamente por sus propias necesidades; la solidaridad era un concepto carente de sentido debido a su aplicación coercitiva bajo el sistema socialista. Cuando el muro cayó algunos se regocijaron por los recién descubiertos derechos civiles y libertades individuales, mientras que para el común de la población la reunificación tuvo más que ver con el largamente deseado acceso a la prosperidad.
Desafortunadamente, pronto se vio claramente que la reunificación condujo a la bancarrota de la economía estatizada y altamente ineficiente de Alemania Oriental. Esto no sólo hizo crecer el desempleo y la dependencia de fondos provenientes de la seguridad social, también borró de un plumazo los logros de quienes crecieron, estudiaron, se entrenaron y trabajaron en el sistema socialista. Muchos vieron cómo su experiencia se convertía en algo insignificante dentro del marco de un ambiente laboral competitivo. De manera creciente, los alemanes orientales tomaron como agravios las promesas que les hacían los políticos del oeste y mudaron su voto hacia el mismo partido socialista que los había oprimido en el pasado.
De hecho, el anteriormente gobernante partido socialista es en la actualidad el primero o segundo en cuanto a su popularidad en los estados del este. Incluso en algunas zonas del oeste, adonde el partido es generalmente diminuto, ha hecho un impresionante debut electoral en las elecciones parlamentarias de este año. No obstante, existen tres razones por la cuales puede que sea muy apresurado el que canten victoria.
Primeramente, si bien las elecciones del 27 de septiembre pusieron de manifiesto la creciente fortaleza del partido socialista, sus votantes son mayoritariamente desempleados u obreros. Con el desempleo en baja y el desarrollo económico favoreciendo el sector de servicios por sobre el manofacturero, la importancia de esos grupos se va reduciendo. En segundo lugar, la proporción más grande de sus partidarios se encuentra entre los 45 y 59 años. Es decir, aquellos que más han sufrido la reunificación y la dificultosa transición hacia la economía de mercado. Con el tiempo, estos votantes serán remplazados por otros más jóvenes. En tercer lugar, una marcada tendencia indica que los votantes jóvenes del este poseen un fuerte deseo de libertad, más fuerte aún que los del oeste. Las encuestas muestran una brecha generacional entre el deseo de libertad de los jóvenes del este y el desasosiego que ésta genera entre sus mayores.
La escena artística alemana se ha hecho eco de este conflicto. La novela bestseller “Zonenkinder” es la autobiografía de una joven que creció en una sociedad libre mas debe convivir con padres que no pueden adaptarse al nuevo modo de vida. La famosa película “Good bye, Lenin” narra la divertidísima historia de un joven que recrea el sistema socialista para complacer y relajar a su madre enferma.
En 2009, el liberal Partido Democrático Libre (FDP) y la conservadora Unión Cristiano Demócrata (CDU) consiguieron, comparados con todos los demás partidos, el mayor aumento de votos en el este. Los cristiano-demócratas han alcanzado una fortaleza equivalente en todos los estados, sean del este o del oeste. El liberal FDP superó a todos los demás partidos en cuanto a crecimiento en votantes jóvenes (18 – 34 años). Los jóvenes que crecieron en una sociedad libre y democrática están dispuestos a defender su libertad con el voto. Se supuso que tomaría al menos una generación el unificar a ambas partes de Alemania. Ahora, una generación después, vemos un significativo progreso, pero también nos damos cuenta de que tomará más tiempo hacer realidad la verdadera unificación.
* Artículo escrito por Bettina Solinger y Rainer Heufers a pedido de la Fundación Bases. Una versión abreviada fue publicada por el Diario La Capital el 11/11/2009.