Parte de las clases de Albert Jay Nock en la Universidad de Virginia fueron publicadas en forma de un libro que tuvo gran difusión titulado The Theory of Education in the United States, al que se sumaron otras numerosas obras y artículos de su autoría. Escribió un ensayo en 1937 titulado “La tarea de Isaías” (“Isaiah´s Job”). En ese trabajo subraya la faena encargada al mencionado profeta bíblico de centrar su atención en influir sobre la reducida reserva moral (remnant en inglés): “De no habernos dejado Yahvéh un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos” (Isaías, 1-9).
A partir de lo consignado, Nock elabora sobre lo decisivo del remnant al efecto de modificar el clima de ideas y conductas. Así, escribe nuestro autor que, a diferencia de las reservas morales, siempre reducidas en número, “el hombre-masa es el que no tiene la fuerza intelectual para captar los principios que resultan en lo que conocemos como la vida humana, ni la fuerza de carácter para adherir firme y estrictamente a esos principios como normas de conducta, y como esas personas constituyen la abrumadora mayoría de la humanidad, se las conoce como las masas”. Y lo dice en el mismo sentido orteguiano y de Gustave Le Bon, pueden ser pobres o ricos, profesionales o sin oficio, ubicados en una u otra posición social, “se trata de un concepto cualitativo y no de circunstancia”.
Esta tarea clave encomendada a Isaías, se aleja de aquellos que no son personas íntegras ni honestas intelectuales sino timoratas que tienen pánico de ir contra la corriente aun a sabiendas que lo “políticamente correcto” se encamina a una trampa fatal. Necesitan el aplauso, de lo contrario tienen la sensación de la inexistencia. Ponen la carreta delante de los caballos y su sueño (y su fantasía) es dirigirse a la aprobación de multitudes y no les preocupa la satisfacción moral de sostener la verdad. Nunca avanzan en nada puesto que en último análisis se someten a los subsuelos reclamados por la mayoría en lugar de intentar revertir la decadencia. Son manipulados en constantes corrimientos en el eje del debate que no han sido capaces de administrar. Cada vez más se ven obligados a modificar su lenguaje y propuestas en un declive sin fin mientras no encuentren la voluntad y la fuerza para influir en el movimiento de ese eje crucial. No manejan la agenda, son obligados a tratar lo que otros indican y del modo que los establecen.
Hay incluso quienes podrían ofrecer contribuciones de valor si fueran capaces del coraje necesario y enfrentar lo que ocurre con argumentos sólidos y no con mentiras a medias, pero sucumben a la tentación de seguir lo que en general es aceptado. No se percatan de la inmensa gratificación de opinar de acuerdo a la conciencia y de la fenomenal retribución cuando aunque sea un alumno, un oyente o un lector dice que lo escuchado o leído le abrió nuevos horizontes y le cambió la vida. Prefieren seguir en la calesita donde en el fondo son despreciados por una y otra tradición de pensamiento puesto que es evidente su renuncia a ser personas íntegras que pueden mirarse al espejo con objetividad.
Y no es cuestión de alardear de sapiencia, todos somos muy ignorantes y a medida que indagamos y estudiamos confirmamos nuestro formidable desconocimiento. Se trata de decencia y sinceridad y, sobre todo, de enfatizar en la imperiosa necesidad del respeto recíproco, entre otras cosas, por la referida ignorancia superlativa que es una de las razones por la que no podemos tener la arrogancia de manejar vidas y haciendas ajenas.
Ya he puesto de manifiesto en otra ocasión que la obsesión por “vender mejor las ideas para tener más llegada a las masas” es una tarea condenada al fracaso, principalmente por dos razones. La primera queda resumida en la preocupación de Nock en el contexto de “la tarea de Isaías”. El segundo motivo radica en que en la venta propiamente dicha no es necesario detenerse a explicar el proceso productivo para que el consumidor adquiera el producto. Es más que suficiente si entiende las ventajas de su uso. Cuando se vende una bicicleta o un automóvil, el vendedor no le explica al público todos los cientos de miles de procesos involucrados en la producción del respectivo bien, centra su atención en los servicios que le brindará el producto al consumidor potencial. Sin embargo, en el terreno de las ideas no se trata solo de enunciarlas sino que es necesario exponer todo el hilo argumental desde su raíz (el proceso de producción) que conduce a esta o aquella conclusión. Por eso resulta más lenta y trabajosa la faena intelectual. Solo un fanático acepta una idea sin la argumentación que conduce a lo propuesto. Además, los socialismos tienen la ventaja sobre el liberalismo que van a lo sentimental con frases cortas sin indagar las últimas consecuencias de lo dicho (como enfatizaba Hayek, “la economía es contraintuitiva” y como señalaba Bastiat “es necesario analizar lo que se ve y lo que no se ve”).
Por eso es que el aludido hombre-masa siempre demanda razonamientos escasos, apuntar al común denominador en la articulación del discurso y absorbe efectismos varios. Por eso la importancia del remnant que, a su vez, genera un efecto multiplicador que finalmente (subrayo finalmente, no al comienzo equivocando las prioridades y los tiempos) llega a la gente en general que a esa altura toma el asunto como “obvio”. Este es el sentido por el que hemos citado a John Stuart Mill en cuanto que toda idea buena que recién se inaugura invariablemente se le pronostican tres etapas: “la ridiculización, la discusión y la adopción”. Y si la idea no llega a cuajar debido a la descomposición reinante, no quita la bondad del testimonio, son semillas que siempre fructifican en espíritus atentos aunque por el momento no puedan abrirse paso.
Es por esto que se ponen de manifiesto culturas distintas; en un pueblo primitivo (no en cuanto a que es antiguo sino en cuanto a incivilizado, en cuanto a “cerrado” para recurrir a terminología popperiana) no concibe principios y valores que adopta una “sociedad abierta”. La secuencia que comienza con el remnant no tuvo lugar en el primer caso y sí se produjo en el segundo.
En resumen, creo que es pertinente para ilustrar cómo es que nunca se desperdician las contribuciones bienhechoras de las personas íntegras –aún operando en soledad– lo apuntado por la Madre Teresa de Calcuta cuando le dijeron que su tarea era de poca monta puesto que “es solo una gota de agua en el océano” a lo que respondió “efectivamente, pero el océano no sería el mismo sin esa gota”.
Me parece increíble que hayan transcurrido diez años desde el establecimiento de Libertad y Progreso, una entidad benemérita que irrumpió con la noble misión de abrir espacios a la libertad en medio de un terreno bastante árido por cierto.
Se trataba y se trata de retomar los valores alberdianos que hicieron de nuestro país un ejemplo para todas las naciones civilizadas. Es necesario reiterar que desde la Constitución liberal de 1853 hasta el comienzo del desabarranque con el golpe fascista del 30 mucho más acentuado a partir del golpe del 43, quienes habitaban el suelo argentino disfrutaban de salarios e ingresos mayores que los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España. Por eso las grandes migraciones por las que la población local se duplicaba cada diez años. En el Centenario una misión de la Academia Francesa comparó los debates parlamentarios con los que se suscitaban en esa institución debido a la versación y criterio independiente de los integrantes de los respectivos recintos legislativos.
Luego vino la debacle engendrada por el estatismo, pero las cosas en esta materia nunca se suceden de modo abrupto. Como nos enseña Milton Friedman, para saber qué ocurrirá en el futuro no hay que dejarse llevar por los acontecimientos que aparecen en la superficie sino que uno debe zambullirse en las corrientes subterráneas para detectar como viene la próxima oleada.
Tal como había pronosticado Alexis de Tocqueville, en no pocos países de gran progreso moral y material la gente dio eso por sentado y ese fue el momento fatal puesto que los espacios fueron ocupados por otros. Esto es precisamente lo que parió la situación argentina: ocuparon los espacios los cepalinos, los socialistas, los keynesianos e incluso comunistas, especial aunque no únicamente en las cátedras universitarias. Y cuando comenzó a producirse la confrontación resulta que no había argumentos del lado de los que se decían partidarios de la sociedad libre. Salvo honrosas excepciones, pensaron que por el hecho que sus mayores habían logrado éxitos notables eso lo iban a heredar automáticamente sin percatarse del diluvio que se avecinaba.
El tema de fondo no se resuelve con gritos, exclamaciones, simples deseos y buenos propósitos sino con ideas, valores y principios bien estudiados y transmitidos con el debido rigor en la fundamentación. La mayor parte de la gente es bien intencionada y receptiva a sólidas argumentaciones pero naturalmente el mensaje no llega si no hay la oportunidad de expresarlo. Los que tenemos la posibilidad de ejercer la cátedra nos percatamos de la potencia de las ideas y la relación estrecha que opera con estudiantes a medida que se van desarrollando las clases en las que se incentiva la participación activa vía preguntas, críticas y debates. El resultado es sumamente gratificante.
Desafortunadamente el ámbito educativo en nuestro medio se ha abandonado durante demasiado tiempo. Se ha reiterado hasta el cansancio que el proceso educativo rinde frutos a largo plazo y que por ende había que atender lo inmediato con lo que se descuidó este aspecto vital que en definitiva hizo que lo que aparecía como de atención remota se desata en lo inmediato. De allí es que la batalla intelectual por el respeto recíproco resulta crucial. Es por ello que los Padres Fundadores en Estados Unidos machacaban con aquello de que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.
Libertad y Progreso surgió de la unión de tres instituciones cuyos máximos referentes eran tres personas de una gran honestidad intelectual, integridad moral, nobleza de espíritu y capacidad docente: Agustín Etchebarne, Manuel Solanet y Aldo Abram. En lo personal era amigo de esa célebre terna de hacía tiempo pero recuerdo como si fuera hoy mi primer contacto con lo que sería Libertad y Progreso. Fue una invitación a almorzar que me formuló Aldo en la Recoleta para incorporarme al equipo de un proyecto en ese entonces en formación. Allí comenzó para mí una nueva aventura apasionante en pos de la ampliación de espacios en la comprensión de los valores de la libertad desde muy diversos ángulos y perspectivas.
Los logros de Libertad y Progreso han sido notables en esta última década que han trascendido las fronteras argentinas. A pesar de los gravísimos problemas por los que atraviesa nuestro país y en vista de lo explicado por el antes mencionado Friedman, debe apuntarse con énfasis que se ha logrado penetrar en las mentes de mucha gente con el mensaje liberal que ahora sostienen en gran medida jóvenes de muy diversas procedencias. Otros han tomado el ejemplo de Libertad y Progreso y han establecido centros y fundaciones para idéntica faena lo cual ha multiplicado los resultados. Incluso no pocos periodistas argentinos y del exterior que provienen de las izquierdas han mutado sus recetas en dirección al ideario de la libertad.
Celebro estar acompañado en el Consejo Académico por tantos buenos amigos y agradezco vivamente a los integrantes del Consejo Empresario que hacen posible los resultados que produce la entidad. Muchas son las personas de gran valor que han colaborado y que están ahora trabajando en esta institución tan formidable que ahora cumple diez años de existencia, pero subrayo muy especialmente la tarea tan admirablemente eficaz de Candelaria Elizalde sin cuyo concurso no se hubieran podido alcanzar los logros que se han obtenido tan satisfactoriamente.
En uno de mis primeros libros fabriqué una definición de liberalismo que me place comprobar que es utilizada por colegas que aprecio mucho: el liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. Y no es que se adhiera a los proyectos del prójimo, más aún la prueba de fuego de la tolerancia es cuando no suscribimos los proyectos del vecino que podemos en el extremo considerar reprobables pero la única justificación para recurrir al uso de la fuerza es cuando hay lesiones de derechos, de lo contrario cada uno debe poder seguir su camino asumiendo las responsabilidades personales por su conducta sin que deba dar explicaciones a los que no quiera rendir cuenta. Precisamente esta es la visión opuesta de los megalómanos que pretenden manejar vidas y haciendas ajenas a su antojo. Esta es “la fatal arrogancia” de que nos habla el antes referido Friedrich Hayek.
Fuente: El Cato