El feminismo, en su origen, es un movimiento libertario, o al menos no proponía soluciones basadas en el Estado: el feminismo libertario se inscribe en una tradición individualista, como puede verse en la historia de Estados Unidos.
Mucha gente asume que las primeras activistas y defensoras del feminismo eran socialistas e intervencionistas, pero la realidad es muy distinta. Esas mujeres no pedían fondos a todos los ciudadanos para defender la causa, sino que pedían la igualdad ante la ley y lo hacían enfrentándose al Estado.
Las primeras, a mediados del siglo XVIII, fueron Mary Wollstonecraft en Inglaterra y Judith Sargent Murray en Estados Unidos. Ambas se centraron en la igualdad educativa. Ambas inspiraron a otras feministas individualistas en Estados Unidos, como Elizabeth Cady Stanton, Susan Brownell y Matilda Gage. Estas mujeres lucharon por la educación igualitaria, por el derecho al sufragio y también fueron abolicionistas.
El autor estadounidense David Boaz en un artículo titulado «Los Derechos de la Mujer» se refiere a que «un libertario debe ser necesariamente un feminista, en el sentido de ser un defensor de la igualdad ante la ley». Esto es absolutamente correcto.
Durante la mayor parte de nuestra historia, las mujeres fueron primero propiedad de sus padres y luego pasaron a ser propiedad de sus maridos en virtud de los matrimonios, la mayoría de las veces concertados por las familias sin el consentimiento o la voluntad de la propia mujer.
Históricamente, las mujeres han sido incluso obligadas a llevar cinturones de castidad o a someterse a mutilaciones genitales, prácticas que fueron utilizadas durante siglos por diferentes grupos, comunidades y tribus de Asia, África y el Medio Oriente (la mutilación femenina sigue practicándose hoy en día en más de 30 países africanos y también en Indonesia, Irak, India, Pakistán y Yemen). No olvidemos tampoco lo que ha representado históricamente la famosa «caza de brujas», teniendo en cuenta que la última ejecución documentada de una mujer acusada de brujería tuvo lugar en 1727.
En el siglo XV dos clérigos publicaron el Malleus Maleficarum, donde se argumentaba que las brujas vivían entre nosotros y se calificaba a la mayoría de las mujeres de mentirosas y de estar asociadas a figuras diabólicas según las creencias de la época. Según ese libro, cualquier bruja que fuera »descubierta» debía ser ejecutada. El Malleus Maleficarum se convirtió en un manual aplicado en gran parte de las cortes europeas. En los dos siglos siguientes a su publicación, los cazadores de brujas franceses y alemanes mataron a entre 60.000 y 100.000 mujeres acusadas de brujería.
Además de estas horrendas persecuciones, las mujeres a lo largo de la historia tampoco han tenido acceso a la educación, al voto, al trabajo fuera del hogar o a la propiedad. La lucha por el sufragio femenino fue también, en sus inicios, una causa libertaria.
Nueva Zelanda fue el primer país que permitió a las mujeres votar en 1893. La mayoría de los demás países lo hicieron a lo largo del siglo XX: Estados Unidos en 1920, el Reino Unido en 1923, España en 1931, Francia en 1944, Suiza en 1971, Arabia Saudita sólo en 2011, etc.
Y es que el feminismo es un movimiento libertario: el feminismo de los orígenes, el feminismo que ha tenido una lucha histórica por la única igualdad existente, que es la igualdad ante la ley. El feminismo no es la destrucción del espacio público, ni la violencia. De hecho, es una lucha histórica en busca de la igualdad ante la ley y la promoción del mérito y no de los privilegios, las cuotas o las intervenciones gubernamentales.
Además, ningún sistema ha favorecido más a las mujeres que el capitalismo. Ha sido el sistema capitalista, basado en la libertad individual, el que ha permitido su incorporación al trabajo, el que ha liberado a las mujeres de la obligación de tener que soportar cualquier cosa por miedo a ser repudiadas y de vivir encadenadas económicamente al padre y luego al marido.
El feminismo tiene doscientos años. Desde que Mary Wollstonecraft escribió su manifiesto en la década de 1790, ya han pasado doscientos años. El feminismo ha tenido muchas fases. Se puede criticar la fase actual sin criticar necesariamente el feminismo, como dice la autora Camille Paglia.
Mary Wollstonecraft -hija de la Ilustración, esposa de William Godwin y madre de Mary Wollstonecraft Shelley (la célebre autora de Frankenstein)- expresó en A Vindication of the Rights of Woman (1792) uno de los primeros tratados feministas, que las mujeres «eran tratadas como una especie de seres subordinados y no como parte de la especie humana». En ese texto, Wollstonecraft exigía que las mujeres recibirieran educación, en lugar de ser meros objetos para el entretenimiento de los hombres.
En el siglo siguiente, en 1848, en Nueva York, en la Convención de Seneca Falls, activistas a favor del abolicionismo y de las libertades de la mujer como Frederick Douglass, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott pidieron que se respetaran los derechos de la mujer.
De este modo, el feminismo ha sido una batalla para conseguir las libertades que durante mucho tiempo fueron negadas a las mujeres y que todavía se niegan en muchos países del mundo. Por eso el libertarismo es absolutamente compatible con el feminismo.
Como nos enseñó Friedrich Hayek, la lucha por la igualdad formal y contra toda discriminación basada en el origen social, la nacionalidad, la raza, el credo, el sexo, etc., sigue siendo una de las características más importantes de la tradición liberal clásica.