Uno de los muchos mitos recurrentes sobre el libre comercio es que un país, especialmente un país con salarios altos como los Estados Unidos, puede un día descubrirse a sí mismo como productor de alto coste de todos los bienes y servicios y entonces… ¿qué?
Recientemente, un corresponsal, que en absoluto es hostil al libre mercado, después de leer este ensayo mío previo publicado en el AIER me envió un correo electrónico para preguntarme ¿qué pasará «cuando ellos [los extranjeros] no sólo fabriquen [micro]chips más baratos que nosotros, sino que también produzcan papas fritas y todo lo demás más barato que nosotros?». Respondí en mi blog, Café Hayek con una explicación de que este resultado es literalmente imposible. No meramente inverosímil o improbable. Es imposible. Esta imposibilidad está garantizada por el principio de la ventaja comparativa .
Pero se puede decir aún más, o mejor dicho, preguntar. ¿Qué pasaría exactamente si aconteciera lo imposible y los estadounidenses nos despertáramos una mañana descubriendo que literalmente no hay ningún bien o servicio que podamos producir a un costo tan bajo como aquel en el que incurren los extranjeros para producir ese bien o servicio? El resultado más obvio sería que, dado que ningún extranjero estaría dispuesto a pagar lo suficiente por alguna exportación estadounidense como para cubrir el costo de cualquier productor estadounidense de proveer esa exportación, ningún estadounidense deseará comerciar con algún extranjero. Por lo tanto, incluso desde la perspectiva de los proteccionistas, no habría necesidad de aranceles, ya que no habría nada en absoluto que arancelar.
Sin embargo, la sensación que tengo de los muchos que, a lo largo de los años, han preguntado «¿Qué ocurrirá si los estadounidenses descubren que los extranjeros pueden producir todo a un costo inferior al nuestro?» es que a estas personas les preocupa que los salarios de los trabajadores estadounidenses bajarán debido a la competencia de las importaciones. Pero, por supuesto, los salarios de los estadounidenses no pueden bajar en virtud de las importaciones si los estadounidenses no importan nada.
Al parecer, una inquietud relacionada con esta de muchos que temen que los Estados Unidos estén en camino de convertirse en un productor de alto coste de todo, es que nosotros, los estadounidenses, si nuestros líderes continúan de manera obstinada y arrogante permitiendo que comerciemos libremente como se nos antoje con los extranjeros, perderemos casi todas las oportunidades de producir. Casi todo lo que consumimos nos será provisto por los extranjeros. Y con los extranjeros proveyendo casi todos los bienes y servicios que satisfacen nuestras necesidades y deseos, los estadounidenses nos quedaremos exclusivamente con negocios y trabajos que realizaremos entre nosotros, con salarios de pobreza, sólo insignificantes servicios personales que no justificarían que los extranjeros viajen hasta aquí para realizarlos. Daremos vuelta a las hamburguesas y limpiaremos los baños entre nosotros y eso sería todo.
Pero, nuevamente, los extranjeros no nos proveerán bienes y servicios para satisfacer ninguna de nuestras necesidades y deseos a menos que nosotros proveamos a los extranjeros bienes y servicios para satisfacer algunas de sus necesidades y deseos. Y cuanto mayor es la cantidad de bienes y servicios que compramos a los extranjeros para satisfacer nuestras necesidades y deseos, mayor es la cantidad de bienes y servicios que los extranjeros nos compran para satisfacer sus necesidades y deseos. (Nada esencial cambia si entre los deseos de los extranjeros que ayudamos a satisfacer se encuentra el acceso a prometedoras oportunidades de inversión, a pesar de que el incremento de la inversión extranjera neta en los EE.UU. causa el terriblemente incomprendido déficit comercial estadounidense).
Hay una clave para escapar de la confusión que atrapa a la gente que se preocupa de que los elevados salarios reales de los estadounidenses nos impidan comerciar de manera rentable a largo plazo con los habitantes de países más pobres. La clave es preguntar por qué los salarios de los estadounidenses son más altos que los de los países más pobres.
La respuesta tiene dos partes. La primera es que los trabajadores estadounidenses son en especial altamente productivos en los trabajos concretos en los que se desempeñan. La segunda es que los trabajadores estadounidenses serían casi tan altamente productivos en los trabajos alternativos en los que trabajarían.
Pensemos, por ejemplo, en un científico farmacéutico que trabaje en los Estados Unidos para Merck y gane un salario anual de 100.000 dólares. Podemos estar seguros de que el valor anual que recibe Merck por emplear a este trabajador -el valor anual de lo que produce este trabajador- es de al menos 100.000 dólares. Podemos estar seguros también de que el valor de la producción anual que este trabajador produciría si él o ella trabajara en otro lugar no es mucho menor que 100.000 dólares, ya que, de lo contrario Merck, como una codiciosa gran industria farmacéutica o Big Pharma que es, habría ofrecido a este trabajador la posibilidad de abandonar su empleo alternativo ofreciéndole un salario anual por debajo de los 100.000 dólares.
En resumen, los salarios inusualmente altos de los trabajadores estadounidenses reflejan la productividad inusualmente alta de los trabajadores estadounidenses. Y una productividad inusualmente alta difícilmente es una desventaja económica. Sin embargo, cuando los políticos y los expertos se preocupan de que los trabajadores estadounidenses bajo una política de libre comercio estén destinados, debido a sus altos salarios, a ser empujados a ocupaciones con salarios mucho más bajos por las importaciones producidas por extranjeros con salarios más bajos, de lo que estos políticos y expertos están realmente preocupados es que los trabajadores estadounidenses se encuentran de alguna manera en desventaja porque son inusualmente productivos en comparación con los trabajadores extranjeros. Pero cuando es descripta de esta forma, esta preocupación se revela como la tontería que en realidad es.
Todo el mundo comprende instintivamente esta verdad a nivel personal. La superestrella del baloncesto profesional LeBron James no se preocupa porque su elevadísimo salario lo deje sin trabajo y que los Lakers de Los Ángeles decidan contratar a un tipo de mediana edad que estaría encantado de sustituir a James por una minúscula fracción del salario actual de James. Del mismo modo, el contador que vive al otro lado de la ciudad y tu cuñada, que recibe un muy buen sueldo por administrar la sucursal local de Target, no se preocupan de perder sus empleos a manos de adolescentes que ganan el salario mínimo.
Por la misma razón, los trabajadores estadounidenses que producen lo que los economistas llaman «bienes transables» -bienes del tipo que habitualmente son importados y exportados – corren generalmente poco riesgo de perder sus puestos de trabajo a manos de estos trabajadores extranjeros, a pesar de que se les paga salarios más elevados que a muchos de ellos.
Matizo mi conclusión con la palabra «generalmente» porque cada trabajador corre algún riesgo de perder su empleo actual debido a un cambio en las circunstancias económicas -un cambio en los gustos de los consumidores o mejoras en las técnicas de producción y distribución. Este cambio es una característica inevitable de cualquier economía en la que las masas disfrutan de una expectativa razonable de un nivel de vida alto y creciente. Pero el siguiente hecho persiste: En una economía de mercado, los salarios altos son el resultado -y el reflejo- de la alta productividad. Por tanto, en contra de los temores generalizados de muchos proteccionistas, los trabajadores de alta productividad no tienen nada que temer de la competencia con los trabajadores de baja productividad.
Fuente: El Instituto Independiente