Por Carolina González Rodríguez Fuente: Fundación Bases
Texto de la Conferencia dictada por Carolina González Rodríguez durante el festejo por la Caída del muro de Berlín organizado por la Fundación Bases y la Fundación Naumann Argentina en la ciudad de Rosario el día 6 de noviembre de 2013
Antes que nada quisiera agradecer muy sentidamente a la Fundación Bases por su invitación a dar esta charla, a la Fundación Naumann y, por supuesto, a ustedes por su presencia y su atención.
Pero por sobre todo, quisiera agradecer muy profundamente a la Fundación Bases por organizar este encuentro, y por invitarnos a todos a recordar y tener presente un evento que, lamentablemente, no goza de muchas efémerides o celebraciones como ésta.
Hace 24 años caía el muro de Berlín, y su destrucción se produjo mediante mazazos espontáneos y voluntarios de miles de individuos, de personas que, en absoluta libertad, se reunieron esa fría noche del 9 de noviembre a derribar el muro que los había mantenido oprimidos, sojuzgados y esclavos de un régimen que -como todo colectivismo- los utilizó como medios para alcanzar el irrealizable fin del “hombre nuevo”.
La caída del muro simboliza la caída del régimen comunista en la antigua URSS. Un régimen criminal y perverso, que demandó incontable cantidad de vidas humanas. No sólo muertos, sino años y vidas enteras de dolor, sufrimiento, aislación y necesidades.
Pero no tenemos que perder de vista que “el régimen” fue orquestado, ideado y ejecutado por individuos. Los individuos a cargo gozaban de ventajas y privilegios que la gran “masa” no conocía, y la estigmatizada diferenciación de clases estaba válida y vigente, con los oligarcas de la Nomenklatura, por un lado, y la población común, los proletarios, por el otro.
La derrocación de ese régimen no vino de la mano del “imperio” o de los “poderes económicos”, o de “los medios de comunicación”. El comunismo no tuvo más opción que rendirse ante la realidad. Y la falta de libertad, por un lado, y la corrupción de los altos jerarcas, por el otro horadaron la piedra lo suficientemente como para hacer caer el muro de Berlín.
La Glasnot
Mientras que hoy en día escuchamos muy asiduamente giros tales como “inclusión social”, “redistribución del ingreso”, “el modelo nacional y popular”, por aquellos años los términos “de moda” eran “Perestroika” y “Glasnot”. Mientras el primero de ellos significa “reestructuración”, cambios, reformas, el segundo implica apertura, transparencia, honestidad…
La perestroika resultó un proyecto de acción encabezado por Mijail Gorbachov, quien no tenía en mente derrotar al comunismo e instaurar el capitalismo, sino que por el contrario, pretendía una reformulación del mismo sistema socialista que había costado millones de vidas humanas en todo el mundo. Pretendía hacerlo un poco menos “salvaje”, y más “eficiente”, pero no tenía como objetivo su erradicación.
Lo que llevó a la victoria del sistema de libertades civiles, políticas y económicas no fue la Perestroika, sino la GLASNOT.
Las demandas de toda la población de la ex URSS eran por más LIBERTAD. La gente pedía libertad de acción, de expresión, de prensa, de circulación… la gente pedía libertad. Y para lograr esa libertad era imprescindible terminar con el estado totalitario, inmiscuido hasta el más recóndito rincón de la esfera de acción de las personas. Un estado oscuro, mentiroso, elefantiásico, silente e indolente ante los reclamos y las demandas de la población. Un estado con poder absoluto sobre las vidas de las personas.
La glasnot importaba el desbaratamiento de ese régimen de secreto y completa falta de rendición de cuentas; de sociedad cerrada. Significaba la posibilidad de ejercer un contralor sobre el gobierno, pero también la idea de abrirse a la comunidad internacional. Una apertura no sólo económica, sino de la sociedad toda. La gente demandaba más de la Sociedad Abierta que había identificado Popper, por oposición a la sociedad cerrada de “vivir con lo nuestro”, en términos económicos, e impermeable a los requerimientos éticos y morales de los ciudadanos como tales, como consumidores, como productores.
Popper nos enseña que estamos en presencia de una sociedad abierta cuando en ésta sostienen valores tales como ‘la libertad, la tolerancia, la justicia, la búsqueda del Ciudadano de su propia felicidad” y su derecho a divulgar el conocimiento; su propia escala de valores elegidos entre valores, creencias y su propia búsqueda de la felicidad”.
Es decir, Popper también pide “glasnot”.
La Democracia
Unos años antes, en esta parte del mundo Raúl Alfonsín ganaba las primeras elecciones democráticas después de 7 años de cruel dictadura militar diciendo que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Pasaron 30 años desde entonces. La democracia está plenamente enraizada; no existe la más mínima posibilidad política e histórica de sufrir un golpe militar. Pero mucha gente sigue sin comer, sin curarse y sin educarse.
Desde entonces, y tal vez por las secuelas que quedaron de esa terrible época histórica, la democracia se convirtió en la nueva deidad, en el sello indeleble de corrección política, de de sustancia y solvencia. La democracia es la pátina de legitimidad que, como si fuera agua bendita, borra todos los pecados y convierte a las aberraciones institucionales más graves en meritorias medidas y políticas ungidas por la voluntad “popular”.
La democracia inundó todas las esferas de la vida pública, y aún de las vidas privadas. El orden se convirtió en represión, los imperativos de pura lógica y sentido común se volvieron “autoritarios” y la “democratización” de todas las actividades aparece ahora como el summun de probidad y perfección. Así, hay ahora una visión maniquea de la democracia que no admite grises ni gradaciones, y en tanto algo o alguien sea “democrático” es absolutamente bueno, mientras que si no lo es, es absolutamente malo.
Los ejemplos con este gobierno redundan: todo su poder (real o virtual), todo el atropello a las instituciones republicanas, todos los abusos de poder cometidos se basan, fundamentan y justifican en el resultado electoral que llevó al poder a CFK en virtud del 54% de los votos. A partir de ahí, cualquier medida que pretendan instaurar resulta “obligatoria” por imperio de “la voluntad popular”. TODO lo que hagan o digan debe, imperativamente, aceptarse porque es democrático..
Así, plantean la “democratización de la justicia”; y hace menos de una semana supieron conseguir el fallo ratificante de una bochornosa ley de “democratización de los medios de comunicación”. Las políticas distributivas son “democráticas”, y la “igualdad” es el tótem, el becerro de barro a adorar mediante la mecánica democrática que se hace corpórea cada dos años, elecciones mediante.
Hace un par de días Pagina 12 publicó un “estudio” del que surge que “cuando se pregunta específicamente cuál debe ser el objetivo de los políticos en democracia, 7 de cada 10 personas señalan que se debe apuntar a una sociedad más justa y una mejor distribución de la riqueza”
Es decir, el gran éxito de estos 30 años de demagogia, y no de democracia, es que han sabido instaurar la concepción generalizada y -desde mi punto de vista- distorsionada de la democracia.
Quienes estimamos a la LIBERTAD como un valor rector de la vida en sociedad no podemos ni debemos adherir a esta concepción. Por el contrario, debemos entender a la democracia con un sistema de acceso al poder, más no de ejercicio del poder. Es el ejercicio del poder el que debe ser restaurado y restablecido, en tanto el sistema republicano de división de poderes, de respeto a las instituciones, a las libertades civiles e individuales, a la propiedad privada… todo ello hacen que una sociedad avance, se desarrolle e “incluya” de modo genuino a la mayoría de sus habitantes.
Indiscutiblemente que la democracia es el mejor -de todos los métodos de acceso al poder- conocidos por la humanidad. Pero ello no debería relajarnos en nuestras exigencias a los gobernantes, y por el contrario, debería incentivarnos a profesar diaria y públicamente nuestras exigencias de limitación del poder y rendición de cuentas.
Norberto Bobbio relata en su libro “Liberalism and Democracy” que las luchas entre los demócratas y los liberales (en términos generales y no político-partidarios) data del siglo XVIII, con la aparición de las ideas de los pensadores escoceses y franceses. El avance de las posiciones de unos y otros, en cuanto a qué tipo de liberalismo adoptar, agrandaron las brechas entre ellos, en particular a su concepción sobre el sistema democrático que reemplazo a los regímenes feudales. Así, los anglo-sajones bregaban por las democracias liberales, en las que las libertades individuales eran más valoradas que el sistema democrático en sí, mientras que los franceses no tuvieron mayores problemas de someter sus libertades en mérito a la “igualdad” y a la “distribución”, democrática. La libertad y la igualdad se contradicen frontalmente, resultando imposible su concreción simultáneamente. Al menos al tratarse de la igualdad de resultados, que era la anhelada por los franceses.
Conclusiones
A 24 años de la caída del Muro de Berlín, tenemos la obligación de mantener vivo el recuerdo de tan sonado logro, de tan importante éxito. Al caerse el muro, se cayó el peor experimento que conoció la historia de la humanidad, en tanto fue el designio del hombre, premeditado y consciente, de violar sistemàtica y absolutamente las màs mínimas y elementales libertades individuales. Y al hacerlo, se violó de manera masiva la dignidad humana.
Estimar a la libertad como valor rector de la consideración del otro nos obliga a adherir a la máxima kantiana de que ningún individuo, ningún hombre, puede ser un medio para alcanzar el fin perseguido por otro o por otros. Admitir lo contrario sería adherir a la idea de la mayoría numérica como criterio legitimante de las más brutales violaciones a los derechos individuales, que son los efectivos derechos humanos, a las instituciones, a la propiedad privada…
La democracia es, como dijo Churchill, un sistema imperfecto, pero el mejor conocido hasta el momento. Pero es eso: un sistema de acceso al poder, y no de sumisión al poder. Una sociedad democrática no precisamente es una sociedad abierta. Ejemplos en la región, lamentablemente abundan, con Venezuela a la cabeza.
Solo en una sociedad abierta, en una sociedad con pleno imperio de la Glasnot, se experimentan altos niveles de crecimiento y desarrollo no sólo económico, sino fundamentalmente humano.
Una sociedad abierta es aquella en la que no hay “excluidos”, pero no debido a planes asistencialistas que generan dos grupos de perjudicados: quienes son expoliados de sus legìtimos bienes, y quienes son “asistidos” con dàdivas y limosnas que incentivan la dependencia permanente y sostenida en el tiempo.
Mantener este sistema puede sonar “democrático”, más es todo lo contrario: es un sistema perverso, en el que la concepción del otro es diametralmente opuesta a la que postulamos. Es muy parecida a la sostenida por el régimen comunista, en el que los individuos se dividen entre “pobres” o “proletarios”, y la “nomenklatura” o los iluminados que saben exáctamente cómo, dónde, cuándo y por qué medios los “pobres” serán felices. Un sistema opuesto al de la sociedad abierta, al de la Glasnot, en la que el estado se limita a garantizar las libertades para que todos, seres igualmente capaces y hábiles en acto y en potencia, podamos decidir por nosotros mismos cómo, dónde, cuándo y por qué medios ser felices.
En suma, teniendo presente el evento que hoy celebramos, digamos “Más Glasnot y menos democracia”, por favor…
¡Muchas gracias!