Las diferencias entre un país sin moneda y otro que tiene una divisa aceptada en todo el mundo
En este momento viene a la memoria la participación de Axel Kicillof en unas Jornadas Monetarias y Bancarias organizadas por el Banco Central de la República Argentina en 2011 donde dijo: “Según la teoría ortodoxa, una quintuplicación de la base monetaria debería haber engendrado un terrible proceso inflacionario”. Dado que eso no ocurrió, sugería sustituir la ortodoxia con un nuevo marco teórico. El equipo económico actual sigue esa línea. Críticos de la teoría cuantitativa del dinero creen que pueden domar la inflación sobre postulados heterodoxos que han sido descartados por la mayor parte de la profesión.
Lo cierto es que Axel Kicillof se equivoca, pues Milton Friedman y los ortodoxos jamás afirmaron que quintuplicar la base monetaria genera “un terrible proceso inflacionario”. Lejos de ello, hay un supuesto en esa parte de la teoría que le enseñaron al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires en la UBA que dice: “Si la velocidad de circulación permanece constante”, entonces la inyección de liquidez puede ir a precios. El supuesto es un factor determinante en la predicción. No fue el caso en la gran depresión que estudió Milton Friedman en su famoso libro con Anna Schwartz sobre la historia monetaria de los Estados Unidos, ni tampoco fue el caso en la Gran Recesión de 2008, pues en ambos casos hubo una fuerte contracción de la velocidad de circulación del dinero, entendido como la inversa de la demanda de dinero.
Muchos economistas argentinos, lamentablemente, no han comprendido aún la teoría básica del equilibrio monetario. Una teoría que enseña que en la medida que la oferta crece por encima de la demanda de dinero habrá un desequilibrio llamado inflación, y que será tanto mayor cuanto más amplio sea el desborde de la circulación de pesos.
En el escenario concreto de la Gran Recesión de 2008, con impacto global en 2009, el mundo demandó más dólares y con ello se hundió la velocidad de circulación del dinero, lo que contrarrestó el efecto expansivo de la masa monetaria. Más en detalle, la liquidez que inyectó la Reserva Federal “quintuplicando” la base monetaria fue absorbida por el sistema bancario, lo que impidió que saliera el dinero a la calle generando el aludido efecto inflacionario.
El caso es importante para entender la economía de la pandemia. En el escenario actual, también hay recesión global, sumado a un temor por la pérdida de empleo, y un fuerte incremento en la demanda de dinero. La liquidez que inyectan los bancos centrales intenta justamente acompañar la mayor demanda de dinero, y en la medida que se mantenga cierto equilibrio monetario, no observaremos un proceso de alta inflación.
Técnicamente, la demanda de dinero abandonó en estos meses su nivel habitual y los bancos centrales acompañaron la subida con mayor oferta de dinero. Terminada la cuarentena global se espera que la demanda de dinero retorne a su nivel anterior, lo que obligará a los bancos centrales a retirar liquidez con el mismo instrumento con el que la expandieron, siendo el más general, las operaciones de mercado abierto.
En otros términos, los bancos centrales compran bonos e inyectan liquidez, y cuando la cuarentena termina, venderán bonos para recuperar la liquidez inyectada. Como los bonos tienen un valor de mercado, la posibilidad concreta de expandir y contraer la masa monetaria será efectiva para estos bancos centrales. Esto evitará seguramente que veamos un estallido inflacionario en otras partes del mundo.
Una diferencia no menor
¿Por qué la Argentina tiene una dinámica diferente? ¿Por qué los economistas ortodoxos en general prevén para nuestro país un estallido inflacionario? La respuesta está precisamente en los instrumentos que se utilizan para expandir la oferta monetaria.
El Banco Central de la República Argentina monetiza el déficit del Gobierno por la pérdida de recaudación provocada por la cuarentena. En términos contables, coloca “bonos intransferibles” en el activo, y emite pesos que coloca en su pasivo. Si bien el presidente del BCRA anunció que terminada la cuarentena, como indica la lógica presentada arriba, se esterilizará la oferta monetaria inyectada durante los últimos meses, lo cierto es que los instrumentos pueden ser menos eficaces. Que los bonos que coloca el BCRA en su balance sean intransferibles hace que el margen de acción de la autoridad monetaria se acote por la imposibilidad de venderlos.
El instrumento que se utiliza en Argentina es entonces el de las Leliqs y los pases, aunque ambos requieren para su continua renovación pagar intereses elevados, que poco a poco alimentan una burbuja de pasivos que tiende a explotar, como ya le ocurriera a la gestión de Federico Sturzenegger bajo el Gobierno de Mauricio Macri.
Es asombroso para cualquier especialista monetario la manera en que Argentina evade aplicar herramientas ortodoxas para controlar la inflación, las que claramente requieren primero de equilibrio fiscal, y luego de equilibrio monetario y cambiario. El mundo comprendió esto desde los años 80 en adelante, y desde entonces la inflación de dos dígitos fue desterrada por completo.
La Argentina cerrará el año con un déficit fiscal primario de alrededor de 6% del PIB, más otro 2% de las provincias, lo que totaliza un déficit consolidado (sin intereses de la deuda defaulteada) de 8% del PIB. Es una proyección prematura, por supuesto, pero sirve de base para analizar el escenario que enfrentaremos en 2021. Ese nivel de déficit ha conducido en períodos anteriores de nuestra historia al rodrigazo, a procesos hiperinflacionarios y a profundas crisis económicas.
Es realmente difícil que Argentina puede salir de esta situación sin un nuevo estallido inflacionario, lo que debería generar preocupación tanto de analistas como también de parte de la población. Si no se está ante un Gobierno de ajuste, y parece que no lo estamos, entonces la monetización del déficit fiscal pospandemia puede conducir a un nuevo escenario hiperinflacionario.
Fuente: Instituto Juan de Mariana