Por Franco López
Aunque hoy suene irreal, hubo una época donde el transporte urbano parecía recién sacado de la prehistoria. Todos recordamos los relatos de la abuela contando como debía esperar sola y desprotegida durante horas de la noche unas “cápsulas” masivas que transportaban hasta 50 personas desconocidas y apiñadas como sardinas por unas rutas fijas, sin poder siquiera coordinar horarios con el “chofer” (así llamaba ella a la persona que manejaba la cápsula). Pero hay un relato mucho más extraño que todos pasamos desapercibido debido a lo llamativo de los horrores sanitarios de las “cápsulas colectivos”. Es la historia de los “Taxis”.
Era la Argentina de la loca década del ’10. El terrorismo azolaba Europa, la realidad virtual estaba en fase de experimentación y el transporte permanecía manejado por conductores humanos. En este contexto tan particular es que se desarrolla la historia de estos extraños “taxistas” que, según los relatos periodísticos de la época, parecían recién sacados de las filas de Mordor. Los “taxistas” formaban lo que por aquellos años se denominaba Gremio. Un gremio constituía un grupo cerrado de individuos que practicaba una profesión, en muchos casos con una licencia exclusiva avalada por el Estado, lo que les otorgaba una especie de monopolio en su área. En particular, los “Taxistas” constituían el Gremio de los conductores de vehículos pequeños que realizaban lo más cercano a un viaje personalizado que podía conseguirse en aquella época.
Ahora bien, por supuesto que de “personalizado” estos viajes no tenían nada. Los pasajeros solo podían elegir el destino del viaje, debiendo encontrar al vehículo en la calle. Sí, suena descabellado, pero estos vehículos debían encontrarse en la calle siendo diferenciados por su clásico color amarillo y negro, un cartel y una diminuta luz roja que indicaba su disponibilidad, siendo esto igual para todas las unidades (generalmente realizando el pedido al levantar el brazo derecho, de ahí provienen las miles de imágenes fake que asolan internet con la supuesta pandemia neo-nazi de la década del ‘20). ¿Se imaginan que para poder transportarse tuviesen que esperar en la calle bajo la lluvia y hubiese un solo precio definido para todo el servicio? Bueno, la pesadilla solo está comenzando. Si bien algunos reportes indican que podía pedirse un “taxi” utilizando una vintage “línea telefónica” (¿se acuerdan de estos gadgets?) casi todos coinciden en que los proveedores no solían atender las llamadas y que el servicio usualmente colapsaba ante la demanda en horarios pico y días tormentosos. ¡Pero claro! Si los precios y la cantidad de “taxis” estaban fijados por una negociación entre el Gremio de los “taxistas” junto al gobierno y los mismos no variaban de acuerdo a la demanda! Y peor aún, cuando te subías a uno de estos aparatos no tenías idea del precio final del viaje hasta que llegabas a destino. Ni una pista.
El horror continúa. Los vehículos solían estar en mal estado, muchos no tenían un sistema acondicionador de aire, o los “choferes” se rehusaban a encenderlo para aminorar los costos, había un solo tipo de vehículo, muchos conductores fumaban tabaco mientras manejaban y resultaba imposible saber quién realmente estaba conduciendo, permitiendo a los pasajeros informarse una vez ya había quedado a merced del “Taxista”. Algunos viejos “blogs” perdidos en los archivos de internet que datan previo a 2020 incluso relatan intolerables abusos de parte de los conductores: cobros extra, interminables conversaciones donde el pasajero debía soportar las opiniones generalmente calificadas como de “extremistas de derecha”, largas esperas hasta encontrar un “taxi” disponible, extensión de los recorridos para un cobro mayor ante el desconocimiento del pasajero, constantes insinuaciones sexuales hacia las mujeres (cabe recalcar que los registros indican una abrumadora mayoría masculina heterosexual en la planta de “choferes”) e incluso la vieja treta del “vuelto”, donde a falta del dinero papel necesario para finalizar la transacción por parte del “taxista” (recordemos el uso de “billetes” de distinta denominación) los conductores solían terminar reteniendo pequeños porcentajes de la paga a su favor.
La situación era tan mala que los mismos antiguos blogs reportan un viejo mito donde los “taxistas” secuestraban e incluso llegaban a abusar de mujeres desprotegidas. Si bien podría ser un relato propio de la paranoia de esa época, convendría recalcar que la mayoría de las jóvenes de esos años acostumbraba salir por las noches sin ningún instrumento de protección, a pesar de la existencia de adminículos de defensa personal disponibles. Lamentablemente el Gran Apagón del 45 inutilizó los escasos reportes policiales digitales del momento y resulta imposible corroborar los rumores.
Según indica el archivo del newsfeed La Nación, el escenario cambió alrededor del año 2016. Todos vimos algo de esto en la escuela: una oleada de modernización en respuesta a décadas de atraso populista invadió nuestro país y en solo unos pocos años la Argentina saltó al podio del desarrollo. Fue en este contexto que una empresa de transporte llamada “Uber” desembarcó en Buenos Aires y algunas de las principales ciudades del momento (la empresa quebró alrededor del año 2029 por rehusarse a abandonar el sistema de conductores humanos). El sistema de Uber y de otras tantas compañías similares funcionaba vía aplicaciones móviles que permitían pedir el servicio de manera personalizada y al mismo tiempo mantenían un conglomerado de conductores emprendedores que ofrecían sus vehículos, previa selección refinada, haciendo que la empresa no posea ni un solo vehículo propio. Esta tal Uber presentaba un gran avance respeto de lo que los argentinos conocían. Recuerden los horrores relatados y ahora imaginen vehículos nuevos y bien equipados, conductores educados, un sistema de aplicaciones online que permitía saber de antemano el precio final del viaje y la identidad del conductor preseleccionado de manera detallista, registro de cada viaje logrando evitar recorridos excesivos o problemas de seguridad, la posibilidad de elegir entre distintos tipos y tamaños de vehículo acorde a la necesidad, lograr pagar de manera digital, evaluación del servicios por parte de los pasajeros, tarifas libres y variables de acuerdo a la demanda y servicio provisto e incluso el ofrecimiento de refrigerios sin costo alguno en los días más calurosos. Excepto por los conductores humanos y los vehículos con ruedas y motor de combustión interna, casi lo mismo a lo que estamos acostumbrados hoy en día.
Lo crean o no, gran parte de la sociedad de la época, y por supuesto el Gremio de los monopólicos “Taxistas”, se oponía a la medida. Entre los argumentos recabados encontramos disparates tales como falta de seguridad del sistema, posible desempleo para los actuales proveedores del servicio, y otros tantos argumentos que caían por sí mismos. En un claro ejemplo de esos intentos de parte de un grupo particular de vivir a costa del resto de la sociedad, tan típicos de la primera mitad del siglo XXI, los “Taxistas” llegaron incluso a agredir físicamente a los conductores y pasajeros del nuevo servicio, avalados por los gobiernos de turno. Apedreo de reuniones, disparos de armas de fuego y pasajeros bajados a la fuerza de vehículos emboscados, son entre otros tantos los relatos recabados de México, Argentina y Francia. En el súmmum del delirio, los “Taxistas” incluso llegaron a realizar “paros”, por los cuales dejaban a toda la población sin servicio de transporte, ¡Que manera de defenderse! Ya podemos imaginar a los conductores de Uber deleitados con el 100% de la demanda solo para ellos. Algunos gobiernos europeos prohibieron el servicio de Uber, cuesta entender como la sociedad podía tolerar tal intromisión en la vida de los ciudadanos, pero allá con la loca década del ‘10.
No debemos ser demasiado exigentes con la sociedad del momento. Pensemos que textos como “Petición de los fabricantes de Velas” aún no formaban parte regular de la educación infantil. Por supuesto, ante la presión de las masas y las agudas críticas (como podemos ver aquí y aquí) el cambio resultaba inevitable y en menos de un año todo el sistema de transporte se vio revolucionado por los nuevos servicios y los violentos “Taxistas” pasaron a ser historia.
Algunos historiadores urbanos indican a estas fundamentales fallas del sistema de transporte como causa clave de los grandes embotellamientos que sufrían las ciudades durante todo el siglo XX y principios del XXI, argumentando que debido a la mala calidad del servicio y su alto costo, producto de la restricción de la oferta que era limitada con un número fijo de permisos, gran parte de la población se veía forzada a poseer un vehículo personal y utilizarlo constantemente para tareas tales como realizar las compras (aún los envíos a domicilio no estaban aceitados), llevar a los niños a recibir su educación en las “Escuelas” (Sí, todavía existían esos reductos infernales) o incluso salir a disfrutar un plato o ir al médico.
Estamos acostumbrados a entender los servicios como un ejercicio libre, activo, dinámico y personalizado entre las empresas/emprendedores y los consumidores, pero en aquellos años las pujas corporativas destruían gran parte de la innovación que hoy damos por sentado. Tal como parodia el clásico de Bastiat, allá por la década del ’10 los “taxistas”, al igual que los ficticios fabricantes de velas, intentaron inútilmente tapar el sol con las manos, incluso si eso hubiese significado cargar en todos nosotros el peso de su atraso.