El premio Nobel de Literatura Albert Camus publicó en 1947 su famosa novela La peste. Con la expansión de la pandemia ocasionada por el coronavirus esta novela se ha convertido en un fenómeno de ventas en países como Francia e Italia, pero puede decirse que el interés despertado ha sido de carácter mundial por conocerse los paralelismos entre la peste que azota al pueblo de Orán en torno a 1940 y la covid-19 que ha provocado el pánico en el año 2020.
Cuando Camus nos habla de la lucha sobrehumana de médicos y voluntarios, de la distancia social; cuando nos recuerda que “el problema del abastecimiento empezó a hacerse difícil” o que los enfermos morían separados de sus familiares, los venezolanos no podemos dejar de pensar que esa amenaza, que pareciera diluirse ante el esfuerzo sostenido de la ciencia y el esfuerzo humano en algunos países, en el nuestro, azotado por la plaga socialista desde hace más de 20 años, el virus se acerca fortalecido, encuentra terrero fértil en un país desprotegido y nos sorprende con el sistema sanitario totalmente colapsado: sin agua en el 80% de los establecimientos de salud, con constantes fallos eléctricos, con el éxodo de médicos más grande del continente, con 34 médicos fallecidos desde que la pandemia arreció con fuerza, sin equipos de ventilación ni camas para enfermos del coronavirus en sus unidades de cuidados intensivos. Estas carencias, entre otras, hacen de esta pandemia “una bomba de tiempo”, como la calificó recientemente la BBC de Londres. Hay pánico en la población. Todos creemos que enfermarse es morir.
Venezuela es el país que menos pruebas realiza y el más lento en los resultados, en Caracas se conocen los resultados en 10 días y en el interior del país más de dos semanas. Se estima que hay 4.000 nuevos casos cada día y el país solo cuenta con 300 ventiladores y no hay desinfectante en el 75% de los hospitales.
Maduro se niega a autorizar a laboratorios privados y universidades a realizar test de covid-19 para no perder el control de las cifras y seguir maquillándolas. Mientras tanto, las familias de los infectados siguen quejándose de que a los enfermos no se les está suministrando ni comida ni suero y nunca se les nebuliza.
Mientras tanto, en el país suceden eventos que parecieran sacados de la propia novela de Camus y que ponen a prueba la solidaridad humana. Los venezolanos expulsados por la tiranía y como consecuencia de la propia pandemia que los deja sin trabajo en los países de acogida, se han visto obligados a regresar, a veces caminando miles de kilómetros y en lugar de dárseles un digno apoyo humanitario, son culpados por el régimen venezolano de la expansión del virus en el país. Maduro no pierde oportunidad de acusarlos de “importar el virus” enviados por “países enemigos”. Son sometidos a cuarentenas humillantes en condiciones deplorables, más propias de un campo de concentración que de un centro de apoyo. Resulta elocuente, por su crueldad, el caso de 300 venezolanos hacinados en el estadio de béisbol de la ciudad fronteriza de San Cristóbal. Estos venezolanos decidieron hacer huelga de hambre debido a las condiciones de insalubridad y la falta de alimentos. La respuesta fue represión, el atropello con tanquetas y la presencia de la Guardia Nacional. Lo mismo pasó en la población fronteriza de Guasdualito, donde alojaron a 130 personas casi sin agua y mala alimentación. Además, las condiciones para el traslado de un lugar a otro son deprimentes.
Ante el temor a contaminarse la gente se ve obligada a protegerse con remedios caseros y medios artesanales porque su sueldo no les alcanza para comprar un gel antibacteriano. Lo poco que ganan solo les alcanza para sobrevivir y todo lo gastan en comida. El precio de un gel supera una quincena de sueldo de un trabajador de la administración pública (200.000 bolívares). En una farmacia un kit, que incluye antibacteriano, guantes y tapaboca cuesta 700.000 bolívares, sin incluir jabón o alcohol (el tipo de cambio está cerca de 270.000 bolívares por dólar).
Cuando los venezolanos pensábamos que no podía pasar algo peor a lo que habíamos padecido a lo largo de estos 20 años de socialismo, aparece la pandemia con más de 20.000 casos de contagio y 275 fallecidos.
A este cuadro desolador hay que añadir el tema de la gasolina. No hay gasolina en el país. No es cierto, como dicen los voceros del régimen, dentro y fuera del país, que la escasez se debe a las sanciones. Las verdaderas causas de la falta de gasolina se deben a la paralización de las refinerías de El Palito, Puerto la Cruz, Cardón y Amuay. Las cuatro refinerías no funcionan por diversas causas. Por ejemplo, la refinería de Amuay tiene una capacidad instalada de 645.000 barriles diarios y solo produce por debajo de 20.000 barriles al día. La gasolina que hasta hace poco era regalada en el país, ahora se vende a más de dos dólares el litro y los militares se enriquecen en el mercado negro. Mientras tanto, los conductores que no pueden pagar ese precio tienen que hacer la cola de hasta tres días para obtener 20 litros de la gasolina que se vende subsidiada. Recientemente la BBC reseñaba el caso de un médico venezolano que hizo 13 horas de cola para echar gasolina para ir a operar. Se trata del doctor Rafael Barrios, cirujano venezolano de 71 años. Esta situación complica aún más la labor de los sanitarios que luchan contra el coronavirus. Las pocas ambulancias que aún existen en el país ni los camiones de bomberos pueden desplazarse debido a la escasez de combustible.
La pandemia ha sorprendido al país en el peor momento, cuando la economía registra los peores resultados de su historia. Actualmente en España, con justificada razón, hay preocupación por la caída del PIB producto de la pandemia, que ha motivado la paralización de la economía (la estrepitosa caída de la producción en el primer semestre del año fue de 18,5%). La economía venezolana en 2020 será un 20% de lo que era en 2012. Pasaremos de tener una economía de 350.000 millones de dólares a una de 40.000 millones de dólares, según las estimaciones de la firma Ecoanalítica. Solo este año la caída será de 32,8%. Este año los ingresos petroleros pasarán de 20.300 millones de dólares en 2019 a solo 2.700 millones de dólares. En 2015 los ingresos por este concepto fueron de 72.000 millones de dólares y en 2014 de 121.900 millones de dólares. Aquí se resume el milagro del socialismo del siglo XXI.
Fuente: Instituto Juan de Mariana