Por Franco M. López
Investigador – Fundación Bases
Si todavía nos quedaba alguna duda, anoche terminamos de demostrar que esto hace rato dejó de ser una ciudad para convertirse en un reality rosarino. La jornada electoral pasó sin pena ni gloria hasta bien entradas las horas nocturnas, cuando los becerros empezamos a agolparnos frente a nuestros televisores, computadoras, celulares y cualquier otra pantallita que podía comunicarnos cuáles eran los nuevos líderes que acabábamos de elegir.
Por Franco M. López
Investigador – Fundación Bases
Si todavía nos quedaba alguna duda, anoche terminamos de demostrar que esto hace rato dejó de ser una ciudad para convertirse en un reality rosarino. La jornada electoral pasó sin pena ni gloria hasta bien entradas las horas nocturnas, cuando los becerros empezamos a agolparnos frente a nuestros televisores, computadoras, celulares y cualquier otra pantallita que podía comunicarnos cuáles eran los nuevos líderes que acabábamos de elegir.
La tensión nos ponía los pelos de lana de punta y, antes de que nos esquilmemos solitos, la vaporosa página del Tribunal Electoral empezaba a adelantarnos la que iba a ser una larga y dudosa noche. Para sorpresa de quienes pensaban que todas las oficialistoides notas del diario La Capital habían surtido efecto entre nosotros, los dos migueles seguían arañando voto a voto para arrebatarse el primer puesto que los llevaría directo a la casa gris. Sin embargo, la siempre bien ponderada santa trinidad se apresentaría sumando otro candidato, el lechero de la Perla del norte, que no se llama miguel pero que sí se parece a sus contrincantes en la similitud de su calvicie. Las tres figuritas sonrientes de los diarios online jugaban como infantes en la salita roja del jardín mientras el peronismo se hacía los rulos por volver a poner los garfios en el botín de la Invencible y los empleados del socialismo continuaban su perorata de insultos que le propinaban al morocho comediante aterrados por si acaso al payaso se le ocurriese hacer uso de la eficiencia administrativa y dejaba a algún adicto del faso, café y medialunas (otra santa trinidad) de patitas en la calle por haber tirado demasiado del cordel de la burocracia.
30, 31, 29, 30.5, porcentajes que a medida que pasaban las horas dejaban cada vez más claro que la santa fe no iba a tener un claro predicador. Justo en medio de tanta confusión y desesperación democrática, la oveja servidora que con sus pezuñas les escribe cometió el improperio de osar preocuparse por revisar los resultados que se dirimían entre las beatas del rosario. Aquí sí que había menos dudas, porque parecía que ni su amistad con el Padre Ignacio ni todas sus profecías podían lograr manggiar los dos puntitos de diferencia que a la Ana Laura le sacaba Moni, mi intendenta de cabecera, íntima amiga de Cris y fiel seguidora de la justiciera Eva Duarte, de la cual todavía no aprendió que los discursos con pausas tienen sentido solo si se intercalan con sonoros aplausos. Así, los humores de muchos ñoquis se iban aplacando a medida que podían quedarse tranquilos de que su puestito defendido por Moni en el corral de la Muni no iba a ser tocado por el sucio neoliberalismo menemista, genocida y carilindo que acechaba como lobo el plato de pastasciutta que había hervido Hermes, servido Miguel y que ahora todos podemos tragar a duras penas -raviol, sorrentino y penne-rigati- para evitar que los pobrecitos tengan que pegotearse todos juntos por quintuplicado como asesores de algún senador o diputado. ¡Bueno che! De algo hay que vivir.
Después de gobernar ininterrumpidamente por casi tres décadas, los que seguían siendo el cambio empezaron a tomar una ventaja- o quién dice ventajita- sobre el amarillo patito. Todos pensamos que a veces hay que cambiar un poquito, solo para que nada cambie, pero no, al final los tres pelados seguían estancados en la cumbre de la ignominia. Y como soy así, una oveja masoquista, junté fuerzas, peiné los rulos lanudos que empezaron a servirme recién ahora para protegerme de este frío tardío y estacionalmente incoherente, y apreté nomás la categoría de concejales, para ver cómo andábamos por esos lares.
Mi querido amigo ovejuno, porque aunque no lo sepa y crea ser esa excepción extraña e intachable usted es tan oveja como yo, la sorpresa que me daría en esta nueva categoría iba a arruinar con los nervios toda la poca carne de cordero que pudiesen sacarme. John Greenhill (o Juan Monteverde por su nombre en español) y su séquito de revolucionarios acumulaban ochenta mil votitos; una lástima que no hubiesen llegado a los noventa para poder hacer una jocosa ironía sobre esa década nefasta o alguna heroica referencia a ser tres veces la reencarnación de los compañeros desaparecidos, cosa nada extraña en una provincia por triplicado que parece empatarse en una realidad paralela con tres gobernadores que se autoproclamaban sin importar los detalles menores de la nimiedad estadística de los resultados. Y por qué no, ya que estamos, no cortamos por lo sano dando solución al embrete partiendo a la invencible en tres santafecitas (porque seamos honestos que mucha fe tampoco nos queda) y coronamos a los tres pelados. Y quién dice tres dice cuatro, así podemos anunciar el nacimiento de la hiper-contradictoria República Comunista de Nuevo Alberdi, empaquetamos a los casi tres veces treinta mil snobs que lavaron su conciencia votando a la nueva izquierda y quedamos todos pipón pipón. Quizás hasta le queda una provincia para gobernar al eternamente fracasado ministro Agustín.
¡Ay qué noche Bariloche! le miento si le digo que no me costó dormir pensando en tantas realidades electo-guberna-politiqueras, y encima de todo esto la mañana me amanecería aún más enredada. En el laburo, mi jefe me contaría como su hermana, estudiada y recibida en la misma universidad que el ovejuno escritor al que sus ojos leen, había colaborado son su voto-empujoncito a sumarse al delirante proyecto guevarista del comandante de la patrullas rojas que empapelaron la ciudad con la campaña pagada por papi para quizás lograr convertir su proyecto en ley y prohibirle a la insulsa lanuda trabajar en el Estado por haber cometido el pecado de estudiar en una privada. Pero la incoherencia sufrida no terminaría así porque, al mismo tiempo que se autoflagelaba condenaba a su hermano, por si ya se olvidó, mi jefe, a tener que abandonar su empresa constructora en manos de las hordas expropiadoras de la injusticia social inmobiliaria a fuerza de ganzúa que repartirá a diestra y siniestra el Partido de los Hippies con Osde.
Ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho para cuando me desayuné que el mismo día que el delirio colectivo había dado a luz a una de sus mejores funciones coincidía con el aniversario del nacimiento del asesino remerizado Guevara, uniendo al facho con su imitación, quien no dudó en pasar de la simulación gesticulizada de los carteles a la nueva actualización encamisada, lavadita y planchadita, lista para que la abuelita pueda comprarla. ¿O me vas a decir que Johnny no tiene carita de ángel? Una demostración más de que lo único en lo que Karlitos no le erró era en que la historia se repite primero como tragedia y luego como comedia (sí, ya sé que él decía farsa, pero esa no me rimaba).
Así es la vida, amigo. Mientras algunos sueñan con concretar sus megalomaníacas utopías irrealizables, el resto pagamos los platos rotos de una fiesta a la que nunca nos invitarán. Y así, seguiremos esperando un bondi que nunca llega, caminando recagados por las calles nocturnas de la ex-Chicago-nueva-Medellín argentina y mi primo, también un ovejuno, seguirá viendo como le estrolan la cabeza a una piba contra la ventanilla del 107 una manga de borrachos que la policía nunca se preocupó en encontrar, mientras él encamillaba, en uno de esos hospitales modelos del gobierno de la salud socialista atendido por médicos fantasmas, a una vieja que murió en sus manos ensangrentadas por la puñalada que le dieron para afanarle la cartera. Ni las granjas comunitarias y el dulce de leche chavista nos van a salvar de esta.
Y vos, oveja querida, seguís buscando entre las boletas a tu pastor para votar a tu próximo verdugo. Pero no, amigo, no se desespere. Súmese a las filas del cinismo ilustrado como yo, este humilde servidor y a sabiendas de que el país se va irremediablemente al carajo, reservemos las butacas de la primera fila a como dé lugar al borde del abismo, con pantagruélico pochoclo y lentes 3D para ver, con morboso placer, el espectáculo de la debacle de una sociedad que ya no existe.