8 Maneras en las que el Gobierno Empeoró la Pandemia

woman in brown coat standing on train station

Según una nueva encuesta de Axios-Ipsos, más del 60% de los estadounidenses creen que la respuesta del gobierno federal frente a la pandemia no está ayudando. De hecho, dicen que está empeorando las cosas.

«Sesenta y dos por ciento cree que el gobierno está empeorando la recuperación de Estados Unidos, incluyendo más de uno de cada tres (35%) que dicen que el gobierno está empeorando mucho las cosas», encontró la encuesta. «Cuando se les pregunta si el gobierno federal ha mejorado o empeorado con el manejo de la pandemia, en comparación con marzo o abril, una pluralidad (46%) dice que peor».

Es difícil culparles por su pesimismo. Un examen de las medidas adoptadas por los legisladores federales, estatales y locales a lo largo del año pasado pone de manifiesto una serie de errores que provocaron un mayor número de muertes y tuvieron consecuencias imprevistas que siguen afectando a nuestra sociedad.

He aquí un repaso de los ocho mayores fallos del gobierno durante la crisis del COVID-19.

Dado que evitar la propagación de una nueva enfermedad es una tarea prácticamente imposible, había que aceptar que algunas personas se iban a enfermar. La única solución inmediata era la mitigación y eso requería de comunicación e información claras y directas.

Esto no es lo que recibió el pueblo estadounidense.

En cambio, los Centros de Control de Enfermedades (CDC) no recomendaron al principio el uso de mascarillas, consejo que fue respaldado por el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.

«No hay razón para andar con una máscara», dijo el Dr. Fauci en una entrevista en 60 Minutes.

Fauci y los funcionarios de los CDC dijeron después que las directrices pretendían evitar el acaparamiento de suministros, y luego insistieron en que las máscaras debían utilizarse para mitigar la propagación del virus.

Esa no fue la única confusión. En los primeros días, los estadounidenses se vieron en apuros para obtener las pruebas o averiguar la información sobre los síntomas y los protocolos de tratamiento. En un momento dado, el presidente Trump indicó que el uso de «desinfectantes» o la irradiación de rayos ultravioleta sobre el cuerpo podría ser una cura. Sus comentarios fueron seguidos por una oleada de intoxicaciones accidentales. Resultó en un verdadero caos.

También se les aseguró a los estadounidenses que sólo se necesitaban 14 días para «aplanar la curva», y los que podían hacerlo se quedaron en casa para darle tiempo a la comunidad médica a que se prepararan ante la ola de pacientes que se avecinaba. Sin embargo, los 14 días se convirtieron rápidamente en bloqueos indefinidos, dejando a muchos de nuestros ciudadanos sin empleo e incapaces de pagar las facturas o comprar productos de primera necesidad.

Hay que señalar que nuestra comunidad médica habría estado más preparada si el gobierno no hubiera suprimido la información sobre el virus en primer lugar. Ahora sabemos que los líderes nacionales ya habían sido informados sobre la pandemia en enero. Eso significa que el país tuvo dos meses para preparar a los hospitales, en caso de desbordamiento, aumentar la producción de equipo de protección, ventiladores, y coordinar el desarrollo de métodos de prueba. En lugar de ello, pasaron esos meses restandole importancia a la enfermedad, lo que impidió que las empresas obtuvieran valiosas señales de mercado que las habrían impulsado a actuar.

Esta falta de transparencia es una de las razones por las que el COVID se politizó desde el principio, provocando desconfianza y falta de cooperación entre los estados y su gente.

La ciudad de Nueva York, el epicentro original del brote en el país, perdía casi 800 ciudadanos al día por el COVID-19 en marzo y abril. La gente no podía conseguir camas en los hospitales, muchos fueron enviados a hoteles a morir sin atención y los cuerpos fueron colocados en camiones refrigerados ya que la gente moría demasiado rápido para ser eliminada adecuadamente.

En respuesta a la crisis, la ciudad gastó 52 millones de dólares en hospitales colapsados…. que finalmente sólo atendieron a 79 pacientes. Sí, realmente.

¿Una de las razones? La ciudad concedió a los proveedores de ambulancias contratos exclusivos con los hospitales públicos (¡amiguismo!), de modo que cuando una persona llamaba al 911 los proveedores tenían que llevarla a su centro contratado, incluso si estaba saturado y había camas disponibles en otro lugar.

Como resultado, los médicos y las enfermeras (algunos de los cuales cobraban hasta 2.000 dólares al día) se quedaban jugando con sus teléfonos en los centros colapsados mientras la gente moría en los hospitales públicos de enfrente.

El gobierno no sólo no comunicó la necesidad de realizar pruebas en enero, sino que trabajó activamente para bloquear el desarrollo y el procesamiento de pruebas por parte de centros privados.

Las agencias del Departamento de Salud y Servicios Humanos promulgaron bloqueos regulatorios que impidieron a los laboratorios no gubernamentales ayudar con las pruebas, incluso cuando los CDC tardaron semanas en publicar su propia prueba que resultó ser defectuosa.

Para participar en las pruebas, un laboratorio comercial o clínico tenía que completar un largo y arduo proceso de solicitud ante la Administración de Alimentos y Medicamentos para obtener la «autorización de uso de emergencia». Pocos lo hicieron.

Y así, el gobierno desperdició tiempo precioso en el que las pruebas generalizadas y los recursos específicos podrían haber limitado la propagación de la enfermedad.

Sólo dos días después de que los científicos chinos publicaran el código genético del coronavirus, Moderna desarrolló una vacuna, completando asombrosamente su desarrollo en un solo fin de semana.

Eso significa que hemos tenido una vacuna para esto desde enero del 2020, pero los estadounidenses fueron retenidos en su acceso a la misma.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) prohibió los ensayos acelerados del producto (en los que los voluntarios que toman la vacuna se exponen a ella en un laboratorio en lugar de esperar a ver si se encuentran con ella en la naturaleza). Esto provocó un retraso de casi un año y cientos de miles de muertes mientras se esperaba la aprobación.

La vacuna ya está disponible y la FDA la ha calificado de «altamente eficaz».

Estados Unidos sigue bloqueando el uso de la vacuna de Oxford-AstraZeneca que ya se está utilizando con éxito en otros países.

Numerosas investigaciones demuestran que los encierros no evitan las muertes.

El distanciamiento social y la ventilación de los espacios públicos eran medidas apropiadas para combatir la propagación de la enfermedad (además de realizar pruebas y destinar recursos a las poblaciones de alto riesgo), y las empresas habrían aplicado medidas razonables con una comunicación adecuada. (De hecho, los datos muestran que los estadounidenses estaban tomando precauciones mucho antes de que sus gobernadores se lo pidieran).

Pero en muchos estados, los funcionarios públicos siguieron adelante con medidas agresivas e inconstitucionales que obligaron a cerrar la economía, sacaron a los niños de la escuela, separaron a las familias e incluso impidieron que la gente diera paseos o jugara al aire libre. Como se preveía, las ramificaciones han sido mucho peores que la enfermedad.

Las pruebas sugieren que la tasa de suicidios se ha disparado, coincidiendo con una epidemia de soledad que seguramente producirá muchas más muertes por desesperación. La violencia doméstica ha aumentado, al igual que el número de hogares que denuncian  inestabilidad alimentaria. Los estudiantes estadounidenses, que ya estaban rezagados en las puntuaciones de los exámenes, en comparación con otras naciones desarrolladas, están perdiendo un terreno insustituible en sus actividades educativas. Y la recesión económica creada por los cierres está aumentando la desigualdad de ingresos y la pobreza (tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo).

Las consecuencias de los cierres sólo están empezando a verse y seguramente tendrán un impacto continuo en nuestra vida cotidiana y en nuestra economía.

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha sido anunciado por los medios de comunicación como el héroe de la pandemia e incluso ha recibido un Emmy y un lucrativo contrato para un libro por su actuación como el político que se preocupa por su pueblo.

Aunque hay que reconocer que el gobernador Cuomo es suave ante las cámaras, el tiempo ha revelado que es un líder atroz cuyas políticas hicieron que gente muriera en más de un sentido.

En un punto álgido de la pandemia, la administración de Cuomo obligó a los ancianatos a aceptar pacientes enfermos, una respuesta probablemente influenciada por sus hospitales públicos colapsados. Como advirtieron los expertos del sector, los ancianatos no tenían la capacidad para albergar a estos pacientes y evitar la propagación de la enfermedad en sus instalaciones, lo que provocó un brote entre las poblaciones vulnerables que mató a los ancianos en masa.

Para empeorar las cosas, la oficina de Cuomo trabajó entonces para suprimir la verdad sobre el verdadero número de muertes en los ancianatos, y abogó por una legislación que le impida a las víctimas de sus medidas demandar a las instalaciones por la muerte de sus seres queridos.

El senador Rand Paul ha sido una de las pocas voces del sentido común dentro del liderazgo de este calvario. Siendo él mismo un médico, Paul comenzó a oponerse a los confinamientos sin sentido y a los cierres de las escuelas desde el verano pasado, apuntando las investigaciones que mostraban que era seguro abrir.

En una audiencia televisada, el Dr. Fauci discutió con el senador Paul sobre esta cuestión, lo que dio lugar a ataques contra Paul por parte de destacadas voces de la izquierda. Pero apenas seis meses después, Fauci estaba cantando la misma melodía de Paul, y afirmando que siempre había estado en el mismo coro.

Era demasiado poco y demasiado tarde. Los sindicatos de profesores han tomado el control en muchos estados y han bloqueado la reapertura, y muchas familias se han quedado con una mezcolanza de opciones educativas y sin la posibilidad de llevarse su dinero de los impuestos a otra parte.

En cambio, las escuelas privadas han permanecido abiertas en su mayor parte.

En el verano del 2020, el Congreso aprobó la Ley CARES, un gigantesco paquete con beneficios corporativos de 2 billones de dólares que los legisladores afirmaron estimularía nuestra economía, le cubriría las necesidades básicas a las personas que perdieron su trabajo y salvaría a las pequeñas empresas. Pero fracasó y se destinó en su mayor parte al amiguismo y a los intereses especiales.

Al final, el 25% fue a parar a las grandes empresas, que se vieron menos afectadas por los cierres. Sólo 350.000 millones de dólares se destinaron a las pequeñas empresas, y 243 millones de dólares de esa cantidad «accidentalmente» fueron a parar también a las corporaciones.

Además, un estudio sobre el Programa de Protección de los Cheques de Pago del proyecto de ley reveló que preservó 2,3 millones de puestos de trabajo, ¡a un costo de 224.000 dólares por puesto! Por otro lado, incentivó a muchos a quedarse en casa sin trabajar, lo que dificultó aún más la reapertura de las empresas.

Y luego estaba el fraude. El gobierno federal envió 1.400 millones de dólares en cheques a personas muertas bajo esta legislación. Y la Fundación para la Rendición de Cuentas del Gobierno estima que se gastaron 26.000 millones de dólares en reclamaciones fraudulentas, una cantidad equivalente al total de las prestaciones por desempleo pagadas en 2019.

Si bien el país cuenta ahora con tres vacunas (la FDA dio luz verde a la vacuna de Johnson & Johnson el miércoles), con más en el horizonte, distribuirlas al público ha sido una debacle.

Las agencias federales dieron a los hospitales jeringuillas incapaces de extraer la dosis adecuada, lo que hizo que se desperdiciaran muchas vacunas. Otros se deshicieron de las vacunas debido a las estrictas regulaciones estatales sobre quién podía vacunarse. Cuando no pudieron encontrar suficientes personas que cumplieran los criterios, se vieron obligados a desechar las dosis no utilizadas.

Una vez más, vemos que la burocracia gubernamental y las regulaciones le fallan a las personas que están diseñadas a proteger.

Hay una razón por la cual los defensores de un gobierno limitado siguen sonando la alarma sobre la expansión de la autoridad. Sabemos que el gobierno perjudica a la gente, incluso cuando se lleva a cabo con buenas intenciones o por líderes que nos «gustan». Y el año pasado ciertamente puso esto de manifiesto.

Es de suponer que la mayoría de los políticos deseaban evitar la muerte y la desesperación en el país durante el pasado año, pero la arrogancia en sus propias capacidades y la fe ciega en la planificación centralizada hicieron que la pandemia fuera aún peor de lo que habría sido en otras circunstancias.

Es importante recordar que las mismas regulaciones y políticas que crearon una devastación masiva durante el año pasado también crean una devastación a menor escala a diario, encareciendo la asistencia sanitaria y poniendo fuera del alcance los tratamientos que salvan vidas.

A estas alturas, deberíamos haber aprendido que el gobierno no puede protegernos de las duras realidades de la vida, ni hará un buen trabajo para satisfacer nuestras necesidades o velar por nuestros intereses.

Benjamín Franklin dijo: «Aquellos que renuncian a la libertad esencial, para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen ni la libertad ni la seguridad».

Es una cita pertinente para el momento, ya que eso es precisamente lo que la mayoría ha elegido hacer en el último año, y todo fue en vano. El gobierno, por muy grande que sea, no tiene la capacidad de protegernos de las numerosas amenazas del mundo. En el mejor de los casos, puede proteger nuestras libertades y darnos la libertad que necesitamos para innovar y protegernos.

Los que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal no merecen ni la libertad ni la seguridad.

La idea de que las personas están mejor servidas y protegidas cuando las decisiones son independientes y localizadas es un concepto que a muchos les cuesta entender.

«Para la mente ingenua que sólo puede concebir el orden como el producto de una disposición deliberada, puede parecer absurdo que en condiciones complejas el orden, y la adaptación a lo desconocido, puedan lograrse más eficazmente mediante la descentralización de las decisiones y que una división de la autoridad amplíe en realidad la posibilidad de un orden general, observó el economista F.A. Hayek. «Sin embargo, esa descentralización conduce en realidad a que se tenga en cuenta más información».

Sin embargo, la visión de Hayek se confirmó durante la respuesta a la pandemia. Como otro ejemplo, tomemos a Western Virginia, uno de los estados más pobres y rurales del país. Se esperaba que tuvieran problemas con la distribución de las vacunas, pero en lugar de ello fueron líderes a nivel nacional. ¿Por qué? Descentralizaron el proceso de vacunación, dejando que las farmacias locales e independientes se encargaran de la distribución, y lo hicieron exitosamente.

Estados Unidos ha probado la vía del gobierno, y no le fue tan bien. De cara al futuro, deberíamos aprender de esta catástrofe e impulsar la desregulación, la autoridad gubernamental limitada y el control local.

A juzgar por la nueva encuesta de Axios-Ipsos, puede que los estadounidenses estén finalmente dispuestos a hacer precisamente eso.

 

Fuente: La Fundación para la Educación Económica

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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