A un Año de la Invasión a Ucrania: Complicidad y Desatinos Latinoamericanos

Ha transcurrido un año desde aquel momento desconcertante para el pueblo ucraniano y para el resto del mundo, que fue testigo de cómo una gran potencia invadía a un vecino europeo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

Desde entonces, se han intentado realizar múltiples radiografías del problema tomando en consideración el sentimiento de una nación y su líder, Vladimir Putin, a través del tiempo. Por un lado están aquellos que le encuentran “explicaciones”, como John J. Mearsheimer, que ha afirmado que la agresión de Putin hacia Ucrania está provocada por la intervención occidental. Otros analistas como Stephen Kotkin, en cambio, toman en consideración el sentimiento de una nación a través del tiempo, al desvelar una orientación atávica que los ha dirigido inevitablemente a la búsqueda permanente de un Estado fuerte como único garante de la seguridad, del orden doméstico, dispuesto y capaz de actuar agresivamente en su propio interés. Finalmente, están quienes piensan en términos geopolíticos y concluyen que Putin cometió un error de cálculo. 

Pero, ¿Y si estamos tratando de racionalizar algo que solo tiene sentido bajo unas ideas distintas de las nuestras? Timothy Snyder, en una conversación con Ezra Klein, comenta que a Putin no le importan las cosas que creemos que deben importarle a la gente: “No le importa la economía rusa. Creo que ni siquiera le importan los intereses rusos, tal vez ni siquiera la supervivencia del Estado ruso”, explica. Al líder ruso le importan ‘otras cosas’ y ha sido muy claro sobre ‘esas cosas’, dice Snyder: “Le importa cómo se le recordará después de su muerte. Le importa la imagen de una Rusia eterna. Le importan cosas que están fuera de nuestro campo de visión”. 

Puede que a Putin no lo mueva una racionalidad geopolítica ni económica, sino ideas viejas y peligrosas. Las mismas ideas que, en constante sintonía con el líder soviético, han asediado a Latinoamérica durante los últimos años, y que se vuelven a vivificar en el viraje electoral de la región, donde los nuevos mandatarios se alinean con los herederos ideológicos de quienes patentaron una época que dejó hallazgos de crímenes y corrupción a lo largo del continente. 

Algunas de las respuestas de los tiranos latinoamericanos frente a la invasión rusa son para la posteridad. En Cuba, Díaz-Canel coincidió con Vladimir Putin, para rendir un sentido homenaje y tributo a la imagen de Fidel Castro, una estatua que se inauguró en Moscú. Todo ello, además, sumado a una intervención del mandatario en el órgano legislativo de la nación soviética, donde se mostró dispuesto a difundir el discurso impartido por el Kremlin en múltiples ocasiones. Asimismo, México, que aún siendo miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, titubeó por medio de su presidente, López Obrador, a la hora de asumir una postura clara sobre la invasión, arguyendo la no intervención, la autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de los conflictos. 

Y, desde luego, es inevitable no traer a la discusión los casos de los regímenes de Daniel Ortega, en Nicaragua, y de Nicolás Maduro en Venezuela, donde el primero de ellos, el líder sandinista, llegó a sentenciar a través de un acto oficial, que en el caso de que Ucrania ganase la guerra a Rusia, “el nazismo se impondría en el mundo”. Todo ello, por supuesto, evocando que a finales del año 2020 Nicaragua estableció un consulado en Crimea, territorio ucraniano anexado a Rusia.

Venezuela, Cuba y Nicaragua —los principales aliados de Putin en Latinoamérica—, y otros países como México, Perú, Argentina, Colombia, Brasil han comprado armamento ruso, de acuerdo a un informe del Center for Strategic and International Studies. Ninguno de ellos ha respondido la solicitud de Estados Unidos de donar el equipamiento militar ruso a Ucrania, reemplazando a su vez estos, por armamento estadounidense. 

¿Qué tienen en común estos países en la actualidad? Gobiernos que siguen las directivas del modelo socialista del Siglo XXI. 

No es casualidad que varios de estos nuevos gobiernos hayan ido restableciendo de manera paulatina las relaciones diplomáticas con el régimen chavista de Venezuela: Fernández, en Argentina; Lula, en Brasil; Petro, en Colombia. De hecho, con respecto a este último, fue la ciudad de Caracas la que acogió las negociaciones de pacificación entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional, antes de continuar sus conversaciones en México.

Así, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos gravitan tanto hacia el chavismo como hacia el eje ruso-iraní con la misma enajenación. Ello mientras países como Suecia y Finlandia apuran su acceso a la alianza militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el presidente de Serbia (histórico aliado ruso) afirma que Crimea y Donbas son parte de Ucrania y acelera la entrada de su país en la Unión Europea (UE). 

Muchos tendemos a pensar que las cosas ocurren por factores estructurales, por incentivos, por cuestiones sólidas, tales como: cuánto petróleo puedes producir o cuánto poder de dominación puedes alcanzar. Ezra Klein cree que un punto ciego de europeos y estadounidenses —los latinoamericanos también deberíamos ser incluidos en esta categoría— es que piensan que las ideas no importan. Pero, la verdad es que los humanos nos movemos también por ideas, sean ciertas o falsas, buenas o malas. He aquí la envergadura de nuestra misión para promocionar las ideas correctas e intentar revertir el desatino monumental en el que nos hemos convertido.

 

* Federico N. Fernández es Director Ejecutivo de Somos Innovación (la alianza latinoamericana en favor de la creatividad y la innovación) y CEO de We Are Innovation (la organización hermana de Somos Innovación para Europa). Federico es también Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina) y del Comité Organizador del Congreso Internacional “La Escuela Austríaca de Economía en el Siglo XXI”, que se realiza en Europa y América Latina alternativamente. 

** José Alberto León es Project Director en la Fundación Internacional Bases, así como Senior Fellow de los think tanks CEDICE Libertad y Fundación Ciudadano Austral. Anteriormente, asistente de investigación y contenidos de la Fundación Para el Progreso. Coautor del libro «Después del Socialismo, Libertad». Estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela.

Fuente: Fundación Internacional Bases

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