Existen muchos debates sobre si el aumento de impuestos genera más riqueza acompañado de una mejora en el bienestar general o todo lo contrario. En lo que sigue, intentaremos demostrar la ineficacia de los impuestos desde el punto de vista praxeológico y cómo estos no favorecen a la producción ni a los mercados libres.
Antes de pasar a dar la argumentación de los tópicos antes mencionados, me gustaría desarrollar acerca de lo que es la praxeología para aquellos que desconocen este término. Empezaremos, por tanto, definiendo qué es la Praxeología. La Praxeología es la ciencia que estudia la acción humana desde el punto de vista de las implicaciones formales de la descripción del concepto de acción. Es el análisis formal de la acción humana en todos sus aspectos. La Praxeología se basa en el axioma fundamental de que el ser humano actúa, es decir, que pretende alcanzar unos determinados fines que habrá descubierto que son importantes para él. El método praxeológico gira en torno a la deducción verbal de las implicaciones lógicas del hecho de que los seres humanos actúen, es decir, que eligen una serie de medios escasos para lograr sus fines.
Dice Mises que a la Praxeología no le conciernen los objetivos últimos que la acción pueda perseguir. Pretende ser una ciencia objetiva, es decir, que sus enseñanzas resultan válidas para todo tipo de actuación, independientemente del fin al que aspire el actor. El objeto de la Praxeología es la acción humana como tal, con independencia de todas las circunstancias ambientales, accidentales e individuales de los actos concretos. Se refiere a cuánto es obligado en toda acción humana. Por lo tanto, la Praxeología no trata las elecciones concretas de la acción humana.
Con respecto a los impuestos, utilizaremos una cita de Jean-Baptiste Say de su libro A Treatise on Political Economy escrito en 1803 que retrata a los impuestos como un acto destructivo a la riqueza y a la propiedad. Say dice que es absurdo decir que los impuestos contribuyen a la riqueza nacional, que aumentan la producción nacional y que enriquecen a la nación al consumir de su propia riqueza. Los impuestos son una transferencia de una porción de la producción del producto nacional bruto de los individuos hacia el gobierno que permite el gasto o consumo público. Los impuestos son una transferencia de una porción de la producción del producto nacional bruto desde los individuos hacia el gobierno que permite el gasto o consumo público. Es una carga impuesta hacia el individuo. Se trata de un obstáculo en el sentido literal del término.
Así, los impuestos serían un obstáculo a la producción y un acto tóxico y destructivo de los bienes futuros. Además, el financiamiento del estado (servicios básicos o cualquier servicio que provea el estado) tiende a ser ineficiente porque, a diferencia del mercado, presenta presupuestos inflados y pésimamente ejecutados. Ello genera que los servicios estatales, además de ser caros, sean deficientes provocando un derroche de capital.
Al no tener cálculo económico es imposible tener un sistema de precios, perdiendo todo tipo de sustentabilidad económica y generando una peor calidad de vida. Dada la extracción de la propiedad originaria del individuo hacia sus activos financieros, los gobiernos pueden abusar del aumento impositivo para destruir el sistema productivo nacional.
¿Son los impuestos el precio de vivir en sociedad o una obligación ciudadana? Los individuos accionan para mejorar su situación, buscan los medios necesarios para ejecutar personalmente su plan de acción y ejercer su función empresarial tomando las decisiones que crean correspondientes. Los gobiernos no pueden hacer lo antes descrito ya que ningún gobernante conoce los planes de vida de cada uno de los ciudadanos por lo que, en primer lugar, no puede planificar a nivel general por no poder concentrar la suficiente información Incluso si poseyera tal información, al no haber demanda de su accionar, se estaría utilizando capital en algo que la gente no solicitó. En segundo lugar, los gobiernos pueden manipular la fiscalidad, aumentando los impuestos y desplazando al sector privado de áreas en donde éste sería mucho más eficiente.
Por su parte, los defensores de la “justicia social” suelen proponer los impuestos progresivos. Mises se refiere al impuesto total como la antítesis del impuesto neutro (impuestos a los más ricos por el hecho de soportar las cargas tributarias). El concepto de impuesto neutro es la confiscación de una parte del patrimonio -o ganancias- de los agentes del mercado. La justificación que se hace con el impuesto total es que, si los gobiernos pueden recaudar -confiscar- las rentas de los agentes, habría un aumento del gasto público para que el estado pueda hacerse cargo de igualar las necesidades de sus ciudadanos. Aunque sepamos que los gobiernos no tienen ningún tipo de necesidad per se por no tener carácter ontológico, los administradores abusan del aparato impositivo para explotar más a los productores-inversores sacrificando los bienes futuros por bienes presentes. Esto, a su vez, representa una baja en los incentivos a la hora de invertir en bienes de capital, ahorro e incluso, bienes de consumo para stockear. Estos impuestos no sólo son innecesarios sino también antieconómicos porque no buscan una sustentabilidad fiscal sana, sino la destrucción de la productividad y, en consecuencia, de los mercados libres. Los impuestos progresivos tienen como fin poder igualar los ingresos de la sociedad y tener una sociedad más ‘’justa’’, pero terminan logrando una sociedad con menos incentivos para aspirar a convertirse en una sociedad más productiva y exitosa.
Por último, la finalidad de los impuestos a la vista de la opinión pública es la de ofrecer servicios como los básicos (agua-luz-gas), defensa nacional, defensa civil, justicia, educación, subsidios, entre otras yerbas. Sin adentrarnos en la teoría de los bienes públicos de J. Buchanan, me gustaría hacer dos preguntas para esta premisa: ¿Cuántas necesidades deben satisfacer los gobiernos? Y, ¿qué porcentaje de nuestros ingresos deberíamos pagar por los servicios estatales?
Por supuesto esto merece un análisis mucho más amplio que por su complejidad no nos vamos a adentrar, pero sí podemos desarrollar la inconsistencia de los gobiernos al monopolizar determinados servicios. Comencemos con un ejemplo práctico: ‘’A’’ necesita cubrirse con un seguro de salud porque es necesario para su trabajo, A irá a un servicio de seguro estatal y contratará el servicio por un determinado precio. En este momento, ‘’B’’ también necesita un seguro pero, en este caso B, irá a un seguro de salud privado. Ambos servicios se obtienen a través de una contratación voluntaria y a precios de mercado. ¿Cuál es el problema? Tanto A como B se ven beneficiados por el mismo servicio, ambos pagan lo mismo por su seguro y cada uno puede hacerse del servicio que crea pertinente. Pero el problema real es que los costos reales son más caros para B que para A porque el primero indirectamente está beneficiando al segundo y, al no existir un margen de costo-beneficio por el sistema brindado, A puede asegurarse a cualquier tipo de precio porque el seguro no necesita mantenerse a través de la demanda sino por mera financiación pública. Esto además, terminaría siendo muchísimo más costoso porque en el caso de que se encarezcan los servicios de salud, los gobiernos se verían obligados a aumentar los impuestos para mantener el sistema de salud pública y los seguros con financiación pública. Una doble carga para el contribuyente.
En tanto el sistema impositivo de un país no convive con el sistema privado sino, más bien, lo destruye, entonces los impuestos además de ser un acto totalmente violento, son innecesarios y, por ende, totalmente suprimibles. De lo contrario, si la búsqueda es la convivencia pacífica sin interferencia en el mercado libre, debe desarrollarse un sistema impositivo sano para que los órdenes espontáneos de la sociedad no se vean alterados. Al menos, no tanto.
* Franco Vallejos Torres es actualmente Pasante en la Fundación Internacional Bases
Fuente: Fundación Internacional Bases