La Fatal Arrogancia del Approach Top-Down

Sin dudas, F.A Hayek es uno de los pensadores liberales más importantes del siglo XX. Inicialmente comprometido con los ideales de la sociedad fabiana -un movimiento socialista británico que constituyó los cimientos del posterior partido laborista inglés-, Hayek fue poco a poco mutando en su manera de pensar hasta convertirse en uno de los “pesos pesados” del movimiento liberal.

Uno de sus aportes más significativos es el de haber remarcado hasta qué punto las propuestas colectivistas pecan de una “fatal arrogancia” al creer que un grupo de planificadores, burocráticamente sentados en sus muy burocráticos sillones en sus igualmente burocráticas oficinas estatales, pueden organizar a la sociedad en un enfoque que podríamos etiquetar como “top-down”, de arriba hacia abajo, como si mágicamente pudieran disponer de todo el conocimiento que en realidad se encuentra disperso en el mercado y de modo variable.

Sin embargo, esa idea colectivista de que “es necesario un gobierno sólido que planifique” es ampliamente aceptada y defendida. A ella cabe no obstante oponerle al menos dos contraargumentos muy fuertes. En primer lugar, la evidencia empírica: lejos de la benevolencia presuntamente argumentada, si hay algo que efectivamente han logrado los más poderosos gobiernos centralizados de la historia ha sido cometer las peores atrocidades que registra la humanidad. En segundo lugar, la propia idea de que exista un individuo o un conjunto de individuos que puedan no solo obtener sino también procesar en tiempo real toda la información necesaria para organizar una comunidad de forma eficiente es francamente ridícula, más propia de un relato de ficción que de cualquier teoría o plataforma política.

Ilustremos el tema con un ejemplo levemente diferente de los más tradicionales que constan en los libros de texto sobre este tópico.  Supongamos que diez personas hemos sido invitadas a una fiesta de cumpleaños y debemos “organizar” el tema del regalo para el “cumpleañero”.  Tenemos al respecto dos opciones: o que cada uno de los invitados lleve un regalo individual, o contribuir entre los diez para hacerle un regalo único, obviamente de mayor costo. En esta situación y considerando la posibilidad de que al destinatario le guste o no nuestro obsequio, ¿qué es más “peligroso”? ¿Darle diez regalos diferentes, corriendo el riesgo de que algunos no le agraden, o comprar un único regalo con el mismo riesgo de que no le guste, habiendo delegado la tarea en la información y el criterio de una sola persona?

Tal como surge del ejemplo precedente, la centralización es un concepto que fragiliza la situación. Estamos “poniendo todos los huevos en una sola canasta”, con el riesgo de que esa canasta sufra un evento negativo que la “destruya” en su totalidad, versus distribuir el riesgo en diez pequeñas canastas, cada una de ellas basada en la información y el criterio de cada uno de los invitados individualmente considerados.

En tren de “exportar” este ejemplo al contexto social, ¿qué preferiríamos? ¿Un gobierno grande y centralizado que tome las decisiones por todos nosotros? ¿O, por el contrario, nos resultaría más satisfactorio un formato descentralizado en el que seamos cada uno de nosotros –ya sea en forma individual o bajo la forma de asociaciones libres- quienes tomemos las decisiones?

Tal vez crean que no existe un caso así, de una organización “de abajo hacia arriba” y no “de arriba hacia abajo” que es el modelo usual, pero voy a contarles una cosa: sí, existe, y es uno de los países más prósperos del planeta. Me estoy refiriendo a la Confederación Helvética, conocida más comúnmente como Suiza.

Suiza no tiene un gobierno que centralice la gestión estatal, sino que delega la gestión a sus cantones, en una estructura “de abajo hacia arriba”. De esta manera, las agrupaciones locales se enfocan más en lo mundano, aquello que hace a sus inquietudes y expectativas concretas, y no en grandilocuentes proyectos futuristas como los que abundan en las estructuras “top-down”. Tampoco hay demasiados incentivos para hacer lobby y ejercer presión sobre un pequeño municipio para que se aprueben o no determinadas leyes, ya que el impacto sería muy limitado, no trascendiendo a gran escala. Es por eso que en los gobiernos más centralizados de Estados Unidos o incluso en la Unión Europea el lobby está mucho más presente: la decisión de unos cuantos funcionarios, cuyo número total apenas llenaría una sala de cine, es capaz de impactar y definir fuertemente sobre la vida de tal vez millones de habitantes. En ese caso, el lobby tiene más sentido.

Reconocemos que tal vez, cuando las cosas son más pequeñas y descentralizadas también experimentan una mayor volatilidad. Nassim Nicholas Taleb, un ensayista y trader de opciones financieras muy respetado, ha investigado minuciosamente esta idea: la descentralización puede exhibir mayor volatilidad, pero al mismo tiempo, tal vez de manera paradójica o contraintuitiva, es también capaz de poseer mayor robustez frente a eventos de lo que él denomina “cisne negro”, esto es, ante eventos catastróficos e impredecibles. Gráficamente se vería así.

Esto es algo que podemos observar también claramente en los mercados financieros: las pequeñas empresas son ciertamente mucho más volátiles y frágiles que las grandes, pero cuando la descentralización juega un papel importante, los pequeños “incendios” o bancarrotas de algunas empresas no dañan de manera significativa al sistema en su totalidad. Lo opuesto ocurre exactamente con la centralización. Una vez más cabe aludir al ejemplo de la crisis subprime del año 2008. La enorme centralización bancaria de esa época generó una crisis sistémica total, lo que a su vez condujo seguidamente a la decisión de proceder al salvataje de las grandes entidades financieras involucradas, consideradas “too big to fail”. (obviamente, con dinero de los contribuyentes)

Por supuesto, es ingenuo pensar que no hubo un brutal lobby por parte de la banca para que el gobierno la salvase. Pero el problema radica también en que el gobierno de alguna manera disponga del poder para salvar empresas que más que probablemente deberían en realidad haber desaparecido. El mero hecho de que el gobierno tenga el poder para salvar a determinados jugadores y dejar morir a otra encierra una enorme inmoralidad y deja abiertas las puertas a que haya más y más lobby donde se privatizan las ganancias y se subsidian las pérdidas.

La descentralización es crucial para que las sociedades se organicen de manera espontánea bajo reglas de juego morales.

Por ello, pues, siempre debemos abogar por un gobierno pequeño, por la descentralización, y en definitiva por una sociedad que pueda organizarse libre y “desordenadamente”.

Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”.

 

*Iván Orellana es un Investigador Asociado de la Fundación Internacional Bases

 

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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