Tras leer algunas entradas de blog (véase la serie Defendiendo la República), me he preguntado por qué personas que no parecen beneficiarse de los esfuerzos por la justicia social los apoyan y respaldan. ¿Por qué un hombre impulsaría una agenda diseñada para negar sus derechos? ¿Por qué las empresas abrazan la agenda medioambiental, social y de gobernanza cuando potencialmente las hace menos competitivas a través de estándares más bajos, costes más altos y políticas que impiden que el talento alcance su estado más elevado? Como escribe Jonathan Haidt en su libro The Righteous Mind, «Muchos politólogos solían suponer que la gente vota de forma egoísta, eligiendo al candidato o la política que más les beneficia. Pero décadas de investigación sobre la opinión pública han llevado a la conclusión de que el interés propio es un débil predictor de las preferencias políticas.»
Si la premisa del libro, y en concreto la cita anterior, es cierta, agujerea la teoría de la elección racional. Haidt sostiene que la gente no responde tanto racionalmente como para mantener su posición social y sus conexiones. Escribió,
Más bien, la gente se preocupa por sus grupos, ya sean raciales, regionales, religiosos o políticos. El politólogo Don Kinder resume así los resultados: «En cuestiones de opinión pública, los ciudadanos parecen preguntarse no ‘qué gano yo’, sino ‘qué gana mi grupo’».
Aunque no quiero echar las campanas al vuelo en lo que respecta a los actores racionales, Haidt y Kinder parecen pensar que los grupos tienen más peso que el propio interés. Para los miembros individuales del grupo, puede que tengan razón. Pero en el caso de los líderes del grupo, sospecho que se equivocan y trabajan según la teoría de la elección racional. Su elección racional es manipular a los miembros del grupo para obtener dinero y beneficios.
Esto es quizá frecuente en la justicia social; por ejemplo, véase el caso del líder de Black Lives Matter, que utiliza las contribuciones para comprar casas, o el de los defensores de la raza, como Al Sharpton, que deben grandes cantidades de impuestos atrasados y han amasado fortunas. Pero también está presente en otros grupos. Fíjate en los televangelistas, como Jimmy Swaggart, que han utilizado las donaciones para aumentar su riqueza personal y su poder. Sospecho que también puede darse en grupos que defienden enfermedades y otras causas especiales. No pocas personas creen que el cáncer, la diabetes y otras enfermedades ya estarían curadas si la Sociedad Americana del Cáncer y otros grupos no hicieran tanto dinero con la enfermedad.
También vemos lo mismo en la burocracia gubernamental, donde es casi imposible acabar con los programas gubernamentales independientemente de si el supuesto problema en cuestión se resuelve o el programa empeora el problema. Todos estos líderes son actores racionales que toman decisiones que les benefician. Aunque lo que les ocurre a los miembros del grupo suele ser otra historia.
Lo mismo ocurre con las personas influyentes en las redes sociales. Ya se trate de narrativas sobre justicia social, alimentos, bebidas o juguetes, los influenciadores se ganan la vida diciéndole a la gente qué hacer y qué comprar. Crean y propagan memes para moldear las actitudes y acciones de la gente.
Ahora miremos a los sindicatos, especialmente a los distintos sindicatos de profesores. ¿Mejoran la educación? Las clasificaciones internacionales sostienen que no. América sigue cayendo en la clasificación mundial de la educación.
Entonces, ¿por qué los miembros del grupo permanecen en él? Algunos son verdaderos creyentes, a otros les gusta la aclamación y el poder que obtienen del grupo, y otros tienen demasiado miedo como para desafiar a los líderes del grupo y su agenda. Mira lo que les pasa a los profesores universitarios, incluso a los titulares, cuando desafían la agenda de la justicia social. Les despiden.
Y esto ocurre en las empresas y en otros lugares. Es casi como la Iglesia Católica Romana y la Inquisición. Tomás de Torquemada está vivito y coleando en estos grupos de justicia social. Todos sacan algo del acuerdo, así que puede que tengan un mínimo de elección racional. Pero Haidt diría que no se trata de una elección racional per se, sino del jinete trabajando con el elefante. Haidt diría que se trata menos de un acto racional según las definiciones clásicas y más de un acto para justificar los apetitos y las direcciones del elefante.
Pero los poderosos toman decisiones racionales. La teoría de la elección racional no es tan errónea como tal vez mal aplicada. Entonces, ¿qué hay en un nombre? Quizá haya que vincular la racionalidad a la situación y a la persona para entenderla.
Fuente: Instituto Mises