El comunismo fue la peor tragedia que le haya sucedido a la Humanidad. Un 9 de noviembre, hace 31 años, implotó en Europa y el Cáucaso como consecuencia de sus propias contradicciones. El punto hoy es aprender de lo que pasó después.
Tomemos la historia de un pequeño país del Báltico en el norte de Europa: Estonia.
Aquel país que hoy no llega al millón y medio de habitantes fue, a causa del nefasto pacto nazi-soviético, invadido y anexado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1940.
Las consecuencias económicas de ello fueron, por supuesto, catastróficas. Estonia fue forzada a adoptar el comunismo y para 1991, cuando recuperó su independencia, la devastación económica era absoluta. Pero también debemos pensar en la tragedia cultural que se da cuando un gigante captura a una pequeña nación y la anexa. Sería una situación similar a la India anexándose Uruguay, para tener una idea de las magnitudes.
Sin embargo, los valientes estonios sobrevivieron al vendaval y desde que retomaron las riendas de su destino pusieron manos a la obra para transformar a su nación en un país pujante y próspero.
¿Cómo lo hicieron? En una palabra: con reformas liberales.
Mart Laar, quien se convirtió en primer ministro con tan sólo 32 años en 1992, no dudó un segundo en aplicar reformas profundas y radicales tanto en lo económico como en lo institucional. ¿Su guía intelectual? Milton Friedman.
Las reformas de Laar se concentraron en restablecer el estado de derecho y la propiedad privada, generar una apertura comercial y luchar frontalmente contra la corrupción. Entre los logros más destacados de Estonia se encuentra la adopción de un impuesto a las ganancias plano (flat tax) y la temprana adopción de las herramientas de e-government o gobierno digital.
El caso de Estonia es tan exitoso que 99 por ciento de los trámites burocráticos pueden hacerse en forma online. Las únicas excepciones son casarse, divorciarse y registrar una propiedad.
El sistema fiscal de Estonia es orgullosamente pro empresa y pro emprendedorismo. Esto significa, por caso, que las empresas no pagan impuestos hasta el momento en que distribuyen utilidades. Los fondos reinvertidos o que se mantienen en las cuentas de la empresa no tributan.
Pensemos en un pequeño emprendimiento que está comenzando o en una empresa de garage. En Argentina, tan sólo para poder facturar, estas compañías deben pagar impuestos. En Estonia esta atrocidad no sucede. Por tanto, los emprendedores que ya bastante dificultades tienen intentando satisfacer a los consumidores en un mercado competitivo, al menos no deben preocuparse por pagarle al gobierno cuando ni siquiera han generado ganancias o, lo que es peor, conseguido clientes.
Los estonios, incluso, han ido reduciendo la alícuota del impuesto a la ganancias. Nacida en 25 por ciento fue bajada a 20 posteriormente. Sin embargo, la recaudación no ha dejado de crecer. Algo que debería poner en aprietos a nuestros políticos, quienes nos han hundido en el ciclo de voracidad fiscal cada vez más grande y sector productivo cada vez más chico.
El éxito de Estonia es tan sólo un caso de muchos de los países ex-comunistas. Lituania, República Checa, Eslovaquia, Polonia, la República Caucásica de Georgia, Letonia y la reunificación alemana son, a su manera, también muy buenos ejemplos de lo que la economía de mercado puede lograr.
Ni Estonia ni ninguno de los países mencionados arriba tienen un déficit de tragedias y horrores en sus respectivas historias. Han atravesado crisis y han sufrido dificultades iguales o peores que las de Argentina. Hoy todos ellos nos miran por el espejo retrovisor. Y lo seguirán haciendo hasta que los argentinos no comprendamos dos cosas.
La primera es que no tenemos el monopolio de los problemas. Nuestros males sociales no son “únicos”, no somos el país más sufrido del mundo y nuestros problemas sí tienen solución.
Justamente, la segunda lección consiste en que para arreglar a nuestro país el único camino posible es el de la economía de mercado, la apertura comercial, los impuestos bajos y el gobierno limitado. En una palabra, seguir el ejemplo de Estonia y otros países que abandonaron la pesadilla comunista.
En este sentido, creo que uno de los hechos más relevantes que han sucedido este año es la redacción del documento “Cinco Decisiones para Poner de Pie a la Argentina”, firmado por las 28 organizaciones liberales más representativas de nuestro país. No sólo porque los puntos 1 y 2 de dicho documento se encuentran fuertemente influenciados por el ejemplo de Estonia. También porque el mismo también mira hacia adelante, mostrando cómo se vería la Argentina que queremos.
La historia de la caída del muro debería enseñarnos que no existe tal cosa como un undécimo mandamiento que diga “Argentina será pobre y populista”. Podemos cambiar. Y para lograrlo qué mejor que inspirarnos en los ejemplos de los países que han salido de la mayor calamidad de la historia: el comunismo.
Como alguna vez le escuché decir al querido Gustavo Lazzari: “Si el muro se cayó, Argentina se tiene que levantar”.
* Federico N. Fernández es Presidente de la Fundación Internacional Bases, Director Ejecutivo de la Red Latinoamericana Somos Innovación y Senior Fellow del Austrian Economics Center
Fuente: Visión Liberal