Disfrutando la Ignorancia

Durante décadas confundí lectura con erudición. Fue bastante mas grave aún. Llegué a pensar que el acceso a cierta formación era sinónimo de sabiduría. Demoré demasiado en advertir lo equivocado que estaba.

Había caído, ingenuamente, en la grotesca trampa de vanagloriarme de lo que supuestamente dominaba. Repetía frases arrogantes convencido de que tantos libros devorados me otorgaban un derecho especial a opinar con autoridad sobre casi todas las cuestiones.

Cierto aire de superioridad sobrevolaba en cada conversación. Mencionar autores se convirtió en una pésima rutina que argumentalmente no agregaba nada. Esa actitud hablaba mas del interlocutor que del asunto. Esa dinámica solo apostaba a exhibir un triste despliegue qué, a los efectos del debate, resultaba absolutamente irrelevante. 

El paso de los años y un análisis mas pormenorizado de esos sucesos permitieron reflexionar a fondo, hacer el ejercicio de mirarse un poco desde afuera y concluir que se trataba de una patética situación, que daba pena y que hoy, al recordarla, da mas vergüenza que orgullo.

En ese transitar pude darme cuenta de lo irreverente que era, de lo poco que sabía de tantos temas, que lo leído apenas alcanzaba a representar una insignificante partícula del infinito conocimiento humano.

Costó llegar hasta ahí y entender lo que pasaba. Las convicciones en definitiva no son mas que una fotografía del razonamiento actual de cada individuo. De ninguna manera las afirmaciones vertidas son definitivas.

A veces, la vehemencia con la que planteamos ciertas posturas propias puede hacer creer a un observador desprevenido que lo dicho es una verdad sin dobleces, que la contundencia con la que se expresa algo le asigna una jerarquía mayor. Vaya despropósito.

En todo caso es una mirada circunstancial que puede ser refutada por cualquiera, inclusive por el intérprete de turno, con pocos minutos de diferencia, al comprender otra dimensión no evaluada oportunamente.

Hoy, un poco mas maduro, habiendo registrado múltiples desaciertos, sigo luchando a diario contra esa tendencia natural de los seres humanos, pero con un regocijo superlativo en el que reparé, casi de casualidad, hace poco.

En el pasado, cuando alguien hablaba de un tópico como experto en la materia, me incomodaba esa vivencia. Me angustiaba enormemente no saber lo suficiente y eso llevaba a tener sensaciones muy poco placenteras.

Aprendí a apreciar mi silencio. Descubrí que no siempre tengo algo inteligente que decir y que tampoco nadie espera que exponga sobre lo que sea. Comprendí que es mucho mas interesante y divertido escuchar para aprovechar la sapiencia ajena que mirarse al espejo y recitar cosa sabidas.

Tengo a mi favor, la bendición de recibir invitaciones para disertar con bastante frecuencia. No me faltan tribunas para proponer ideas y es por eso qué prefiero respetar los ámbitos donde son otros los que deben brillar. 

Alguna gente cree que tiene que decir algo siempre y que todos esperan ansiosamente su participación. No es saludable opacar el protagonismo del expositor, ese que se esmeró en preparar un contenido para la ocasión. 

Siempre intento callarme. Solo comparto un parecer cuando considero que esa perspectiva puede ser de utilidad para que otros apliquen ese diminuto recurso y puedan hurgar desde allí en otras visiones superadoras.

Admiro la humildad de los grandes. He logrado entender que es preferible estar muy atento a la posibilidad de una genialidad de otros que prejuzgarlos desde un pedestal en el que nadie nos puso.

Ahora puedo afirmar, con absoluta satisfacción lo mucho que disfruto de mi ignorancia. He descubierto el valor de lo desconocido, lo maravilloso del proceso de aprendizaje cuando reconozco que no se nada, inclusive sobre aquello que suponía era mi especialidad. Hasta en eso encuentro fascinantes hallazgos que me permiten profundizar y revisar conceptos.

Abordar proyectos ingeniosos, cambiar los modos de ejecutarlos, incorporar tecnologías insólitas con las que jamás tuve contacto, balbucear un idioma foráneo, pero fundamentalmente salir de la zona de confort, me parece una hazaña repleta de atractivos desafíos que merecen ser encarados.

Hablar de lo que ya conozco no solo es tremendamente aburrido, sino que no constituye reto intelectual alguno. Lo realmente provocador es estudiar facetas ocultas de temáticas apasionantes para volcarlas al juego.

Hacer lo habitual, pero de otra forma, familiarizarme con innovadoras aplicaciones, buscar lo nuevo, intentar estar constantemente en la cresta de la ola. Esa aventura me entusiasma y me convoca cotidianamente.

En algún momento ser ignorante fue un padecimiento. Hoy se ha convertido en una experiencia extraordinaria. Instruirse, investigar, apelar al método del “prueba y error”, aprender de esos tropiezos es mucho mas cautivante que ufanarse con jactancia de lo que creemos que sabemos. 

Esa conducta, además de inaceptable y repudiable, nos impide explorar en todo lo novedoso perdiendo así la estupenda oportunidad de evolucionar y seguir trabajando en la mejor versión de nosotros mismos. 

Fuente: Club de la Libertad

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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